Chamacuero, Gto.
(También llamado Comonfort, Gto.)
Personas, personajes   (figuran en el órden en que se compilaron estos escritos)

 
El arq. José González de Santiago, "El Chere", me platicó de la existencia de un corredor de nuestro municipio, sumamente destacado en los años setentas, no pudo recordar el nombre pero me dijo que en la zona de San Agustín  y La Palma era muy conocido como "Chencho". No me fue difícil encontrar al señor Chencho. No obstante que su nombre real sea Alberto Emiliano Hernández, menos aún fue difícil que me platicara un largo rato de su vida y su desempeño como deportista. Debo decir que no sólo me impresionó su trayectoria deportiva, sino la forma amena, simpática y fluida en que me platicó lo que aquí transcribo.

Agradezco enormemente la sugerencia de José González de buscar al señor "Chencho" y sus observaciones para hacer más comprensible esta entrevista.


Nací aquí en donde estamos, es la Colonia Álvaro Obregón, pero en aquel entonces le decían "El Tlacuache". Nací el 2 de marzo de 1947. Yo empecé jugando futbol, como todos, luego fui creciendo, me logré colocar en un equipo de aquí del municipio; se llamaba "El Agrario". Nada más una temporada salimos fuera del municipio, íbamos a La Piedad, Tarimoro, etc. Lo que era Zona Centro pero después bajamos. Yo le echaba muchas ganas, corría bien harto, tendría unos quince años. Había una persona encargada del equipo. El señor Macario Estrada era uno de los fundadores de equipos, era el Presidente y hacía su alineación; yo era defensa del lado derecho, pero nunca falta a quien no le cae uno bien y una persona le decía siempre:
-Descánsalo, mete otro.
Y el señor Macario le decía:
-¿Y a quién meto? ¿Pero para que nos la jugamos, él tiene su posición, tiene que estar ahí.
Yo no le caía bien a esta persona porque era tío de mi esposa. Por eso me quería sacar. Andábamos de novios en ese entonces. Ese fue el motivo por el que me separé del fut, porque siempre estábamos peleando. Pero de todos modos me alineaban, me decían:
-Déjalo que diga lo que diga"
Una vez, un 16 de septiembre del 66 vinieron unos equipos de México a jugar a Comonfort; familiares de aquí que están allá, tienen sus equipos y se animaron a venir a jugar. Nos dijeron:
-Vamos a invitar dos equipos, uno fuerte y otro medianillo, el mediano va a jugar con ustedes aquí y el fuerte va a jugar con Zona Centro en el campo Azteca.
Jugamos a las doce y ganamos. Acabamos a las dos. Me eché mi baño, un taquillo y vámonos a las cuatro a ver al equipo fuerte. Pues llegando a Comonfort, antes de que iniciara el fut andaban unos corredores ahí calentando. Y yo, como ya dije, corría bien harto, hasta le daba chance a los delanteros de que me ganaran, luego los alcanzaban. Los camaradas me dijeron:
-Órale que va a haber carreras.
-¿Cómo? Pero yo no sé nada de eso, puro fut.
-Ándale, tú que corres un friego allá.
Pero no es lo mismo allá que aquí y era a campo traviesa, del campo Azteca a la cruz en la punta del cerro. Nomás tres lugares, había tres bandera allá, la verde, la blanca y la roja, y a correr por donde uno pudiera. Antes no había camino, ahora sí ya está la veredita. Yo no conocía el cerro ni nada. Y hay hartos hoyos, montones de basura y hoyos de los molcajeteros. Les dije a mis camaradas:
-Verdad buena que si yo trajera unos tenis sí le entraba, total, ¿qué pierdo?
-Yo te presto los míos -dijo un compañero, eran unos marca Super Faro, de esos de bota.
-Pues órale, a ver, pues.
Pensé: "Quién me manda andar de hablador". Para esto, había dos que ya eran corredores, se iban a entrenar y tenían su camino marcado, cortaban pencas y con eso señalaban. Yo salí como loco, iba pase y pase corredores, pensando: "A ver hasta donde llego ". Nomás se quedaban a la sombra de los cazahuates, resollando y yo en joda. Hasta que llegué a un punto en que ya ni quién; pero hasta arriba hay como una pared con unas peñotas. Me dije: "'Ora sí, ¿por dónde?" Me quedé parado, ya me iba a trepar por ahí arañando y en eso venían dos, uno de San Miguel y otro de San Agustín que se llama Salvador Maldonado. Me gritaron:
-¿Qué te pasó?
-¿Pos por dónde? -les dije.
-Síguenos.
Dieron la vueltecita y por ahí estaba la subida. Llegue tercero. Si hubiera sabido hubiera sido primero. Luego el de San Miguel me preguntó:
-¿Tú dónde entrenas?
-No, yo no soy corredor, yo juego fut.
-Entonces, ¿cómo…? -me dijo sorprendido- ¿Y qué tal es tu equipo? Yo no te he visto correr, pero con esto que hiciste… ¿Por qué no te dedicas a correr?
-Pues no yo no sé ni cómo se hace eso.
-Anímate, si quieres yo te digo más o menos como. Porque para empezar: Tú equipo es bueno, está bien, se ganan su trofeo y ¿a dónde va a parar ese trofeo? -En ese tiempo los trofeos se guardaban en una tienda aquí en la Palma, para que los viera todo el barrio- Si tú eres portero, defensa o delantero y por tu culpa meten un gol, te reclaman todos, aquí si ganas o pierdes es tuyo, tú solo ni quién te diga nada.
Eso veníamos platicando de bajada. Me dieron un trofeíto que me lo eché en la bolsa Y de ahí me empezó a gustar, me explicó aquél:
-¿Tú como entrenas para el fut?
-Pues me echo unas diez vueltas al campo antes de empezar.
-Mira, échale veinticinco pero ya deja el futbol y si te animas, el 12 de diciembre en San Miguel Allende, en la fábrica La aurora se hace una carrera muy buena; si te pones a entrenar como yo te digo, vas a ver si hay rendimiento no.

Me animé, pensé: "Pos acá en el fut tengo hartos problemas con este camarada, mejor me voy a agarrar acá a vuelta y vuelta y a ver qué sale para ese día". La carrera al cerro fue el 16 de septiembre, para el 12 de diciembre yo ya me sentía muy bien. Fui, otro señor de aquí me acompañó y ahí vamos, llegamos allá y que voy viendo un montón de corredores, pero corredores bien dedicados a eso; yo sin herramienta, con unos tenisillos que me prestaron. Allá en el cerro siquiera sabía que era a la crucita pero aquí sin conocer, dije: "A ver a quién sigo". Me mantuve en la punta, eran ocho kilómetros. Ya de bajada yo me sentía re bien, nada más quedábamos tres; yo pensaba: "Con uno que rebase quedo en segundo, ¿qué no los alcanzaré?" Pero mi error, el error de los principiantes es ni siquiera saber el recorrido: Cuánto te falta; dónde vas a dar vuelta. Para saber dónde atacar. Pero yo nada más iba atrás y, de repente que dan vuelta y se meten a la fábrica. Quedé tercero. Ya no hubo modo de atacarlos, yo me sentía rete bien, pero no sabía el recorrido. Ahí me dieron un trofeo grandotote, de dos pisos. Me vine bien gustoso, el señor que me acompañó también venía bien gustoso y la gente que nos encontraba, se persignaba, pensaban que era alguna imagen. Puede que yo también me hubiera persignado si no supiera de qué se trataba. Esa vez ganó uno de Toluca, en segundo uno de Querétaro, el de San Miguel quedó cuarto y el de San Agustín sexto. El que me invitó me dijo:
-Ya ves qué bien te fue, ¿cómo entrenaste?
- Pos como me dijiste, le eché 25 vueltas a la cancha.
- Ahora ya no hagas eso, sal y corre una hora, una hora y media diario y vas a ver, si eso hiciste ahora con ese entrenamiento, si te entrenas más fuerte te vas a ir pa'rriba.
Me daba harto gusto, lo único que me faltaba era la herramienta y conocer, saber el modo de correr y el recorrido, el kilometraje, cuánto tiempo haces por kilómetro, si son cinco kilómetros a lo mejor los primeros tres correrlos despacio a 3:30, 3:40 por kilómetro.
Yo en ese entonces me dedicaba al campo, trabajaba la tierra, ese era mi trabajo, no propio, trabajaba para otra persona; me pagaban cinco pesos al día: treinta pesos y me daban otro pesito más por dejar lista la yunta, total 36 pesos. Yo estaba contento, no tenía grandes ambiciones, nada especial.
Con ese entrenamiento se llegó el doce de enero, una carrera también fuerte, competida. Yo bien gustoso me empecé a preparar, ahí sí quedé en once, la verdad eran corredores muy buenos y yo, con la emoción o el hambre de ganar le echaba duro al entrenamiento y un día antes también, así que el mero día ya estaba gastado, el sábado entrené fuertísimo para el cerro y al día siguiente se acabó la fuerza. Yo me conformé diciéndome que era apenas mi tercera carrera, pero seguía echándole ganas, pero ahí me vio correr un entrenador de Celaya, de un equipo que se llamaba Galgos, y me preguntó de dónde era y quién me entrenaba:
-Soy de Comonfort y entreno yo solo -le comenté.
-Entonces, ¿cómo te metiste en el once entrenando solo? ¿No te gustaría pertenecer a un equipo? Yo soy el entrenador del equipo Galgos.
Era el mejor de Celaya y la región. Le dije:
-Pues sí… pero la verdad es que no tengo para salir, para mis gastos, yo vengo aquí porque me ayudan con mi pasaje -el señor que me acompañaba me lo pagaba.
-Pues si quieres yo te voy a incluir en el equipo, te voy a pasar entrenamientos, a conseguir unos buenos zapatos, un uniforme, claro del equipo de los galgos.
Ellos ya tenían su historial, eran buenos, traían a otros dos de Guanajuato que corrían por el Hotel San Diego, pero cuando venían para acá corrían por Galgos. Empecé a correr el 16 de septiembre del 66, en el 68 corrí mi primera carrera internacional, fue la "media maratón a Celaya", la que sale de por ahí de la Soledad a Celaya, es en noviembre.
En el equipo me decían cuánto debía a entrenar, no me enseñaron técnicas para correr ni algo así. Como yo no iba a entrenar a Celaya, me agarraba aquí para el cerro y la gente cuando me veía venir le corría, y eso que no iba en short ni nada, iba con mi pantalón, pero le corrían al verme. Así me preparé y en esa carrera también quedé en el once, pero ahí corría puro fregón, gente que ya competía a nivel internacional, de Centro Olímpico, del Deportivo Internacional, Llego a venir un inglés que se llama Tim Johnson, pero él venía solo, sin equipo, era un fregón. Pero el mejor de aquél momento se llamaba Juan Máximo Martínez, que en esa carrera hizo de aquí a la presidencia 1 hora 1 minuto; Johnson quedó tercero con 1:05. Al siguiente año volvió a venir Johnson quesque a romperle la marca a Juan, pero ese año ya fue la primera vez que se hizo al estadio. La gente decía: "Sólo que haga debajo de una hora, porque de ahí a la presidencia es más de un kilómetro". En ese año yo ya andaba bien metido; Llegué sexto con una hora siete, Tim hizo una hora tres, si hubiera sido hasta la presidencia hubiera hecho una hora seis. Y ese ya no volvió a venir. Después corrí otra vez y gané pero hasta el 75.
Ya para entonces sí corría. Corrí la de San Miguel, ya nadie me paraba, puro primer lugar, desde el 72 ya nadie me paró. Fue cuando Celaya cumplió 400 años, entonces hicieron un Maratón selectivo para la olimpiada de Alemania. Mi entrenador me decía:
-Vas a correr esa carrera, te voy a preparar.
Cada ocho días nos traía de acá de Calderón a la deportiva, pero cuando yo llegaba, los demás apenas iban por Roque. Él me compraba leche y dos panes, pero me decía:
-Acábatelo antes de que lleguen aquellos, para que no se den cuenta.
Y me daba también mi pasaje. Unos se venían de ray, nomás llegaban al Cerrito de Soria y ahí pedían ray. Se llegó el día y le pregunté
-¿Cómo le hago?"
-Tú corre como tú estás acostumbrado. La costumbre que tenía es que nunca los dejaba ir, siempre con los punteros estaba atrás, atrás y no me separaba unos cinco metros atrás, cuando mucho. Poco a poco se iban zafando y así, hasta que quedaban dos o uno, y entonces me decía: "Ahora sí, con estos". Apretaba y ya ni el polvo me veían. Venía uno de Guanajuato llamado Antonio Montero y otro llamado Manríquez. El entrenador nos dijo que nos juntáramos. Pero vino puro fregón, era la carrera para seleccionar a los atletas que iban a ir a la olimpiada de Munich, Alemania. Nada más el primero y el segundo iban a ir, y no importaba el tiempo, porque ya les habían hecho selectivo a todos antes y ésta era la definitiva. Salimos, yo atrás, atrás; pasamos los 21 kilómetros, en el kilómetro 35 se zafaron los demás; quedaron Antonio Montero y Manríquez. Montero nos sacó ventaja, yo atrás. Cuando quedaban 3 kilómetros apreté. La meta estaba en la presidencia. Montero cruzó y yo venía por Woolworth, o sea que me sacó unos 60 metros. Llegué, di la vuelta al jardín, me recuperé, me cambié los zapatos, me dijeron que Montero estaba mal, que hasta estaba vomitando. Es que le gritaban: "Ahí viene aquél y volteaba y volteaba". Lo peor de todo fue que ni nos tomaron en cuenta. Yo ya había ganado mi lugar a Munich, pero nada. Quién sabe quién iría; el entrenador me dijo:
-No depende de nosotros, depende de la federación y nos dicen que no puede ser posible que gente de provincia les gane a los que ya están acá.
Me dieron una zapatilla de plata y a Montero una de oro. Sí se alegó, se dijo y les decían a nuestro entrenador:
-Ponte a pensar, ¿qué van a hacer allá?, si nunca han salido, no saben nada, no tienen experiencia, ¿dónde estaban? ¿Por qué no se sabía de ellos? ¿Por qué no han salido a otras carreras?
Y lo que se me quedó grabado fue que me dijo el entrenador:
-No te desanimes, de aquí a cuatro años viene la otra y para entonces tienes más experiencia, a ver qué pasa, pero échale ganas, no te desanimes.

Yo no sabía de Panamericanos ni nada, puede que ni sabía ni qué carajos era la olimpiada. Desde ese entonces (unos cinco años) estuve ganando a nivel nacional y con corredores internacionales y no me ganaba nadie. Los premios siempre eran trofeos, nunca en efectivo. Corría aquí en la región: Querétaro, León, Morelia; no había quien me ganara. Se llegó otra vez la carrera de Tierras Negras y vino el entrenador del Comité Olímpico Mexicano. Había dos, el mero fregón era el profesor Tadeusz Kepka y el segundo era Eladio Campos, ese era el que traía a los de menos rendimiento. Cuando había competencia de las fuertes mandaban gente de allá, dos tres gentes a ganar y llegaban aquellos de regreso:
-¿Cómo les fue?
-No, pos nos ganó el Chencho.
-¿Otra vez ese... ?
Esa vez venían unos corredores del Hotel Sn Diego, venía un corredor chaparrito de aquí del rancho de Guadalupe, tenía un hermano que era ciclista; me dijo:
-Yo voy a ganar la meta volante.
-Ta bien -le dije.
La volante estaba en el puente del bulevar. Salió con los del hotel San Diego y los de México en la punta. Al agarrar el Boulevard empezó a jalar y nade lo siguió. Yo si lo seguí pero como a los 20 metros se cayó. Lo levantó la Cruz Roja que antes estaba ahí a un lado, pero me dejó la punta y ya me seguí solito hasta la meta.
Total, ese entrenador me dijo que yo ya había acabado con todos, con todos los que tenía en el CDOM (Centro Deportivo Olímpico Mexicano). Me dijo, cuando se acabó la carrera:
-Tengo cinco años siguiéndote, checándote. Siempre has ganado y por eso vine: a verte y traje a estos tres; son cinco, ya le ganaste a tres. Pero, no sé cómo lo tomes, si de veras puedes te invito a una carrera buena, en Saltillo, ahí van a estar aquellos, es el 14 de noviembre son 35 kilómetro. A eso vine nada más.
Ya para entonces trabajaba para un establo, tumbando alfalfa. Ganaba más, ganaba 200 pesos a la semana. Las carreras ganadas hasta ese momento no me proporcionaban ningún tipo de fama, nadie me conocía. Yo entrenaba solo, nadie en el pueblo sabía de mí como atleta. Hasta esa carrera que menciono. El entrenador me dijo que el 13 de noviembre, a las 9 de la mañana, en Querétaro, en la caseta junto a la plaza de toros, iban a pasar, ahí debía estar listo. Mi señora me echó veinticinco tortas en la mochila para que aguantara los 3 días. Llevaba mi mochilita llena de tortas, mis tenis que ya eran buenos y mi ropa; sencilla pero ya era otra cosa ya iba equipado. Corría para dos clubes: el Tierras Negras y Farmacia Mary; ellos me ayudaban, leve, pero me echaban la mano.
A las siete ya estaba allí, con un friazo; traía una chamarrita. Pero aproveché para echarme una torta. Cinco para las nueve llegó un camionsote verde "Comité Olímpico Mexicano" Subí. Nomás me veían en el pasillo los demás, yo todo flaquillo. Me senté hasta atrás. Llegando a Saltillo me llevaron a mi habitación y el entrenador me dijo que ahí me quedara. En la noche me llevó a ver el circuito, era como un triángulo: La salida, un pedazo plano y una subida, vuelta y luego la bajada, eran siete vueltas de 5 kilómetro. Le pregunté:
- ¿Quiénes son los que me faltan de ganarles?
-No los va a ver, esos llegan en burro (en avión). Son los meros fregones, Mario Cuevas y Rodolfo Gómez.
Yo los había visto en el periódico, en el ESTO, que ganaban en muchas partes. Me impresioné pero me dije: "Ya estoy aquí".
Empezó la carrera, la primera vuelta yo iba atrás, atrás, en la tercera yo atrás y ellos en la punta. Por ahí anda la foto, puro fregón enfrente y yo por atrás, hasta me doy como lástima. La cosa es que el primero, segundo, tercero y cuarto iban a correr el maratón de Los Ángeles (San Bernardino). Poco a poco se iban quedando, cuando faltaban dos vueltas quedábamos seis, y pensaba: ¿Pos qué no le ganaré yo a dos para quedar en cuarto? Rodolfo y Mario estaban en la punta, atrás de mí venía uno de Celaya.
Como yo traía mi playera que decía "Tierras Negras", Celaya, Gto., Desde antes oía que decían, no sé quién:
-¡Órale, Guanajuatito, jálele! Y yo pensaba: "Pos dirán lo que quieran pero aquí voy". Y cuando quedábamos seis, todavía me decían:
-¡Órale, Guanajuato, jálele! ¿Qué no traí?
-No -les contestaba.
-¡Pos quédese!
-¡Pos déjenme!
Yo sí ya les respondía. Y se daban unos jalonzotes y a mí ni me pesaban sus jalones. En la subida de la sexta vuelta me jalé, se quedaron, a media subida volteé, venían muy lejos, le bajé y me alcanzaron. En ese jalón se quedaron dos, quedábamos tres y yo. En la última vuelta dije: ya estuvo, yo me siento bien. Al iniciar la última vuelta pasó y el entrenador me dijo:
-Quedan cinco kilómetros, échale lo que puedas.
Fue como si me quitaran una coraza, me jalé en la subida, (yo entrenaba en el cerro). Más arriba de la mitad me alcanzaron una ambulancia y dos motos, me dijeron:
-Guanajuato, ya cálmate, ya se quedaron.
Y yo me dije: "Pura fregada, no me calmo". Cuando dimos la vuelta volteé, no vi a nadie. Me dijeron:
-El que viene atrás de ti está a dos minutos.
-¿Y Mario y Rodolfo? - pregunté.
- Se salieron.
Como sentirían mi jalón que no le atoraron. Luego me informaron que el que venía atrás decía "Celaya. Era el Chucho, me esperé un poco y luego me dije: "Pos pa´ que lo espero, capaz que me gana". Me hice un cierre como si fuera carrera de 100 metros. El profesor me dijo:
-Corres que da miedo. De aquí en adelante las puertas del CDOM están abiertas para ti, si quieres de aquí nos vamos.
Le expliqué todos los asuntos que me lo impedían. Ese fue mi escalón para arriba, de ahí me mantuve entrenando y compitiendo ya con puros internacionales. Ese triunfo salió en los periódicos: el Esto, el Ovaciones. Me dieron mi trofeo y un reloj de oro. Lo que no me entregaron fue una casa que siempre daba el gobernador al ganador de cada año. Me di cuenta como a los cuatro o cinco años que me preguntaron qué había pasado con la casa de Saltillo. La recibió don Eladio y ese cabrón se la quedó.
En el extremo derecho de esta imagen está Rodolfo Gómez, al centro, atrás "Chencho" Martínez, con un número del que se alcanza a ver el 91.
Allá en Saltillo me habían dado un uniforme muy bonito, una chulada, hasta me sentía yo igual que los demás, bien presentable. Aunque eso nunca me importó, yo decía: "Qué más da la ropa, el mono es el bueno" (me conformaba yo solo, pues). A los seis días se vino la carrera de Celaya. El día de la carrera me puse mi uniforme y le dije a mi señora:
-Ahorita vengo, voy a ver la carrera
- ¿Vas a correr?
- No, qué voy a correr, todavía ando cansado.
-Entonces… ¿Para qué te pones esa ropa?
- Pos, la verdad, buena que para presumir, para que me vean. Es más, si quieres vamos.
La llevé. Faltaban como quince minutos para la salida y unos compas, me felicitaban por el triunfo en Saltillo y porque iba a ir a Los Angeles. Mi entrenador de aquí me dijo:
-Échate esta carrera.
Cuando faltaban diez minutos estaban voceando que los cuatro primeros a Venezuela y me animaban. Al final le dije a un compadre, que me apuntara. Pero dijeron que ya no, que ya no había inscripciones que esas eran allá en Celaya, no en la salida. Se dio cuenta el Presidente Municipal y le dijeron que no había números, dio instrucción de que me apuntaran y quién sabe cómo improvisaron un número. Les dije a mis compañeros de equipo:
-Yo voy a salir echo madres, no me sigan, yo me voy a salir en San Juan de la Vega.
Así lo hice, está una foto donde yo voy más allá de media subida de Soria y los demás apenas van pasando el puente.

Me seguí como Loco, pasó mi compadre, y me preguntó:
-¿Te sales?
-Pos ahora no me salgo
-Los traes a dos minutos -me dijo.
No me salí pero los esperé, aflojé. En San Juditas me alcanzaron. Uno de Toluca y uno de Pedro Escobedo, me alcanzaron uno de ellos dijo:
- ¿No que no, cabrón?
Los dejé pasar y yo atrás de ellos. De pronto me jalaba y en cada jalón se quedaba alguno. Ya íbamos cinco, pasando la autopista se había zafado otro; íbamos cuatro: uno de Guanajuato, Juan Vázquez, el de Toluca, uno del DF y yo. Me dijo el de Guanajuato vamos a jalar. Y que me jalo y le saco como 20 metros. Pero entré al revés al estadio. Entré por otro lado y me hacían señas y me gritaban. Pero con el ruido de la gente no escuchaba. Mi compadre me advirtió:
-¡Por ahí no es, Chencho!
Cuando volteé el otro iba entrando. Me regresé duro, todavía lo alcancé, entró pisándome mi sombra. Pero gané. Se acercó el gobernador, el presidente municipal, el presidente del patronato de la deportiva, el Dr. Mariano González, el gerente de la coca y el periódico. Me entrevistaron. El gobernador me preguntó en qué trabajaba, cómo entrenaba y mi alimentación. Le sorprendió que con mi trabajo y mi alimentación hubiera tenido esos logros. Me preguntó si me gustaría un trabajo donde casi no hiciera nada pero que me permitiera entrenar. Me dieron trabajo en la Unidad Deportiva, para que ahí mismo entrenara temprano y regresara a trabajar, era el jefe de personal, checando a los otros. Eso fue otro escalón, me sirvió mucho, corrí mejor. En ese tiempo fue cuando me llevaron al CDOM, lo malo es que ya empezaban a dar premios en efectivo, pero a mí no, yo no podía correr porque estaba para la olimpiada de Montreal.
Me mandaban a foguear fuera. Sí fui a Los Ángeles y gané el maratón con 2:17. Al año siguiente volví a ir a correr maratón en Culbert y volví a ganar. Fui a Venezuela, a Colombia, Guatemala, Puerto Rico y siempre ganando. A Mario Cuevas y Rodolfo Gómez los mandaban más lejos, iban a Japón y quedaban en tercero o cuarto con 2:20, 2:23. Yo traía mis 2:17. Les gané a todos, no quedó nadie a nivel nacional. Luego me llevaron a correr al Deportivo Internacional. Claro, con permiso del CDOM, pero los hice queso, nadie me ganaba y nadie me veía bien, así que mejor me regresé al CDOM. Acá sí era como mi casa; allá no. Cuando salíamos a entrenar al Desierto de los Leones, como yo no conocía las rutas, ellos trataban de dejarme a ver si me perdía. Pero con lo que yo traía cuándo me dejaban. Nunca me dejaron, mejor se calmaban. Me llevaban a entrenar a la marquesa, también me quisieron perder. Luego, en el nevado de Toluca, el profesor me dijo:
-Todos ellos van a subir hasta arriba, donde siempre llegan, pero tú cuando ya te sientas mal por la altura, de ahí te regresas.
Yo regresé junto con ellos. Me dijo el profesor que en todo el tiempo que tenía entrenando nunca nadie había llegado en la primera vez, yo era el primero. Y yo no sentí nada.
Se vino el selectivo para la Olimpiada de Montreal, Canadá. Rodolfo y Mario se reportaron enfermos, no corrieron el selectivo. Así al final ganó Clemente y yo quedé segundo. Traíamos un tiempo de 3:05, 3:07 el kilómetro, también se publicó, nos mandaron para nuestro Rancho, nos dijeron que entrenáramos bien y en quince días fuéramos. Fuimos y que nos van diciendo que no, que no había presupuesto para maratonistas. Fuimos a ver al presidente de la federación, nos dijo:
-Yo sé que ustedes se ganaron su lugar a pulso, pero yo no puedo hacer nada. Va Mario nada más.
-¿Y por qué? Si sus tiempos son malos.
-A Mario le va a pagar su pasaje la institución a la que pertenece que es la General Motors y Clemente, si su institución le paga los gastos también puede ir.
-¿Y por qué no me dijo esto hace dos años? ¿Qué carambas estoy haciendo aquí? - le dije.
-Es que no contábamos con esto.
Me agarró una decepción muy fea. Y aquí hubo gente que sabía que iba yo a ir y me daba alguna ayuda, hasta el gobernador y luego para salirles que siempre no iba a ir. Eso fue lo peor y allí para mí se acabó el deporte. Me dije: "Ya dos veces llegué y nada". Descansé como siete u ocho meses y ni estaba a gusto porque veía en los periódicos que ganó fulano, mengano y me molestaba que ganaran los que yo derrotaba tan fácil. Empecé a echarle pa'rriba, pero ya no llegué, quedé a un 80% de lo que había sido. Pero para esto, también ya tenía cuarenta años y corrí Master y ahí sí otra vez la volví a hacer. También entonces ya corría en carreras que daban dinero. El 24 de junio en Guanajuato en la presa de la olla, me vieron allá y se sorprendían, creían que andaba yo en la Olimpiada. Ya les platicaba. A ese nivel los seguía haciendo queso y buscaba carreras que daban dinero.
Duré cinco años en la deportiva, del 75 al 80, después me jalaron como entrenador en Recursos Hidráulicos, a todos les daban un contrato a tres meses, yo les dije:
-Si me dan la base me voy.
Me dieron mi base y de ahí me pensioné. Me gustó ser entrenador, entrenar a los chavos a los jóvenes. Ahí ese era mi trabajo y acá por fuera le he ayudado a mucha gente y a nadie le he cobrado, todavía ahorita tengo gente que entreno. Yo no pagué entrenador nunca. Y en lo que puedo les ayudo.
Sigo corriendo todavía, quedé segundo, corro en la categoría de 60, se llama veterano plus. Sí entreno, pero para estar en buena condición, porque hay muy pocas carreras de mi categoría. Donde hay muchas es en León, cada 8 días, pero dan mil pesos al primer lugar. No me sale la cuenta, con pasajes, hotel, inscripción, me quedan unos 300 pesos y si sale un gallón que me gane ya salí perdiendo. El último domingo de abril voy a correr en Acámbaro. Son 1500 pero está cerquita. Cada año ganaba en Chihuahua, la organiza el OXXO. Pero empecé a ganar de 60 hasta 63, pero llega alguien que acaba de cumplir 60 y ya me van aventando a un segundo o tercero. Cuando cumplí 65 me volvía acercar y otra vez a ganar, pasa siempre lo mismo, ahora estoy esperando la de 70. Ahora corro carreras de 10 kilómetro y si acaso 21.
Cómo entreno o entrenaba: cuando corro voy pensando que llevo a fulano ahí adelante, ya sé quién es, por ejemplo ahorita el mejor en Maratón se llama Luis Álvarez, entonces voy pensando: "Allá va Luis, allá va Luis". Me voy a Delgado, ida y vuelta, son más o menos como 35 kilómetros. Ya de regreso yo sólo me digo: "Jálale Chencho". Y yo mismo me digo, cuando faltan 200 metros: "Órale, córrele, el cierre". Yo hablándome como loco. Siempre hay una base, una competencia que te ganó fulano, ya sé que es el rival a vencer y ya sabe uno el ritmo que debe llevar por kilómetro para poder mantener ese ritmo en todo el kilómetro. Porque si son 42 y corro los primeros como si fuera de 10 la carrera, no voy a llegar ni a 20 y de nada sirve. El chiste es mantener el ritmo. Yo tengo mis programas de como pasar un kilómetro, checando, checando, si no aflojo voy a hacer tanto y me salen, bien medidos. Cuando entrenaba en Centro olímpico, cada vuelta, cada 400 metros los hacía en 1:05, cuarenta y cinco veces. A la hora de correr 5,000 metros, el kilómetro lo tenía que correr por abajo de tres minutos, mi tiempo era 14:19. En 10,000 era 28:53 casi 29.00. Eso era selectivo para San Silvestre en Brasil, pero nunca le pegué siempre llegué cuarto. Mi óptimo era el maratón, si me hubieran bajado a 10 o 5 kilómetro hubiera tenido que apretar paso, pero mi paso era para maratón.
Nunca tuve lesiones más allá de las normales, en el fut sí se lesionan mucho más. Me calé en el ciclismo pero sale re caro.
Hoy en día, los compas me preguntan si en mis buenos tiempos le hubiera ganado a los kenianos, ellos ganan hoy con 1:06 yo hice 1:04, les hubiera sacado 2 minutos
Gané muchos trofeos. Una vez se enojó conmigo un corredor de Celaya, me preguntó que como tenía mis trofeos y le dije que por ahí amontonados. Me dijo:
-No, si vieras cómo tengo los míos, en unas vidrieras, una chulada.
Pero pues el gana puros trofeos pequeñitos. Un día vino a ver mis trofeos y entendió por qué no los tengo en vitrina, el más grande mide 1.75 metros. Una vez hubo una fiesta en la casa y mi suegro, como no había con qué sostener un techito de cartón que hacía falta, le puso un trofeo de cada lado. Llegué a juntar trecientos setenta y seis trofeos ¿En dónde los guardo? No los conservo, hacían carreras en Celaya o en la región y mejor venían a comprármelos a mí, como con el tiempo se van picando, deteriorando les vendí casi todos. Algunos de los más grandes los he conservado, unos diez o doce. Me preguntan, cuál me costó más trabajo. La verdad es que todos, todos costaron trabajo. No tengo idea de cuantas medallas he ganado, muchas más que los trofeos, tengo un colgadero en un cuarto y en otro más que ahora a todos les dan medalla. Y antes no. Diplomas en papel también muchos, aunque nada más dicen el nombre, ya uno por acá le pone el tiempo.
Yo toco en un grupo desde hace muchos años, se llama grupo Bohemio, que antes se llamaba Leila. Antes tocaba batería, ahora bajo sexto y percusiones, y segunda voz.
Tengo cinco hijas y diez nietos hasta el momento.

 
Antes de que este espacio electrónico existieran, el señor Manuel B. Márquez Pruneda me envió una reseña de su padre, el Dr. Manuel Márquez Escobedo. Cuando hace unas semanas, el señor Andrés Sepúlveda García llamó mi atención al respecto de este personaje y su importante labor, reparé en la gran omisión en que estaba yo incurriendo.
El 27 de febrero de 1896 nació, en la villa de Chamacuero, el Dr. Manuel Márquez Escobedo; hijo del señor José María Márquez Aguado y la señora Narcisa Escobedo, fue bautizado al día siguiente con el nombre de José Román Manuel de Jesús y registrado el 13 de marzo solamente como Manuel Márquez. Sin embargo, el usaba el nombre de Manuel Baldomero,  seguramente por la antigua costumbre de adoptar el nombre del santoral; el 27 de febrero se conmemora a San Baldomero. El niño Manuel Márquez hizo sus primeros estudios en su natal Chamacuero, para continuarlos en la ciudad de México, posteriormente en la  Escuela Nacional Preparatoria.

El 2 de junio de 1923 hizo su examen profesional para obtener el título de médico cirujano y partero en la Escuela Médico Militar de la S.D.N. con grado de Mayor. 
  La erradicación total del paludismo no ha sido posible, aún hoy en día, en parte porque el méndigo mosquito se volvió resistente a los insecticidas, además de que, durante el primer semestre de 1983 por instrucciones del presidente Miguel de la Madrid, se restructuró la Secretaría de Salubridad y Asistencia.  Sin embargo, transcribo una tabla donde se percibe el descenso en la incidencia de la enfermedad, muy notorio a partir de la fecha de inicio de la campaña. Si a usted le interesa este documento del Dr. Márquez, puede obtenerlo en la liga indicada en la nota bibliográfica al final de este artículo.
Además de esta importantísima labor en el campo de la Salud Pública, el doctor Manuel Márquez Escobedo realizó labores docentes en 

Colegio del Estado de Guanajuato

Universidad Nacional Autónoma de México

Escuela Médico Militar

Escuela de Salubridad de la S.S.A.

Instituto Politécnico Nacional
En esta última institución fue Director de la entonces llamada Escuela Superior de Medicina Rural, de 1950 a 1952; además fue el fundador de la Cátedra de Entomología Médica y Enfermedades Tropicales.

Se desempeñó como médico en diferentes municipios del Estado de Veracruz.

Fue Diputado Federal  en la XLV legislatura, por el VI distrito del Estado de Guanajuato.

Hoy en día, en su natal Chamacuero, algunas personas de edad lo recuerdan cuando en los años cincuenta  circulaba en un jeep y enrolaba jóvenes comonforenses para trabajar en las campañas de erradicación del paludismo en zonas palúdicas cercanas.  Claro que su función como Vocal Ejecutivo de la CNEP no era esa, pero el hecho nos muestra que era un hombre cercano a la gente y que dedicaba todo su tiempo a la campaña de erradicación.


Como reflejo de la importancia de su trabajo, un aula del  Instituto de Salud Pública del Estado de Guanajuato lleva su nombre, así como un centro de Salud TIII de la Secretaría de Salud del Distrito Federal,  en  la Delegación Álvaro Obregón de la Ciudad de México.

Como último dato anecdótico les transcribo una trivia de la revista  de divulgación del  Decanato del Instituto Politécnico Nacional.  La forma en que describen al Dr. Manuel Márquez Escobedo en la pregunta 3  es una síntesis de lo aquí expuesto. 


Con su muerte acaecida en 1973, no lo perdimos y es por ello que decidimos poner estas líneas y así preservar su memoria para generaciones que le siguen, encontrando motivos de orgullo al conocer la obra de tan distinguido chamacuerense. A continuación me permito incluir una fotografía del apreciado Dr. Manuel B. Márquez Escobedo con su esposa, la Sra. Consuelo Pruneda de Márquez, en tránsito hacia su querido Chamacuero (A pesar del trabajo y la distancia, el Dr. Márquez siempre guardó un entrañable recuerdo de su pueblo natal, al que volvía cuando se presentaba la oportunidad).


En novimebre de 1944 fue miembro fundador y  primer Secretario General,  de la Sociedad Mexicana de Higiene, antecedente de la actual Sociedad Mexicana de Salud Pública, A.C.(1)

Su dedicación le permitió obtener los siguientes reconocimientos:

Certificado de Master Public Health de la Universidad Johns Hopkins de Baltimore Maryland (1938-1939).

Diploma de Medicina Tropical en la Universidad de Tulane en Nueva Orleans (1941-1942).

Diploma de  Malariología en el Instituto de Sanidad de Roma, Italia.

Como puede intuirse por estos reconocimientos, la carrera del Dr. Márquez Escobedo se orientó a la Salud Pública.

Fue Director de Salubridad en la Ciudad de México. D.F.

Fue Vocal Ejecutivo de la Comisión para la Erradicación del Paludismo.


Ya iniciada la década de los 50, una de las mayores causas de mortandad en todo el país era el Paludismo (también llamado malaria, fríos, calenta o chuchos), que se transmite por la picadura del mosquito conocido científicamente con anopheles. De 32.2 millones de habitantes en aquel entonces, 2 millones fueron afectados por este mal; más de 6 de cada 100 habitantes sufrían esta enfermedad. Ante ello, en 1955 se realizó una gran campaña en México para la erradicación de este padecimiento, por lo que el Gobierno Federal creó en 1956 la Comisión Nacional para la Erradicación del Paludismo (CNEP) de la cual el doctor Manuel Márquez  fue Vocal Ejecutivo.

Consultando el organigrama me percato que el Vocal Ejecutivo fue en realidad quien dirigió la Comisión. Un documento sumamente interesante, redactado además por el propio Dr. Márquez, detalla el funcionamiento de la comisión y, más importante aún, detalla las estrategias que se diseñaron y los diferentes niveles de efectividad obtenidos (2). Como yo no soy médico y mucho menos epidemiólogo o malariólogo es poco lo que puedo comentarle, amable lector, pero puedo decirle que en el documento se detallan las "zonas palúdicas" en el territorio nacional, mismas en donde la acción erradicadora debía concentrarse, y las acciones para cada caso específico, así como la forma en que dichas acciones estaban organizadas y coordinadas.

En el  siguiente mapa podemos visualizar la delimitación de las catorce zonas en que nuestro país se dividió, con objeto poder controlar mejor los problemas y focalizar la atención de los enfermos; independientemente de contratar el personal local y lograr la integración de los habitantes a los problemas que les aquejaban.

Agradezco al Sr. Manuel B. Márquez Pruneda la información e imágenes que amablemente nos proporcionó acerca de su padre, el Dr. Márquez Escobedo, así como el amable intercambio de información y sugerencias que sostuvimos para realizar este artículo.

(1) http://www.smsp.org.mx/fundacion.html
(2) http://hist.library.paho.org/Spanish/BOL/v49n5p414.pdf

 
El referente obligado para fotografías antiguas de nuestro municipio es don Antonio Balderas Martínez, quien ha logrado reunir una gran colección de estas imágenes.  Aunque he platicado varias veces con él, acudí a entrevistarlo "formalmente" a su domicilio, para saber un poco más de su vida y su carrera como fotótografo.  Transcribo la entrevista omitiendo mis preguntas y poniendo entre corchetes [  ]  mis comentarios. 




Después me encontré mi novia, me casé y me fui otra vez al DF, me había colocado en una empresa como ayudante de dibujante.  Con anterioridad  había hecho aquí en Comonfort  mis pininos con la fotografía; me dio buena orientación un fotógrafo de Celaya, de esos que les decían "sobadores", unos señores que iban a las bodas, tomaban sus fotos y se ponía a procesarlas luego luego, en ese entonces había que procesar placas, unas placas grandotas de 5 x 7 pulgadas. Ese señor se dedicaba a eso, a tomar sus fotos en las bodas para regresar luego, luego con las fotos impresas, saber procesar las placas, revelarlas, tenía su chiste muy especial: había que buscar un lugarcito para improvisar su cuarto oscuro y revelar las placas, luego a imprimir con la luz del día; se ponían unas prensitas entre el papel y el negativo, se exponía y se pasaba a revelar.  Ahora ya no hay eso, está muy digitalizada la cosa.  Ese señor me dio un poco más de conocimiento, ya había empezado pero no conocía muy bien todavía el proceso de revelado. Allá en el DF con la inquietud de avanzar en las cosa de publicidad, seguí aprendiendo, porque ser dibujante era para trabajar con dos tres agencias de publicidad; Con mi hermano pusimos un tallercito y un amigo de Silao, que trabajaba en una agencia de publicidad,  me invitó a trabajar como fotógrafo. Era una compañía importante, la Walter Thompson de México; llevaba la publicidad de Ford, Pepsicola y muchas otras. Primero me mandaron a Kodak, a capacitarme; ahí me pusieron al día de todo el proceso de la foto publicitaria, ahí seguí aprendiendo, eran trabajos muy finos y creativos. Fotografíe automóviles y muchas otras cosas, había que saber retratar una botella con líquido y qué llamara la atención, había que saber cómo se reflejaba el líquido; hay que buscarle. Después luego de unos tres años me liquidaron; yo ya tenía un laboratorio en mi casa, en San Felipe de Jesús, en el límite con el Estado de México, por el rumbo de la Villa. En ese laboratorio puse implementos para color. El color es más complicado, pero lo adapté muy bien para hacer hasta  fotos murales de un metro  de ancho por el largo que fuera,  hacía mis murales de blanco y negro o de color, hasta que se impusieron las máquinas automáticas para papel grande. Antes, ahora sí que era un rollo revelar esos rollos de papel,  porque se debe tener un lugar muy amplio para imprimir y revelar tamaños tan grandes. Kodak tenía unas tinas especiales donde cabían los papeles grandes.
El proceso a color es casi a oscuras, había unos filtros muy muy tenues, casi no se veía, apenas para poder dirigirse. En blanco y negro se podía checar la calidad de la imagen procesada aún en el cuarto oscuro. Para el color había que hacer una pruebita para comprobar si estaba bien de tiempo, si le faltaba o le sobraba. Los químicos tenían que ir a una temperatura fija, la temperatura ambiente afecta la temperatura de los químicos. Por eso  había que saber hacerlo bien, eso da mucha experiencia a la larga. Cuando me regresé a Comonfort para mí la foto de estudio era pan comido. Me enfadé del trabajo en mi propio laboratorio, porque  aunque salí de la compañía los mismos directores de arte me siguieron llamando para hacerles los trabajos. Nada más que ahí no hay de que "se lo hago hasta  mañana". Decían "lo necesito hoy",  y era hoy. Era un trabajo muy matado, mínimo de las cuatro de la mañana a las diez de la noche.  Me dije: "No, ya es mucho" y decidí venirme para acá a descansar un poco. Aunque primero debía  encontrar quién me comprara todo mi equipo y sí, hubo quien se lo quedó. En el DF duré 30 años, lo conocí bien, todos mis hijos nacieron allá. Fueron 10 en total 7 mujeres y 3 hombres. Sí los veo con frecuencia, nada más tengo uno que está en EU y  ya tiene como 18 años que no viene.


   Yo nací aquí en Comonfort en el año de 1936, por donde estaba la gasolinera, por donde es el respaldo de Elektra estaba la casa donde Nací. Ahí vivimos hasta que yo tenía unos seis años y mi papá, que era de la Laguna,  se apalabró con don Antonio Sánchez de aquí de don Juan; él inició, junto con otras tres personas, lo que le decían los duraznales. Llegaron a ser unas producciones muy importantes, entonces llovía mucha y llegó a ser famosa la cosecha de los duraznos; en la mejor época sacaban cien cajas de durazno diarios. Unos duraznos enormes, parecían manzanas, y se daban el lujo de que si un durazno les gustaba de sabor, guardaban el hueso, ese durazno que le llamaban prisco era una delicia, nada más para gusto porque no lo recibían las empacadoras. Después de esa cosecha de durazno (porque duran pocos años siendo productivos)  iniciaron a poner plante de aguacate. Yo asistí a la escuela que fundó el Sr. Cura Reyna hasta el cuarto grado, cuando dejé de ir me fui a trabajar con mi padre. Trabajé, con lo poco que podía hacer en las huertas, después con este mismo señor, don Antonio, también hacía mis pequeñas tareas como cualquier trabajador del campo. Después empecé con la música, la guitarra y el violín. Los primeros pesos que me gané  como músico fueron con mi padre, tocando, él era músico de formación, sabía nota. Formaron una pequeña orquesta y se dedicaban a tocar a las rancherías, entonces casi no había fiesta de quince años, puras boda, ese era su fuerte.  El conjunto lo integraba un bajo, de cuerda, un señor de Comonfort que se llamaba Florentino Gámez; don Dolores Capulín y don Emilio Merino que tocaban trompeta, ambos eran de Neutla. Esos eran sus más asiduos acompañantes. Yo lo acompañé muy poco, ya después, cuando tenía unos 20 años,  me fui para el DF; allá tenía yo un hermano.

Aquí en Comonfort di mi servicio militar, íbamos a marchar los domingos, aquí había un capitán que vivió por la calle de Cortazar; cada domingo marchábamos en el campo deportivo. A los que más le agarrábamos el modo nos nombraba sargentos y ayudábamos a controlar, nos juntábamos unos cien, porque venían muchachos de todos los ranchos. También había competencias, alguna de las más rudas era subir al cerro de los Remedios .Después de dar mi servicio me fui al DF, primero porque pertenecimos a una organización que fue muy grande, la Unión Nacional Sinarquista, yo me fui a capacitar a un instituto de la organización en el DF, una capacitación como líderes para ir a visitar los diferentes grupos en toda la república. Ahí dábamos un servicio voluntario de más o menos un año y cuando terminé ese servicio me regresé a Comonfort.


Regresé para descansar de hacer fotos, me  vine aquí a este terreno que tengo, puse unos puerquitos, pollos. Incluso una tiendita. Así estuve unos seis meses. Pero platicando con el Dr. Antonio Vázquez, que fue compañero contemporáneo mío,  me dijo: "No te retires de la fotografía, la población está creciendo", va a haber mucho movimiento.  Entonces volví a poner mi estudio, tenía algo de equipo. El señor Rodolfo Landín, de Orduña, le había comprado a don Pablo Sánchez la casa en la esquina de Juárez e Hidalgo, la que ocupo el IMSS varios años. Le dije que me la rentara, cuando el la compró ya se había salido el seguro. Le dije que me rentara un pedacito, Me contestó:  "El IMSS me da tanto por la renta, se quieren regresar". Le dije "Yo se los doy" y me rentó toda la casa, en uno de los cuartos puse mi estudio.  Yo vivía en una parte de la casa y le renté otro pedazo a un doctor, a la caja popular, a otro señor que vendía ropa.  Luego el propietario vendió la casa. Siempre se llamó Foto Adelita, por el nombre de una de mis hijas que vive aquí en Neutla. Después el señor prado me rentó la esquina de Allende y el Jardín y más que rentármela me la prestó. Después me fui a rentar con la señora Lidia de Leal, después estuve con Cheli Sánchez frente al jardín, después me pasé  a la casota grande de la viuda de Rodrigo Bárcenas, pensaba subarrendar, me fue tan bien, que nunca renté nada, nadie quiso meterse ahí. Luego regresé con doña Lidia, y luego en un local de la señora Victoria Enaine, ahí frente a la brisa. Ya luego había menos entrada de dinero, la última vez que tuve mi negocio fue en la plaza Macondo. Sí hubo demanda de la fotografía en el pueblo muchos años, yo sabía trabajar muy bien todo ese tipo de cosas, me empecé a promocionar con los profesores de las escuelas, ofrecí a ir a domicilio y me llamaban, yo iba a todos los ranchos, no había necesidad de que vinieran hasta el centro. Esa era la mayor demanda de trabajo, por el tiempo en que iba a terminar el ciclo escolar. Mi competencia era don Sebastián Balderas, que era mi amigo también, nos conocíamos desde antes de que yo pusiera aquí mi negocio. Luego empezó la foto digital y ya no se conseguía muy bien el material para el proceso tradicional. Entonces empezaron a meterse los fotógrafos ambulantes, me quitaron más de algún cliente,  pero en realidad ni conocían bien el negocio y les rechazaban el trabajo. A mí también, al siguiente año que hice el proceso digital, luego, luego me protestaron los maestros,   me decían que ya no daba la calidad. Yo llevaba mi sistema de luces pero no, nunca daba la misma calidad. Ahí fui yendo un poco a la baja, algunos profesores comenzaron a traer fotógrafos de Celaya y San Miguel. También, con las cámaras digitales muchas personas tomaban sus propias fotos en sus eventos y la gente ya no compraba. También en los actos políticos llevaba las fotos, a veces me las compraban otras no.  Novios también fotografié, ya sea en el estudio o iba a sus casas a retratarlos.
Cuando Pedro Laguna, fue presidente municipal, Abel Gómez también fue funcionario, ahí nos conocimos, él comenzó a juntar imágenes para su monografía. Nos empezamos a poner en contacto, yo reproducía las fotos y fui formando un archivo, también sumé las imágenes que tomó don Moisés Olalde, incluso hablé con su viuda, doña Chelito, para que me proporcionara algunas otras imágenes. Después, buen tiempo después, el licenciado Cuello, me dijo que tenía una caja con negativos que había encontrado cuando compró la casa en que ahora vive. Eran  muy interesantes, las reproduje. Son fotos de entre 1900 y 1910, no se sabe quién las tomó, la mayoría son del pueblo, pero entre ellas hay una de don Antonio Sánchez de acólito.


El Sr. Antonio Balderas Martínez nació en este pueblo el 12 de marzo de 1936. Hijo del Sr. Justo Balderas B. y de la Sra. Fortunata Martínez. Cursó su primaria hasta el 4º año en la escuela parroquial que fundara el Sr. Cura don José Reyna.
De 12 a 16 años se dedicó a las labores del campo. En ese lapso, enseñado por su padre, aprendió a tocar el violín y la guitarra. En el año de 1952, fue enviado al D.F. a capacitarse en el Instituto de la UNS, para prestar servicio social.
En el año de 1954 regresó a Comonfort, aquí se aficionó a la fotografía. Asesorado por un fotógrafo de Celaya, don Margarito Malagón, puso su primer y rudimentario estudio en la calle de Morelos junto a donde se encontraba el Salón Fiesta. Después de contraer matrimonio con la Sra. Antonia Palacios el 31 de Julio de 1957, se trasladó de nuevo al D.F. En el año de 1960 ingresó a  Walther Thompson, agencia de publicidad, como ayudante de dibujo. En esta misma fue contratado como fotógrafo publicitario, la misma compañía le costeó estudios con diferentes maestros. Fue reportero gráfico en varias publicaciones de circulación nacional. Después de varios años en el ramo, decidió retirarse y regresar a su lugar de origen para dedicarse a otros menesteres: el campo.
A sugerencia de varios amigos y conocidos de su época de chicos, decidió volver a la fotografía de estudio. A raíz de que fue funcionarios en Presidencia municipal y que el profesor Abel Gómez Barrón elaboró la primera monografía de Comonfort, decidió dar a conocer en forma gráfica las fotos antiguas que fueron publicadas en la Monografía  y que fueron proporcionadas por el señor Moisés OIalde Márquez.
Por esas fechas elaboró un mapa del municipio y un plano de la ciudad. Ha sido colaborador de algunas publicaciones: A.M., El Nacional y Miércoles en Celaya.

[Luego de platicar, don Toño me permitió tomar fotografías de las imágenes con que ilustro esta entrevista, en la primera figura él, tocando el violín y su señor padre tocando la trompeta, en otra imagen está don Toño fotografiando audazmente desde una  alta escalera que detienen varias personas.  Su hija me contó que don Toño había ganado varios premios por sus fotografías, pero no me dio detalles de los mismos. En la última fotografía está don Antonio en su estudio con su esposa y casi todos sus hijos. El texto siguiente es una biografía que me proporcionó impresa, la transcribo para mayor información. También me anticipó que está compilando un libro sobre fotografías antiguas de Comonfort, mismo que esperamos (nunca mejor dicho) que pueda ver la luz en breve. Pero más aún deseamos que don Antonio siga recuperando su salud.

Agradezco a la Señorita Mercedes Balderas, y a toda la familia de don Antonio, sus atenciones y su amabilidad para la realización de esta entrevista]




 

...y por las madrugadas del terruño,
en calles como espejos se vacía
el santo olor de la panadería.

"Suave Patria"  Ramón López Velarde





Hace unas semanas, el joven Miguel Ángel Ramírez Moya me sugirió hablar de su abuelito, el Sr. Cornelio Ramírez, quien ejerció el oficio de panadero durante muchos años, luego de intercambiar opiniones, la sugerencia derivó en hablar de quienes durante muchos años ejercieron o ejercen este oficio, poniendo énfasis en aquellos que, desde los años treinta del siglo XX, nos permiten regocijarnos con la delicia indescriptible del pan blanco, el pan de dulce y todas las creativas formas en que llega a nuestras mesas.
Durante los años setentas y ochentas la mayor parte del pan que se consumía en el pueblo era elaborado en tres panaderías: La de don Félix Cantero, la Flor, propiedad de don Domingo Vázquez y la panadería de don Salvador Campos, las tres ubicadas en la calle Allende.  Pero el antecedente común a todos ellos es la panadería del sr. Luis Anaya, quien, afortunadamente sigue con vida y amablemente accedió a platicar con nosotros, transcribo su entrevista:




Yo no nací aquí en Comonfort, nací en Lagunilla a un lado de Jalpa, municipio de San Miguel en 1930, trabajaba en el campo. Pero en una ocasión, cuando trabajaba de machetero -ese trabajo era de pura carga, cargar, acarrear-  llevamos a Valle de Santiago un equipo de futbol; me hice amigo de uno de los jugadores, varios eran panaderos, llevaban unos panesotes y me llamó la atención este oficio, pregunté si me podían enseñar  y me dijeron que sí, pero que tenía que entrar desde aprendiz.  La panadería estaba en la orilla del jardín, fui en las noches, les ayudaba un rato a trabajar y aprendí. Ya pronto me dijeron: "Ahora sí ya vente" y me la dieron de oficial. Trabajé con ellos, los que conocí en el futbol y luego se fueron y  yo me seguí, ya donde quiera me conocían después los panaderos.  Estuve trabajando de aprendiz muy poco, unos dos meses. Un día no llegó el maistro y me dijo el patrón: "Pos ni modo, yo creo que tú vas a ser el maistro".  Y yo no me quería animar. "Como te salga, hazle la lucha" me dijo el patrón. Le entré de maistro y trabajé con él trece años hasta que cerró. Le decían el Torolas. Un día me dijo: "Sabes qué, ya voy a cerrar, ya me enfadé". Y llegó el día que cerró, me dio muchos enseres de panadería, charolas, tableros, mesas de trabajo. Yo empecé en mi casa, ahí en Pípila, casi esquina Ocampo; hice un horno con adobes. Ya conocía a los que le daban el viaje de harina en Escobedo, eran unos españoles y fui y les dije que quería abrir una panadería, que si me podían dar a crédito la harina, ya  me conocían. "Sí, cómo no, ¿cuántos bultos quieres?" Me dijeron, y yo les dije: "Los que usted me pueda dar, unos dos tres cuatro, los que sea su voluntad, cuando se me acabe vengo, aunque sea en bicicleta". Me dieron diez bultos. En aquel entonces los patrones eran muy fijados, le daban a uno tantita manteca, el azúcar pesada; todo limitado y sufría el maistro que le faltaba manteca o azúcar. Abrí la panadería y empezamos a trabajar, pero no cerraba la bodega, les dije a mis panaderos: "Yo no quiero un pan frito, pero si quiero un pan que más o menos esté bueno". Porque los otros casi no le ponían manteca, por ahorrar, y salía un pan que nos podíamos agarrar a pedradas con él.
Empezamos a trabajar y hacíamos un pan bueno, no escatimábamos material y eso atraía a la gente.  Llegó el día en que las demás panaderías empezaron a cerrar. Llegó el día en que nada más estaba la difunta Nina(que tenía su panadería) y yo, y no dábamos a basto.  Abrí la panadería por ahí del 56. Yo tenía tres trabajadores de día y tres de noche. Las veinticuatro horas estábamos haciendo pan y con la bodega abierta. Yo les tenía confianza a mis panaderos y nunca sentí que me faltara nada. En esos tiempos trabajábamos por arrobas, me preguntaban: "¿Cuánto hacemos?  Les decía: "Lo que alcancen a hacer". No tenía problema, lo que hiciera se vendía. Había semanas en que no acabalaba con cien bultos de harina. Se puso bueno el negocio, yo entré sin nada, nada más tenía mi casita y a la larga me hice de mis centavitos.  A don Félix lo enseñé yo, se enseñó rápido y luego se fue con doña Nina, me dio gusto que se enseñó a trabajar, ya después le pasaron el negocio.
En las panaderías de ahora hacen una pura batida, ahí sacan todo el pan, cuando yo tenía mi negocio tenía una artesa donde cabían cinco bultos de harina y no le echaba uno todo sino que, por ejemplo: el pan de dulce lo batía uno y sacaba todo diferente, los estribos, el pan de agua, el pan de leche, las semas; son diferentes las batidas, lo que se le pone, cada pan tiene su sabor, ahora usan la misma masa para todo. Yo hacía el pan como se hace, una sema, una torta de leche, una torta de agua, unos gallos, chorreadas.
Yo a Domingo lo enseñé a hacer bolillos, a uno de Escobedo le decían "El Lobo", ya se murió, se llamaba Antonio. A muchos les decía: "A mí cuando me enseñaron hasta me daban unos manazos". Cuando me empezaron a echar competencia fueron mis propios aprendices.  En el tiempo que cerré yo daba cuatro piezas por un peso, y ellos daban a tres por un peso.
También me demandaron, pero no me hicieron nada. Sucedió que un día, en el octavario del corpus, les tocaba a los panaderos y no quisieron trabajar. Yo duré dieciocho años en la panadería y ni un solo día dejé de trabajar, un solo día no dejó de haber pan y ellos sí: que los domingos no hay pan y en otros días tampoco. Ese día no quisieron trabajar, les decía: "Entren a trabajar, hagan poquito pan y se van. Me da más vergüenza decir que no hay pan a decir que ya se acabó". Pero no, no quisieron. Total, salí yo y conocía a los panaderos y a cual más quería trabajar conmigo, metí la gente.  Al otro día de que les tocaba a los panaderos el incendio llegaron. Les dije: "Ni modo, ya tengo los panaderos y ya entraron.  Si apenas ayer entraron ¿Cómo les digo ahora que ya no hay? No los corro, vengan, el día que falte alguien entra uno de ustedes, a todos los ocupo, pero a mí me da vergüenza retirar a los que acabo de meter" Y no, no me pudieron hacer nada, se aventaron tres meses, al final no les di nada ni me hicieron nada.
Cerré porque tenía siete hijos, todos ya grandes, las muchachas estaban trabajando en el Sanatorio Celaya, los muchachos en Bachoco  y otro en Recursos Hidráulicos. Total que  nomás quedamos la señora y yo. Y me dije, trabajamos duro para  mantener a los muchachos y ahora ya se fueron ellos a trabajar. Ni modo, dije: "Vamos a cerrar" y cerré. A otro día ya valía a 50 centavos la pieza.  Cuando cerré  me fui de mayordomo con un ingeniero en una hacienda, duré cuatro años ahí.  A mí siempre me ha gustado más el campo. En alguna ocasión me fui a Estado Unidos, ya era panadero. Me fui, el tren me cobró treinta pesos con quince centavos a Monterrey y anduve por allá, me agarró la chota  y en lugar de llevarme al puente para echarme a México, me llevó a un centro de contratación, me fui a contratar ahí ya de compromiso. Me llevaron hasta Kentucky, ahí me aventé ocho meses y me hicieron otro contrato por cuatro meses más. Luego quise regresarme y ahí vengo, nos llevaron a Reynosa y cuando venía en el camino vi un letrero que decía: "Rancho de los Anaya", y yo sabía que allá andaban unos parientes. Anduve unos días en México y me regresé con la tentación de ir a ver a los parientes; llegué a Reynosa, pasé de aquel lado y ahí voy,  vi un carro que estaba cerca del camino y dije:"Le voy a preguntar a éste, este debe ser del rancho de los Anaya".  Estaba un gringo en una van: "Perdone, ¿donde está por aquí el rancho de los Anaya?" Y que saca la placa de chota, y ahí estoy a risa y risa pendejeándome y él nomás me miraba, y yo lamentándome y riéndome,  hasta que le dije: "Bueno, ¿qué, me voy así?" "Sí, vete", dijo. Llegué con los parientes. Tenían harta siembra de algodón, de cebollas, de verduras y andábamos desahijando el algodón y me mandaba con veinte peones, me la dio de capitán, pero yo no andaba capitaneando, agarraba mi suco como cualquiera. En la mañana me levantaba temprano, había una tienda donde tenían de todo para rancho, me levantaba temprano y barría toda la tienda, ya cuando me iba a almorzar me daban carne, huevos para que hiciera mi lonche. Ahí anduve mucho tiempo, luego me dijeron: "Ya te vamos a arreglar tus papeles para que no te brinques el río". Pero yo no quise. Nomás les decía yo que sí, me dije: "A lo mejor ya arreglando no voy a querer ir para México". Yo me anduve hasta California, iba y  conocía, estuve en Dallas y en muchas partes. Yo en lugar de meterme de panadero en Estados Unidos anduve trabajando en el campo, en un rancho donde cultivaban flor, en otro de fresero, cosechando lechuga, cebolla, la pizca de algodón en Arkansas. Allá en esos tiempos no hacían bolillos ni conchas, ahora ya hacen buen pan, ahora hay panaderías donde hacen bolillos, pan dulce.
Yo me la rifé, hice de todo, hasta molcajetes, los tejolotes a centavo y los molcajetes de primera a veinte centavos, también anduve cuidando mis vacas, trabajé en el rastro cuatro años y con el Zarco, machetero de cargar unos bultotes de cal, costales de rasta grandotes. Traíamos la gasolina de Celaya para las tiendas; en barriles. Atravesaban una tabla de orilla a orilla y servía para viajar, llevar gente a San Juan de los lagos, o a donde fuera. Aquí en Comonfort, cuando llegamos en 1932, nomás había un carro, se llamaba cuatro vientos, las calles eran empedradas o de pura tierra, yo anduve de leñero, entregaba yo la leña a las panaderías, cargas buenas, de a uno cincuenta. En mi panadería también hice el pan con leña, así empezamos. Cuando voy a estados unidos, todos mis muchachos y mis nietos quieren pan y lo hago de puro huevo, se moja la harina sin una gota de agua. Puro huevo, se bate, hace uno la presa y le hecha ahí todo. Cuando me vengo quieren que les haga y lo tienen ahí alzado hasta ocho días . En una ocasión que le hice pan a un hijo, a la mera hora de prender el horno de la estufa no sirvió. La casa está cerca del monte, me fui y me traje un tercio de leña y que prendo a la estufa con leña; se hizo un humaderón ahí en la cocina, pero salió el pan y salió re bueno.

Como no me era posible platicar con don Félix Cantero, sus hijas y esposa tuvieron la amabilidad de platicarme sobre él y sobre el negocio de la panadería, además de permitirme fotografiar el proceso de elaboración del pan.

Don Félix Cantero nació en mayo de 1946, saliendo de la primaria entró a trabajar en la panadería de don Luis Anaya quien le enseñó el oficio.  De ahí pasó a la panadería que se ubicaba en la esquina de Juárez e Hidalgo y estuvo trabajando alrededor de cinco años, después el propietario le traspasó la panadería, aunque el negocio permaneció en el mismo lugar pagando la renta respectiva. Alrededor del año 74 mudó el negocio a su actual ubicación en la calle Allende, posteriormente mudó su residencia a la planta alta del mismo domicilio.
Hacia sus últimos años don Félix se dedicó más a la parte administrativa. Eventualmente suplía a los panaderos que se ausentaban, pero el trabajo administrativo se fue volviendo más demandante y le absorbió más tiempo.
Algunas personas comentan que el pan que creó don Félix es más fino, más sabroso; él estuvo un tiempo en el Distrito Federal y en San Juan del Río, en esos lugares aprendió a elaborar otros tipos de pan, diferentes a las variedades que tradicionalmente se fabricaban en Comonfort; cuando regresó, alrededor del año 63 y, sobre todo, cuando tuvo su propio negocio, añadió las piezas que aprendió en otros lugares a la producción local. Si bien es cierto que siempre procuró fabricar un producto de calidad, también tenía que estar consciente de las posibilidades económicas de sus clientes. Procuró ofrecer calidad a un precio razonable, esto dio sus frutos porque en lo general su negocio siempre ha vendido más en despacho que mediante distribuidores y,  curiosamente siempre le interesó más esta venta  que el reparto foráneo, en parte porque este último crea más compromiso de producción.
A don Félix le gustaba salir, recomendaba a sus hijas "que no hicieran de la vida un mundo pequeñito" sino hacerlo grande. Siempre que salía de viaje era obligada la visita a alguna panadería, entonces observaba qué piezas no se producían en Comonfort y muchas veces trataba de incorporarlas a su producción. Esta costumbre perdura hoy en día entre sus hijas, siempre que salen obligadamente visitan panaderías foráneas.
Falleció el 13 de febrero de 2008, a la edad de 62 años, solía decir que él era de modelo reciente pero muy traqueteado. Como fue huérfano trabajó desde los 10 años, por esto decía estar muy trabajado, aunado un tanto a que el trabajo físico y los horarios de la panadería también cobran su cuota a la salud.
Sus hijas le ayudaron desde siempre en el negocio, cuando tenían nueve o diez años participaban en la venta, aunque, dado que el panadero es mano de obra especializada y considerando que era importante que conocieran el proceso completo, transmitió a todas sus hijas sus conocimientos en la materia.
De los tiempos en que mudó su panadería a la momento actual el trabajo evolucionó, antes contaban con dos hornos de material (piedra/tabique)  que debían ser operados por dos personas, quienes de manera empírica valoraban la temperatura existente en el horno y determinaban qué tipo de pan meter a cocer. Considerando esa situación, más lo complicado y cansado de operar un horno así, compró un horno mecánico que puede ser operado por una sola persona, además de mover las charolas y contar con termostato. Esta adquisición facilitó mucho su trabajo.
Don Félix siempre se interesó en que hubiera maquinaria que aligerara el trabajo, esta actitud ha sido continuada por sus hijas, aunque están conscientes que de esta forma el pan ya no es tan artesanal como el que la gente está acostumbrada a consumir. Sin embargo el aligerar el trabajo físico facilita que algunos jóvenes, con interés en aprender el oficio, puedan hacerlo en menos tiempo.
El volumen de producción no es el mismo que el de los años setenta. En el caso de don Félix  la época de mayor auge estuvo entre los años ochenta y noventa. Después, como suele suceder, algunos trabajadores se independizan y toman una parte del mercado pero, como dice la gente sabia, siempre hay para todos.
Los procesos de las panaderías artesanales, sobre todo las que tienen el horno en su propia casa, son muy similares.
Por contraste, el pan en las grandes ciudades se ha tratado de mecanizar al máximo, porque la mano de obra es escaza y complicada. Para no depender de ésta el pan se congela en las fábricas y se envía a los centros comerciales. Incluso hay máquinas que sacan el bolillo y lo congelan; lo distribuyen  y conforme se va vendiendo se va descongelando y cociendo. Además ya hay empresas que ofrecen harinas preparadas, específicas para cuernitos, pan dulce, bolillo, etc, esto aleja el sabor un poco más de las panaderías tradicionales.
Hay más de setenta piezas diferentes, al menos en la región, en el país entero habrá muchas más, en ocasiones es la misma masa con formas diferentes.  No diariamente se fabrican todas las variedades, hay algunas que, aunque sean de la misma masa que otras piezas no se venden tan bien, por lo mismo no suelen fabricarse con frecuencia.
El pan que no se vende en su momento se ofrece en bolsas al día siguiente, si no se vende se ofrece en costales para consumo animal. Hay un pan llamado "piedra" que es hecho de panes que se quedaron sin vender. La selección de qué piezas fabricar tiende esencialmente a que no haya pan sin consumir.

Aunque todo mundo conoce lo que es una concha o un cuernito, de lugar en lugar los nombres con que se designa a ciertos panes cambia, en lugares tan cercanos como Celaya o San Miguel hay panes que ya reciben un nombre diferente. Alguna vez alguien preguntó si tenían payasos, refiriéndose a los panes que aquí llamamos niños.
El proceso de la harina es tan variado que puede considerarse un tanto caprichoso, las conchas grandes y las chicas se hacen con la misma masa, pero su sabor llega a ser diferente. Influye a veces el momento en que la masa se levanta. En ocasiones, de un día para otro la gente comenta que el pan está más sabroso.  Finalmente no dejan de ser procesos artesanales y las variables de proporciones, tiempos o temperaturas no están contraladas con rigidez sino empíricamente.
Hay turnos en la panadería que se inician a las cuatro o cinco de la mañana, hay una cierta rotación para que se pueda tener activo el horno, máxime que los diferentes panes se cuecen a diferentes temperaturas. Hoy en día, por seguridad, el negocio se abre al público a las 6:00 am, pero antes a las 4:30 llegaban distribuidores por su mercancía.
El proceso completo de elaboración del pan dura entre seis y diez horas, desde que se amasa la harina hasta que sale al expendio.

Finalmente el joven Miguel Ángel Ramírez Moya nos cuenta un poco de su abuelito Cornelio:

Era muy inteligente y bromista. Si entrabas a la tienda de la casa, donde también vendían el pan, podías ver las paredes forradas de pancartas con críticas al gobierno. Algunas duras, algunas muy chistosas.
Un día, ya más viejito él y mi abuelita ya fallecida, entré a la casa y lo vi tomando un vaso de leche y comiendo unas donas Bimbo ¡hazme el favor!
Le dije ¡Qué onda abuelito ¿Cómo que comiendo donas Bimbo?! A lo que me contestó ¡Pues quién sabe cómo harán el pan aquí!

Quedó huérfano desde muy pequeño, desde antes de la adolescencia. Se hizo cargo de él su abuela. Era muy inteligente, pero no pudo terminar la primaria. No estoy seguro, pero creo que no tuvo hermanos.
Era originario de Neutla. Me contaba que de joven, cuando venía a Comonfort, comenzó a observar a mi abuelita a su paso por la calle de Matamoros rumbo al centro. Supongo que un día se animó a hablarle.
Una vez tuvo que pasar la noche en el camino a Neutla. Me decía que se acostó a dormir sobre una roca grande, pues conocía la leyenda de que los coyotes te duermen con su aliento, cavan un agujero en la tierra a la altura de tu cabeza y la entierran para asfixiarte.
Dijo que en la madrugada escuchó resoplidos alrededor de su cabeza. Supo que era un coyote pero no pudo moverse cuando intentó asustarlo.

Él y mi abuelita Antonia tuvieron 8 hijos que llegaron a la edad adulta. Ángel (mi papá), Andrés, Alfredo, Antonino, Guadalupe, Antonio, Martín y Mario. Todos Ramírez Placita. Hubo uno o dos que murieron de pequeños.

Mi abuelito trabajó en una panadería en San Miguel de Allende. Aunque no sé si fue ahí donde aprendió.

Yo lo recuerdo leyendo sus fotonovelas, El Libro Vaquero y El Libro PoliciacoNunca estaba quieto. Una vez encontró un trozo pequeño de un tronco y poco a poco, entre sus descansos, comenzó a labrar la madera con un cuchillo hasta darle forma de un trompo. Se compró su cuerda, le puso un clavo ¡Y zúmbale!

Cuando pasaba yo mis vacaciones de la primaria en casa de mis abuelitos, a veces le ayudaba a hacer pan. Recuerdo incluso haberme levantado en la madrugada para hacer el bolillo.
Me regañaba porque no sabía usar la báscula. Decía que entonces qué me enseñaban en la escuela.

Cuando aún podía andar y salir de la casa, se iba a Celaya a pedir sus bultos de harina, de azúcar y de sal; comprar la levadura, la grasa y el royal (verso sin esfuerzo).
Lo podías ver por la calle muy alineadito. Era delgado y alto. Afeitado y con el bigote bien recortado. El pelo siempre corto. La cabeza cubierta con un sombrero tipo bombín y en la mano no podían faltar los más recientes ejemplares de sus revistas favoritas.

Llegó a sufrir accidentes con el quemador del horno, que por cierto, los primeros que tuvo funcionaban a base de petróleo, que compraba en la calle de Morelos. No sé si ahí era la tienda de Fortino o la de Fortino era la de la esquina de Juárez y Rayón. Para esos quemadores de petróleo tenía un bote vacío de manteca afuera en el techo, de manera que la gravedad hiciera su trabajo para llegar el combustible al quemador.
La puerta del horno, que él mismo mandó hacer dentro de la casa, era una placa de metal que levantaba con un brazo de palanca al lado. A esa palanca le amarró una plancha de esas viejitas de fierro, a manera de agarradera.
Junto a la puerta del horno había una pequeña ventana por la que vigilaba el buen cocimiento del pan.
En tiempos de frío era común encontrarse uno o varios gatos retozando en el techo abovedado del horno. Mi abuelita usaba ese techo como secadora de la ropa recién lavada.



Amable lector, quizás usted considere que esta relación de panaderos es parcial, seguramente lo será, por lo mismo me disculpo anticipadamente con aquellos que bien pudieran ser mencionados en este artículo, por ser tan panaderos como los mencionados. Sin embargo estos espacios electrónicos tienen la bondad de ser perfectibles, cualquier sugerencia o mención sobre nuestros panaderos será bienvenida e incorporada en el texto de este artículo.


Agradecimientos (y son muchos)

A Ma. Luisa Cantero Hernández, Ma. Rosalía Cantero Hernández y la Sra. Luisa Hernández Ramírez, por el testimonio sobre don Félix Cantero y el funcionamiento actual de su panadería, además por permitirnos tomar la mayoría de las fotografías que ilustran este artículo.

A la Sra. Ma. Auxilio Tovar por la información sobre el sr. Domingo Vázquez

A la Srta. Antonia Paloblanco por trazarme el mapa histórico de los panaderos de Chamacuero.

A Miguel Ángel Ramírez Moya por el testimonio sobre su abuelo Cornelio Ramírez y por sugerirme tan interesante tema.

A los señores panaderos Luis Anaya y Felipe Vázquez por platicarnos sobre su oficio y sobre sus vidas.

Pero sobre todo, a todos los panaderos de mi pueblo que, día con día, con la destreza de sus manos, y la sabiduría de su oficio, han sabido, desde hace siglos, introducir el pan al horno y sacarlo en el momento justo para que su aroma, textura y sabor alegren nuestras mesas y nuestros sentidos.



Luego de esta ilustrativa charla con los familiares de don Félix, acudimos a la panadería la Flor para recabar información del Sr. Domingo Vázquez. Su nuera, la Sra. Ma. Auxilio Tovar, nos contó que la panadería abrió sus puertas el 1 de septiembre de 1967 (está por cumplir cincuenta años) . También nos comentó que el señor Domingo trabajó con don Pepe Ortega y después puso su panadería, falleciendo en el año de 1983, heredando el negocio a su hijo Ángel y éste, a su vez, a su esposa, la señora Ma. Auxilio Tovar.
Despues acudimos a platicar con uno de los hijos del señor Domingo Vázquez, el señor Felipe me platicó muchas cosas interesantes sobre el arte e historia de la panadería, transcribo lo que me contó:
Había una especie de código de los panaderos, le decíamos los diez mandamientos de los panaderos, yo me sé como tres, pero me sabía los diez, todas las cosas, muy bonitas, del dialecto y costumbres entre los panaderos, se terminaron. De lo más bonito que yo recuerdo es que uno era bien recibido a trabajar en cualquier panadería y no se arreglaba con el patrón, se arreglaba con el maistro. Yo llegué bien chavillo y me enseñé a hacer pan y anduve por muchos pueblos, soy el más viejo de los que andan por ahí todavía trabajando. Duré más de veinticinco años trabajando con mi padre y enseñé a más de veinticinco compañeros y todos salieron buenos para el oficio, porque en aquel tiempo respetaban al maistro. Ahora el pan se hace con mucho control de pesos, antes era lírico el sabor, los maistros me decían  "el bolillo debe saber a caldito de frijol". Con aquella sal granuda que se usaba antes, la revolvían en el agua, ya sabían cuánta se llevaba para tres o cuatro bultos de harina, se la revolvían, la probaban y otra vez se la revolvían, para que no quedara salado porque no desarrolla el bolillo. Le revolvían hasta que estaba como tenía que ser y en ese momento le agregaban la levadura y el azúcar, mientras tanto no le echaban nada. Nada se pesaba todo era a lírico.  Por ejemplo los polvorones, tenían un puño de manteca, un puño de azúcar y un puño de harina, tenían que ser iguales, entonces revolvían el azúcar con la manteca, bien revuelto y esa pasta servía también para la que llevan las conchas, y para los polvorones, ya nada más se le agregan dos tres huevitos el royal y el carbonatito; ya con eso se cuece si no, no desarrolla nada. Hay panaderías donde los muchachos se enseñan a la rápida, que ya en 15 o 20 días ya saben hacer pan. Pero son de esos que le echan harina a la máquina, la revuelven la sacan y a cocer. Luego, luego lo ponen en el horno y le echan poquita azúcar para que fermente rápido,  ¿a qué sabe ese pan?  Nosotros le ponemos levadurita, se la revuelve uno a la masa. Don Domingo aprendió con el Señor que le decíamos el Torolas, me parece que se llamó José Cortés, tenía su panadería muy grandota, yo no trabajé con él, pero le ayudé a tumbar los hornos, enfrente de donde estaba el farolito. Es que en aquel tiempo bajaban los rancheritos a comprar para revender, no había repartidor ni nada y todo era a mano, hacían un carajal de pan. Había una raza de panaderos que se llamaban los Orduña, yo me acuerdo de uno que se llamaba Pascual, otro José, otro Cruz, sus hijos ya grandes se llamaban Jesús, Lupe, etc., y cada uno tenía su sobrenombre.  En la mañana llegaba uno decía "buenas, buenas". Y preguntaba "puso el tomo". (Era el café y ese era diario)  "Ya todos menos el niño", contestaban. El niño era el que andaba barriendo y limpiando y que se andaba enseñando, Ése aunque estuviera viejo le decían el niño. Ya cuando lo metían a trabajar entraba otro niño y cuando ya era oficial entonces lo metían al tablero a  hacer pan. Por eso todos los que ya están en el tablero ganan más dinero. Entonces el maistro -el más viejo, el que estaba más colmilludo era el maistro- también trabajaba. Ahora el maistro ya no trabaja, nomás manda, como están las maquinotas… sacan la masa, ese es el cuerno de mantequilla, este es el elote fino, ya nada más se lo echa a los trabajadores. Y si no el trae un cuaderno que le llaman libro y ahí tiene todas las recetas, qué quieren que haga un beso, le buye y ámonos ahí tá.  Los mandamientos que recuerdo:  El primero: Limpiar el tablero. El segundo: andar en todo el mundo. Porque en aquel tiempo yo chiquillo andaba hasta Dolores Hidalgo. Fui a Neutla y no me querían contratar por chiquillo, me decían: ¿Tú qué sabes hacer?" "No pos soy Mixto", contestaba.  Eso quiere decir que sabía de las dos cosas (blanco y de dulce) y ya los harineros sí estaban muy aparte, los reposteros, los pasteleros estaban muy aparte. Esos casi no entraban en la panadería. La pasta seca es otra cosa también. Los fineros, que hacían el pan Fino de aquel tiempo, hacían campechanas, palomas, libro (que sale de la misma paloma). El mero pan fino era el de Cordón, el que le llaman las lupitas, los elotitos finos,  sale una rosquita torcida, le llaman la colasa, también el cuernito fino y los raspadores. También hay una ricura de pan blanco, ya se perdió todo eso, las carteras, el chimisco, las rodillas, los pañuelos, la rosquita blanca. Esa es bien trabajosa para hacerse, pocos panaderos saben hacerla, en aquel tiempo, cuando yo andaba con mi jefe, cuando acuestan a los Niños se hacía harta rosca de esa, todavía hoy, cuando levantan a los Niños me mandan hacer esa rosca, es rosca de pan blanco. Yo aquí hago, hago chiquita. Pero todo eso se va perdiendo porque a los chamacos ya no les pagan por tanto por ciento sino por charola o por día, ya están asalariados, entonces hacen pura concha, harta concha; no hacen novia, no hacen capote, no hacen gallos, no hacen niños que les llaman payasos allá en San Miguel. En San Miguel acostumbran a hacer mucho niño rojo, yo lo hago color de rosa.  Ellos echan harto pan de ese rápido entran a las once y salen como a las cuatro.  Y de los mandamientos yo me acuerdo: tercero ¿?, cuarto: comer y dormir cada rato, quinto ¿?   sexto: dormir  como perro.  Todavía ahorita hay unos panaderos que yo les hablo así y sí me entienden. Me habló un muchacho que puso una panadería, quería hacer un horno de cobacha, no cualquiera sabe hacer un horno de cobacha, ya eso se perdió también, antes era ladrillo crudo con lodo. Ese muchacho me mandó pedir que le explicara a su albañil el tamaño del horno y del tablero.  Y cuando me vino a ver me preguntó "¿Qué estás haciendo?"  "Estoy echando perro, le dije", Es que se tiende uno en  un cartón, antes como había tablas para el bolillo en esas se tendía uno. Y como había costales de manta, esos mismos los descocía uno y le servían como mandil y a la vez se cobijaba uno. Yo me paro antes de las tres de la mañana, igual la mayoría de los panaderos, ahora es peor que antes, porque como hay tricicleros, los tricicleros ya están a la seis listos para salir, antes como no había eso, llegaba uno a las cinco. Yo cuando trabajé con don Pepe Ortega en la noche estaba ese señor con don Cornelio, don Güero Vicente y unos trabajadores de Escobedo. Entrábamos a las cinco de la tarde, nos salíamos a comer y entrábamos a las siete y acababa uno de cocer a las 4:00 4.30 de la mañana. Y en aquel tiempo se hablaba de encajonar bolillo y eso ya no lo hacen.  Era pesado. En una tabla se ponía una manta larga como de tres metros, una tanda de bolillo. Había hasta tres, cuatro trabajadores y te aventaban un puñote de bolillo y había que darles a basto. Ahora el bolillo muchos lo hacen hasta en charola, no sabe a nada. El bolillo debe hacerse en el suelo, yo lo trapeo, debo tener unos trapos limpios con agua para lavarlos, eso se dice trapéalo o bárrelo, en un palo amarras un puño de trapos bien mojados. Esa limpiada que le das al horno te sirve para muchas cosas,  te sirve para barrer el piso del horno y te sirve para criba para el bolillo, cuando se mete, se mete con una pala larga, pero rápido, el bolillo se debe de meter lo más rápido que puedas. Unos quince centímetros se abre la puerta del horno, porque supura el horno y se le sale el calorcito. Por eso, los que tiene hornos modernos ahí tienen la puertota abierta ¿cómo sale el bolillo? Bien cenizote,¿A qué sabe? A nada. Nosotros todavía tenemos esa curiosidad.
Hoy en día todos quemamos gas, ya nos exigieron eso, antes sí quemaba uno leña, luego petróleo, yo trabajé mucho con petróleo ahí con don Domingo, pero había quemadores que no eran eléctricos, luego entraron los eléctricos que aventaban un poco más. Esos quemadores hacían que oliera mucho a petróleo. Cuando cambiamos a gas nos dimos cuenta de que ése no olía. Ahora hay algo más corriente, aunque sea más moderno: ya hay hornos de lámina.  Hay quienes hacen cuadrados sus hornos de material, el mío es curvo, por esos se llevó más de mil ladrillos, porque pusieron los tabiques de punta. El mío me da lata para calentarlo nada más el lunes: le meto más de media hora a todo lo que da, y ya se conserva el calor, y me saca el pan rápido y bien.
Todos mis muchachos, se hicieron profesionistas, sobresalieron, uno es ingeniero agroindustrial, ahorita tiene doctorado en ingeniería. Una es maestra, otra enfermera, eran ocho, se nos murió uno. Otro está en el norte y uno que me ayuda aquí, es panaderillo.
Mi papá ahí en Allende tenía su horno, que era de material, antes en los parandes el pan era de ese colorado con granito y color, ahora ya no, ya quieren puras conchas, como ahorita: está la fiesta en la remuda en la loma de San Isidro pues se llevaron unas conchas. Aquí viene el señor de la danza del torito en los Remedios, le hacemos unas seiscientas piezas, pero nada más le pone unas doscientas al parande. A mí me caen muchos parandes: de Orduña, de la Rinconada, de Jalpilla, de Calderón, de las trojas, y ahora ya están viniendo los de Presa Blanca y de San Elías, pero ellos piden otra clase de pan, más antiguo todavía que el de color, es más hasta me trajo la foto. "Yo te lo sé hacer" le dije, "Yo soy bien antiguo también; yo sé hacerte el pan que quieres", y él me dijo "Es que este pan no lleva mucha azúcar". "Te lo hago con pocos granos". Entonces le hice uno tipo Rosca de Reyes nomás con cuatro betunes y en medio le puse una florecita que le llamamos jitomatito, que en medio se le pone un poco de pasta coloradita. Otros se los hice garagoleaditos, como los corazoncitos, esos corazoncitos se usaban para un regalo, creo que soy el único que los sé hacer.
Yo no soy tan viejo, es que empecé de muy chiquillo, cuando yo ya sabía trabajar fui a Santa Cruz, hacía pan de a cinco centavos con ganancia. El pan de cinco centavos daban veinticuatro piezas por un peso. Y las de a diez te daban doce. Por eso mucha gente acudía a las panaderías. Quitaron la ganancia y ya no fueron, porque daban igual que los distribuidores. El bolillo también: valía diez centavos y cinco centavos. Y empezaban a meter el de a veinte con doña Nina, y decía don Pepe: "No eches de a veinte", casi no lo quieren, ya al último, echaban poquito de diez y más de veinte. Por ese tiempo me dijo el maistro: "Vete a donde te paguen más, (me pagaban cuatro cincuenta) tú ya sabes bien. Vete".  Y me fui a Santa cruz, me pagaban hasta diez o doce pesos. Pero allá todavía hacían harto pan de a cinco, me sorprendí, pensé: aquí no pasa nada.
Yo no me enseñé con mi papá, él era bolillero y me metió con uno que era grasero, muy bueno, se llamaba don Chonito. Chaparrito él, estaba de día ahí con don Pepe y mi papá estaba de noche, era bolillero.  Don Pepe estuvo ofreciendo la panadería, porque imaginó que los trabajadores ya tenían muchos años con él y, aunque no estuvieran asegurados, si podían hacerle un problema  si no les daba nada al cerrar el negocio. Así hizo don José el Torolas: le pasó los trabajadores a Don Luis Anaya, le dijo: "Llévate los trabajadores", y se los llevó todos. Don Luis Anaya poco a poco los fue descontinuando, ¿para qué? Pues para que no le hicieran problema a don José. Yo no trabajé con don Luis Anaya, nomás trabajé como dos veces, pero don Luis hacía bolillo… nombre. Tenía un hornote, hacia como ocho o nueve bultos de bolillo, sale y sale bolillo, como fuera: blanco, quemado, ámonos y órlale llévalo para allá. No entregaba nada, iban a comprarlo los de las tiendas, en ese tiempo había hartos señores que tenían dos tres burros, como ese señor don Chanito en la calle Morelos, era un viejito  alto grandote. Eran unas jaulas de palos tejidos con mecate, en esas echaban los pollos y en esas jaulas metían en costales o cajas. Echaban mercancía, se iban a los ranchos y vendían hilos, hebillas, servilletas, mantas. Ese señor llevaba y allá echaba cambio por pollos, chivos, maíz y llevaba pan. Yo tenía un tío que se llamaba José le decían don Pale y en eso andaba. Ellos tenían dos tres burros y dejaban uno por si alguno se les descomponía. Pero ellos iban en un caballo. Se iban lejos y duraban días, hasta que no acababan su panecito y en el pan ganaban y en los chiles, en los jitomates.  Ya llenaban las jaulas con lo que fuera.

 
El martes 2 de agosto de 2016 acudí a entrevistar al Sr. Felipe Llanito Noria, por sugerencia de su hijo, el señor Felipe Llanito Jiménez, quien me comentó acerca de la trayectoria de su señor Padre. Transcribo la entrevista omitiendo mis preguntas.
Yo soy originario de aquí, nací el 23 de abril de 1946, vivíamos, en aquellos años, en el Callejón de Los Florencio, en el barrio de San Agustín.  Mi papá me enseñó a tocar a los once años, no en un mariachi, sino en la orquesta de los Hermanos Elías que tocaban en el Kiosco; ahí me empezó a llevar y yo estudiaba con ellos. Mi papá se llamaba Hermelindo Llanito Ramírez, tocaba varios instrumentos y era de los que ensayaban a la danza de las Rosas, en la fiesta de Los Remedios. Era muy amigo del señor Santos, de Juan Ciprián, de don Filogonio… A veces también lo invitaban a tocar en  algunos conjuntos de San Juan de la Vega o San Miguel.

Yo empecé a tocar una tarolita; en aquél entonces así eran las baterías: una tarola grande y una pequeña; no eran como las de ahora. A esa edad ya andaba tocando con los señores grandes, pero estaba yo chiquillo y me cargaban mis cosas. A los trece años mi papá me inició con la trompeta. Seguí con los Elías, me enseñaron a leer las partituras y a tocar por nota. Tocaban en las serenatas y en los bailes, eran muy socorridos. Mi padre me platicó que don Filogonio era el mejor clarinetista en el estado de Guanajuato.  Yo estuve con ellos hasta el año 1960, porque de ahí me invitaron a Celaya a la orquesta de Pepe Vázquez, a participar como trompetista.  Cuando me fui para allá, a veces, si tenía modo, seguía asistiendo con los señores Elías. En esa orquesta estuve hasta 1964, me empezó a bajar el trabajo, no había muchos bailes. Entonces algunos compañeros de Jalpilla -se apellidaban Ángeles- me empezaron a enseñar canciones de mariachi de las que yo, realmente, no sabía mucho. Ahí me inicié en el mariachi. En 1964 me fui para San Juan del Río, me invitaron unos muchachos a formar un grupo y me tocó la suerte de que se filmó una película ahí: El gallo de Oro. Participé a los 19 años, fue lo primero que me emocionó, pues fue una emoción grande. Esto fue en junio de ese año, durante la feria de San Juan del Río. Participé con un mariachi que se formó ahí, si ve la película me verá, aunque puede que no me reconozca porque yo tenía otra fisonomía, era muy joven. En esa película actuó Lucha Villa, Ignacio López Tarso, Narciso Busquets.
A partir de ese momento me incliné a estudiar, adentrándome al mariachi, ya después me gustó. Yo estudiaba con un señor que se llamó Isaías Campos, el venía de México, tenía conocimientos y nos dio clases a todos de la música del mariachi. Me casé en septiembre en el 64, en San Juan del Río, nos conocimos lo que fue en la feria, duramos poco como novios, ya para septiembre estábamos casados. No le llevé serenata a mi mujer, porque mi suegro era militar, era subteniente del ejército y no había mucha confianza, mejor de lejesitos Estuve en San Juan del Río hasta 1976 cuando me fui para México, allá ya entré a estudiar con el maestro Anastasio Mendoza del Conservatorio Nacional de Música. Estudié porque hacía falta mejorar, la verdad el nivel de exigencia es mayor allá en la Ciudad de México de lo que tenemos acá en provincia.

En 1978 nos llevaron a España por parte de la disquera Melody, con el Mariachi América que lo traía Pablo Godínez Hernández.  Tuvimos la oportunidad de ir porque nos seleccionaron a nosotros, les habían hecho pruebas a otros grupos. Grabamos algunas cosas por allá, pero el material allá se quedó. Estuvimos del 4 de julio al 12 de octubre del 78. Hacíamos las galas, así le llaman a las actuaciones, en teatros, en ferias, llegamos al aeropuerto, nos recibieron muy bien a todo el grupo, nuestro primer trabajo fue en Alicante, de ahí a Pamplona, a la fiesta de San Fermín el 7 de julio, estuvimos todas las fiestas.  A las dos tres semanas ya empieza uno a añorar el lugar de uno, desde la comida, no se parece, ya añora uno el sabor de por acá. También tocamos en Jerez y en muchos lugares.

Regresamos y seguimos trabajando acá, se hacían grabaciones en diferentes empresas grabadoras, había varias, hoy ya casi no hay.
  Luego de aquel viaje a España ya no salí a ningún lado, porque me cortaba mi estudio el maestro me dijo, "Vas a seguir saliendo o vas a seguir estudiando" sí me sentí un poco frustrado, pero me dije "Hay que estudiar". Estuve estudiando entre en el 76 y el se enfermó en el 81, hasta ahí se quedó, se dio de baja en el conservatorio y ya no pudo ni dar clase, el nos daba clase de manera particular vivía él en Lindavista y nos daba clase a muchos y a muchos elementos que son muy buenos, era muy buen maestro.  Las clases nos ayudaban con la técnica, cuidar siempre la afinación, la limpieza del sonido, no demasiado fuerte porque se distorsiona. Siempre había algo que nos estuviera corrigiendo, era un maestro y había que hacerle caso porque era en serio.










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Cuando me fui a España mi mujer se quedó ya en Comonfort, los tres hijos ya estaban en la escuela: Felipe, Ma. Guadalupe y Juan Carlos.  Seguí con ese mariachi hasta 1981, luego me cambié a otro grupo porque empezaba a bajar el trabajo. Seguí con el Mariachi Los Palmeros en México, con ellos también se hicieron algunas grabaciones, pero les falto promoverlas, yo considero que quedaron muy bien, pero se conocieron poco. Después estuve con el mariachi Los Monarcas y ahí nos tocó acompañar a Fernando de la Mora en el Auditorio, el 15 de septiembre de 1984 y en la misma fecha participé con el Mariachi Arriba Juárez, les faltaba un elemento y me llamaron, acompañamos a Lucha Villa y luego seguí con mi grupo que era Los Monarcas para acompañar a Fernando de La Mora y la Sinfónica de Patrón. Se hacía un enlace, entraba la sinfónica y se enlazaba con el Mariachi.

No era difícil acoplarse a otro conjunto porque debíamos estudiar y practicar mucho, con los Palmeros y Los Monarcas estudiábamos, con éstos había un arreglista llamado Javier Carrillo, él nos enseñaba y así el grupo se hacía más profesional. Después entré a otro grupo: Halcones de América de Rubén Torres, sobrino de uno de los del Mariachi Vargas. Así he estado, siempre escalando, tratar de ir mejorando. Con ese mariachi nos tocó tocar con Don King. En ese entonces había muchas presentaciones, muchos artistas llamaban buenos mariachis, ahora ya no tanto. Acompañamos a José Ángel "El Cuervo" en el auditorio, con el participamos mucho, con Valente Pastor. Cuando no tocábamos con artistas famosos no nos faltaban invitaciones.

Había cantantes muy dedicados en la manera de acompañarlos, siempre exigían que se oyera bien. Me tocó en ocasiones acompañar al Charro Avitia, era delicado para acompañar. Bonito, alegre, a su manera de él, pero que no le cambiara uno sus músicas porque se enojaba, quería su arreglo de él. Decía: "Ese no es mi arreglo", algunos que no sabían echaban otro tipo de música y se las paraba: "Esa no es mi música". Era buena persona en su trato, pero delicado con sus arreglos. En un 15 de septiembre en Pachuca, en una televisora local, tenía yo a la esposa de él atrás y ella me iba tarareando cada que terminaba una: "Sigue tal canción" y me la tarareaba, no me fuera yo a equivocar, ella era la que dirigía el programa, el orden. Me decía a mí porque casi siempre se toma como líder a la trompeta, quizá porque es el que sobresale, y sí se me hacía raro, que estuviera atrás de mí, pero había que obedecer, era el trabajo. La que era, en su trato un tanto difícil, delicada, era Irma Serrano, había que hacer un poco de concha para sobrellevarla.

En 1985, cuando el terremoto, fallecieron muchos compañeros, muchos grupos se acabaron ahí, porque aunque hubieran quedado uno o dos, se acababa el conjunto. En los alrededores de Garibaldi hay un lugar muy nombrado: San Camilito. Ahí varios edificios se vinieron abajo, murieron muchos compañeros y a muchos otros no los encontraron.  Muchos de los que se salvaron se fueron para sus lugares de origen y ya no regresaron. Como muchos regresan de trabajar ya tarde y el temblor fue en la mañana ahí les tocó, durmiendo. Es muy nombrado ese lugar de San Camilito, ya lo reconstruyeron y sigue viviendo mucha gente en nuevas construcciones. Yo vivía, rentaba frente al Blanquita en ese tiempo y en ese edificio no pasó nada, pero acá sí, la mayoría de los compañeros ahí quedaron, era triste ver todo eso. Todo estaba incomunicado, una que otra gente que quedó se venían caminando hasta la terminal de autobuses, no había como moverse, yo vi y me dije, "Nos va a tocar caminar también a nosotros", pasaba uno por Tlatelolco y se veía todo tirado, mucha gente ahí llorando porque perdieron a alguien o no sabían, no se dieron cuenta.  Ahí se acabó el mariachi América con el que fui a España, el actual, el que tiene don Jesús Rodríguez de Hijar es otro mariachi, aunque con el mismo nombre.


Actualmente estoy con otro grupo, unos muchachos más jóvenes, tengo ya ocho años trabajando con ellos. El trabajo no necesariamente se carga al día sábado, es eventual, a veces un jueves se juntan varias participaciones. Nos llaman para casi todo, para bodas, para pedir la mano, para festejar un papá, una mamá, bautizos. Hasta para cuando se muere alguien, se dice que era el gusto del fallecido y a veces cuesta trabajo, ve uno la tristeza y se hace un nudo en la garganta. A veces también se acuerda uno de algo y es peor, pero es nuestro trabajo y hay que amachinar, y en la trompeta cuesta más trabajo. Un buen mariachi debe tener al menos seis elementos, con un tope de unos doce, pero en estos días la crisis ya no permite tanto. Nosotros solemos andar dos violines, dos trompetas, guitarrón y vihuela, ya si el cliente solicita más músicos pues se hace como él indique, más violines o más elementos, pero ya es por solicitud del cliente.

A la gente le agrada nuestro trabajo, hoy en día, quizá porque ya tenemos tiempo tocando y tenemos el repertorio más conjuntado, más integrado. Sonorizar con equipo no es indispensable, ayuda mucho en las fiestas, suele haber ruido y ese ruido opaca los violines, una buena sonorización sí ayuda mucho a la calidad del sonido. Actualmente hay mucha competencia, se ha ampliado mucho la oferta, por dondequiera salen grupos, por lo mismo trata uno de mejorar para que no falte el trabajo. Todos los instrumentos tienen su dificultad, la trompeta son tres émbolos y a partir de ahí ampliar todo, le decimos trompeta cromática porque lo da todo, bemoles, sostenidos, naturales y manejarlo con tres émbolos: graves, la esfera media, aguda y súper aguda, que no la trabajamos en el mariachi, lo manejan los salseros, es otro género de música.

El cliente a veces pide canciones que están de moda y, aunque no sean específicamente del género, hay que montarlas. Por ejemplo, las adaptaciones que hacemos de banda: alguien se encarga de hacer los arreglos, las adaptaciones para el mariachi, se montan y se oyen bien. Y muchas veces tocamos esa música, pero tenemos mucho material y muy bonitas canciones, más propias de nuestro género.
Hoy en día a dónde lleguemos se nota el gusto de la gente, aún los muy jóvenes, les impacta el ver llegar al mariachi, a veces gritan hasta los niños.
Todo lo que he podido realizar, todas las actuaciones que tuve oportunidad de realizar y todos los años que llevo tocando en tantos lugares y tantos públicos me llenan de satisfacción y me alientan y agradece uno a Dios, porque no es nada fácil.

Les doy clases aquí en comonfort a algunos muchachos, de solfeo y de trompeta, pero no he pretendido nunca formar un grupo, ya ve que los jovencillos son inquietos como que no obedecen mucho o uno, por la edad, no se adapta a ellos y viceversa. Es complicado.
Agradezco al Señor Felipe Llanito Noria y a  su esposa, la Sra. Elena Jiménez, su amabilidad y su gran disposición durante la realización de esta entrevista, así como al Sr. Felipe Llanito Jiménez por sugerirme este tema y compartirme la grabación del concierto del Mariachi Los Monarcas acompañando a Fernando de la Mora.


Hace unas semanas le solicité una entrevista al Dr. Florencio Cabrera, dado que es nacido en Chamacuero y con una intensa y muy interesante trayectoria profesional y cultural. Amablemente me visitó en mi domicilio y luego de un par de horas de amena charla se condensó el siguiente texto.  Agradezco al Dr. Cabrera la revisión de este documento, así como las imágenes con que lo ilustramos, pero mucho más le agradezco, de antemano, su ofrecimiento a enriquecer este espacio con sus remembranzas sobre nuestro pueblo. 
EN CHAMACUERO
Mi papá se llamaba Florencio Cabrera, no era de aquí, tenía dos actas de nacimiento, una de Apaseo (hoy Apaseo el Grande) y otra de Querétaro. Su padre era intelectual educado como era en la época, bajo la tutela de la iglesia. Mi papá quedó huérfano a los 13 años, tiempo de la Revolución, bien instruido para su edad; su tutor el Sr. Cura Rafael Lemus, entonces vicario de Apaseo (hoy Apaseo el Grande,) lo puso a trabajar como escribiente, luego rayador y por último administrador de varias haciendas de Apaseo, colindantes de Querétaro. Autodidacta, aficionado a la astronomía; lector de los clásicos, de los enciclopedistas. Sus favoritos eran autores del tiempo de la revolución francesa: Alejandro Dumas, Víctor Hugo, novelas históricas. Enviudó en los años veinte, tuvo dos hijos con su primera esposa. Me contó una historia muy triste sobre su deceso: Se había ido a trabajar a Estados Unidos, a California, allá en 1928. Regresó luego de seis meses, tomó el tren en Mexicali a Guadalajara; de la Perla Tapatía el tren número 8 a México que pasaba por Celaya a las 3:00 de la tarde (era muy bueno el servicio de trenes en ese entonces). En Celaya se bajó a comprar un ramo de flores para su señora antes de ir a Apaseo. A las 6 de la tarde tomó el "balazo", un tren que corría de Querétaro a Irapuato para regresar en la tarde. En Apaseo se encontró que su esposa había muerto dos meses antes, cuando nació mi hermano Ramón.

Le ofrecieron un trabajo: Administrar la Hacienda de Guadalupe [cercana a Soria] desde donde cada mes tenía que ir a Comonfort a pagar el "timbre" o sea los impuestos. Se venía en una Chispa, una carretela de dos ruedas, preciosa, para dos personas jalada por un solo caballo trotón. A veces se venía en bicicleta. En esos viajes conoció a mi mamá.

Mi mamá era una "solterona" de 25 años y trabajaba como encargada de la botica del Dr. J. Luz Mota, el esposo de mi tía Conchita Macías. En aquel tiempo un boticario tenía que ser calificado y la mandaron a Guanajuato a estudiar Farmacia, algo rarísimo en ese entonces para una mujer, fue un curso breve. Mi papá la conoció de lejecitos, se intercambiaban cartas, así eran algunos noviazgos de entonces. Finalmente se casaron.

Mi abuelo materno era el organista de la Parroquia, el Kapellmeister de Comonfort y el notario de la parroquia, el señor cura era el padre Cianca o Sianca. Mi abuelo era conocido como don Chon, nosotros siempre le dijimos papá José, se llamaba José Asunción Coello, una vez me platicó que su abuelo Marcelo llevaba el apellido Coelho, portugués o gallego, que luego se convirtió en Coello. Malas transcripciones en las oficinas del Registro Civil y la Iglesia.

Mi papá José estaba furioso porque su hija se casó con un viudo. El primer hijo de mi mamá fue Salvador, nació en 1931 en la Hacienda de Guadalupe; lo atendió el doctor José Aguado Escalona, que era el médico de la Fábrica de Soria. Mi papá vino a registrarlo a Comonfort, después fue a la notaría para el bautizo y se enfrentó con mi abuelo:
-Buenos días.
-Buenos días, qué se le ofrece señor -con esas palabras le habló a su yerno.
-Quiero bautizar a mi hijo.
-Muy bien, ¿Quién es su padre?
-Un servidor.
-¿Cuál es su nombre?
-Florencio Cabrera Manríquez
-Y ¿Quién es su madre? -era su hija, por supuesto.
-María del Carmen Coello.
siguió:
-¿Coello qué?
-Sánchez -respondió mi padre
-¿y qué nombre le va a poner? -y ahí estuvo su rencor.

Con el tiempo nos dimos cuenta que en la fe de bautismo aparece como "Expedito Salvador". Claro que hay un San Expedito, cuya imagen estaba o está en el templo de San Antonio en el jardín de Chamacuero, pero no es un nombre que quiera llevar nadie.

Viviendo ya en Comonfort, en la calle de Arista 30 donde mi padre tenía una embotelladora de refrescos "de canica", pues no había corcholatas, nació el siguiente hermano, el nombre que mis padres pidieron para registrarlo fue Luis Rafael pero la antipatía de mi abuelo seguía y le agregó Venancio, mi papá José creyó que era un nombre feo.

Creo que cuando yo nací ya estaba pacificado, no me agregó nada, a lo mejor es porque me pusieron el nombre de mi papá. Por esos días nos cambiamos a una casa que mi papá modificó en Pípila 10, con bellísimo jardín y una gran fuente en medio.

En 1935 enviudó mi Papá José de mi abuela María de la Paz Sánchez Sánchez, hermana de Paulina a quien llamábamos tía Pala, viuda de Mi tío Luz un tiempo dueño de la hacienda de La Soledad. Con Pala vivió mi tío Enrique toda su vida en la calle de Juárez esquina con Plaza Dr. Mora. Los Coello, y que me perdonen que lo diga, eran medio "alzados y creídos" de ojos azules como mi mamá, mi tía Lupe y otros.

Mi papá José se volvió a casar en 1940 con la mejor amiga de mi familia, Carmela Márquez, hija de D. Pepe Márquez que tenía una carnicería en una esquina del jardín y hermana del Dr. Manuel Márquez Escobedo, entonces fue un rompimiento de mi abuelo, su nueva esposa con su familia anterior.

Por cuestiones de la escuela, en enero de 1939 no fuimos a vivir a Celaya, la casa de Pípila 10 se la vendió a D. Benjamín Sánchez Camarena que tenía una tienda de abarrotes y cantina en el lado poniente del jardín. Había otra tienda importante en el lado norte de D. Jesús Delgado y por el lado sur la tienda obscura de D. Pancho Macías, cuya primera esposa fue la señora María Sánchez Sánchez que decían era muy bonita; fue la madre de mi tía Conchita, esposa del Dr. J. Luz Mota y del tío Ambrosio que temía la tienda en el lado oriente: "La Teresita".
Yo les digo que no tengo 83 años de edad; tengo 23 de edad, 60 de experiencia y 83 de añejamiento, como los buenos vinos. Fuimos doce de familia contando los dos hijos del primer matrimonio de mi papá de los cuáles vivimos diez, soy el quinto. Todos estudiaron, algunos carreras cortas. Luis mi hermano es médico, se especializó en Salud Pública e hizo posgrado en México y en los Estados Unidos. Siempre trabajó en la Secretaría de Salud y en la Oficina Panamericana de Salud, parte en Washington, parte en México.

FORMACIÓN PROFESIONAL
Estudié en la UNAM, fui la última generación que cursó en el antiguo Palacio de la Inquisición y llevamos el antiguo programa de seis años de carrera. El doctor Manuel Márquez Escobedo era maestro de Parasitología cuando yo estaba en segundo año de la carrera. Me inscribí con él por razones obvias, pero fue substituido porque lo nombraron jefe de la campaña contra el paludismo, junto con el Dr. Galo Soberón y Plata, padre del Dr. Guillermo Soberón Escobedo, ex rector de la UNAM y ex Secretario de Salud. En cierta forma el doctor Márquez influyó a mi hermano Luis para su carrera de sanitarista. Mi especialidad es la cirugía, soy certificado del Consejo Mexicano de Cirugía y cédula profesional de la Especialidad.

Desde niño fui aficionado a la aviación, le platico una historia: Allá por los inicios de los años cuarenta Luis y yo rompimos las alcancías que cada uno tenía. Acompañé a Luis a comprar una cámara de retratar, una Roxi con rollo 127. De regreso a casa mi papá nos preguntó qué habíamos comprado, Luis le enseñó su cámara. Y tú ¿qué compraste?,me preguntó. Nada, respondí, espero acabalar 10 pesos para subirme al avión del "chino Árciga"; un piloto que tenía una avioneta. Eso cobraba por una vuelta sobre la ciudad los domingos.
MI ESPOSA E HIJOS
Trabajando como Director del Centro de Salud "B" con Hospital "D" de Apaseo el Grande, y por relaciones anteriores, estaba en contacto con un gringo, Mario Carota( ingeniero nuclear y profesor de la Universidad de Berkeley, un pacifista enemigo de la guerra de Viet Nam) quien con su esposa Ethel y sus 16 hijos, biológicos y adoptivos dejó California y se vino en un autobús viejo, "la flecha", a estacionarse en la ranchería de Obrajuelo, junto a la hacienda del mismo nombre, de la familia Urquiza de Querétaro. Era un misionero seglar que se propuso ayudar a la gente, construyó una escuela, un campo de béisbol y cuando se ofrecía para ayudar a los necesitados, con bastante frecuencia, el médico era yo.

Por otro lado, contiguo al campus de la Universidad de California en Berkeley está el "Newman Hall", centro recreativo, biblioteca y capilla católica que asiste a los estudiantes, yo lo conocía muy bien. El capellán, Rvdo. Joseph O´Looney, organizó un grupo de más o menos treinta y cuatro jóvenes, que terminaban su universidad, para que vinieran en el verano de 1963 a trabajar algo así como servicio social, que vieran la realidad de los mexicanos durante la Guerra de Viet Nam. Fueron catorce mujeres que vinieron a Apaseo el Grande y el resto de varones a Jesús del Monte, una ranchería más adelante de Santa María, donde está el seminario diocesano en Morelia. Las muchachas se hospedaron con familias del Movimiento Familiar Cristiano y los muchachos en Michoacán como pudieron. En Apaseo crearon una escuela y un dispensario y, por supuesto, el médico era yo. La líder de este grupo fue Kathryn H. Leppert (Kay) y el de Morelia Ron D'Alessio, pero el centro de control estaba en Apaseo.

Yo conocía a Kay, eso éramos, unos conocidos y respetuosos. Al final de ese verano, cuatro muchachas decidieron quedarse una semana más y ahí empezó todo. Kay regresó a los Estados Unidos y continuamos escribiéndonos cartas que empezaron a subir de color. Para Navidad y año nuevo 1963-1964 fui y pasé la Navidad con los papás de Kay en Altadena, al norte de Los Ángeles. Un par de días después volamos a Berkeley, donde estaban de invitadas cuatro muchachas de Apaseo el Grande. El padre O´Looney nos prestó, a Kay y a mí, un carro convertible para movernos en el área de la Bahía de San Francisco. Formalizamos el noviazgo y al año siguiente el 3 de Octubre de 1964, nos casamos, con todas las bendiciones de su familia y la mía, en Altadena California.

Casados y con espíritu misionero o apostólico nos fuimos a vivir a Apaseo el Grande, que luego se diluyó; nacieron mis hijos e igual que mis padres, nos fuimos a vivir a Celaya por motivos de escuela.

Del hospital de Apaseo el Grande conseguí plaza en el Hospital General de Celaya como cirujano, todas las mañanas y muchas urgencias de noche y días festivos me la pasaba en el quirófano operando. Fui director del Hospital de 80 al 86 tenía mi oficina y atendía las salas de cirugía.

En una de esas encuestas a jubilados por el ISSSTE, que solicitan por internet, me preguntaron cuáles son las cosas que más extraño en la vida a mi edad. Respondí: añoro el quirófano, ya que no opero desde hace cinco años, puedo hacerlo pero ya renuncié por mi edad y evitar el maravilloso estrés del trabajo quirúrgico.


También extraño volar, fui piloto, aficionado y médico de Medicina de Aviación. Hice tres cursos, tengo tres certificaciones como médico de aviación: Médico examinador de Personal Técnico Aeronáutico; Médico Investigador de Factores Humanos de Accidentes de Aviación e Instructor aeromédico de personal de vuelo.

La tercera cosa que extraño es tocar el violín. Toqué de niño con mis hermanos, mi papá era aficionado a la música y también tocaba el violín. Recibimos clases del profesor Barrón y formamos un quinteto mis hermanos y yo. Cuando Ramón, el mayor, se fue al seminario formamos un trío, Salvador violín primero, Luis la flauta y yo el violín segundo. Éramos indispensables en las fiestas del día de las madres y de fin de año de la Escuela Vasco de Quiroga, de las señoritas Hermelinda y Rosa Méndez.

Mi papá nos dio una educación complementaria a lo que es la escolar, nos forzaba a hacer lectura, mis primeros libros fueron casi todas las novelas de Emilio Salgari, más grande seguí con Julio Verne y ya después uno lee más.


EL CLUB DE LEONES
Desde 1992 estoy metido en un programa de salud internacional con la Fundación Internacional de Clubes de Leones, (LCIF). Es un programa de Salud Visual, no soy oculista ni jamás operé un ojo, tengo mis asesores internacionales de la especialidad. La OMS nos dijo que el principal problema de ceguera en México son las cataratas. Empezamos con proyectos de cien cirugías, nos fuimos a Chiapas, a la Sierra Tarahumara en Chihuahua y en otros lugares de la república, empezó a crecer hasta que terminamos haciendo proyectos de 3,000 cirugías. Fuimos pioneros, ya lo dejamos porque "todo mundo" está operando cataratas: el DIF, la Fundación de Cinemas Gemelos. Quien más opera es la Fundación Telmex.

LCIF invitó a la International Eye Foundation, experta en habilitar programas y hospitales de la vista. Hace un par de semanas terminamos un proyecto de $383 mil dólares para habilitar y hacer sustentables cuatro clínicas de los ojos en México. Chihuahua, Chih.; Jerez Zac.; Ciudad Obregón Son. y Veracruz, Ver. Han sido tres años de intenso trabajo y adiestramiento en clínicas modelo que tenemos en la Ciudad de Guatemala y en Lima Perú. El éxito por la productividad y la calidad de los servicios es innegable.
Otra actividad en la que intervengo es con el Centro Carter, del expresidente de los Estados Unidos Jimmy Carter, que tiene programas de educación y de salud, en particular en África sub ecuatorial y en América latina. Uno de ellos es el Programa de la Eliminación de la Oncocercosis en la Américas, OEPA por sus siglas en inglés que inició en 1991. Hay trece focos en América de esa enfermedad, conocida también como ceguera de los ríos: en Brasil, Venezuela, Colombia, Ecuador, Guatemala y México. En nuestro país son tres focos bien delimitados: en el Soconuzco y zona Chamula en Chiapas y en el alto Papaloapan en Oaxaca. La oncocercosis está eliminada en Latinoamérica, con excepción de dos focos contiguos en la sierra de Parima, frontera de Venezuela con Brasil. Por intervención directa del ex presidente Jimmy Carter con el Ing. Carlos Slim, a través de la "Fundación Carlos Slim para la Salud", cuyo director es muy amigo mío, tuve algo que ver para ese convenio de colaboración. Asisto cada año a las evaluaciones del programa en la Conferencia Internacional de la Oncocercosis ( IACO en inglés), que hacemos en cada uno de esos países afectados y en Atlanta en los Estados Unidos. Es un programa bellísimo, para poder eliminar la ceguera de los ríos fueron necesarios, al mismo tiempo, programas de educación y salud integral. En pocas palabras, transformamos comunidades pobres en lugares de progreso, salud y sin ceguera.




SEMINARIO DE CULTURA MEXICANA
La corresponsalía del Seminario de Cultura en Celaya la inició don Alfonso Cabeza de Vaca hace cuarenta o cincuenta años, la resucitó el Dr. Guerra y yo le ayudé, Actualmente, por incapacidad de salud del Dr. Guerra, se está reorganizando la corresponsalía con la intención de incluir a nuevas generaciones.


LOS AMIGOS DE LA BUENA MÚSICA
Cuando Rafael Corrales Ayala creó la Orquesta Filarmónica del Bajío, bajo la dirección de Sergio Cárdenas, empezó a hacer giras a todo el estado; en Celaya no estaba aún el auditorio, se realizaban los conciertos en algún templo y llegó a suceder que eran más los músicos de la orquesta que en el público. Entonces el ingeniero Eduardo Durón (que ya falleció) y yo, empezamos a promover la música y la orquesta. Cárdenas nos sugirió que creáramos un grupo: "Amigos de la filarmónica" y lo creamos, lo mismo en Irapuato.

Empezamos a promover, en las escuelas de muchas partes, cuando venían los conciertos, también dábamos pláticas y comenzó a crecer la asistencia a las audiciones. En los meses previos al eclipse solar de 91, combinamos nuestras promociones musicales con información del eclipse. Andábamos por todas partes, incluyendo Comonfort. Asistíamos al "Café de Federico, (XEITC)". De ahí el encargado (Raúl López Tenorio, que murió hace unos tres meses) una vez me dijo: "Oiga, doctor, usted sabe mucho de música, aquí hay un programa que se llama El Concierto de la Semana ¿Por qué no se encarga del mismo?" Yo le dij:e "Mejor vamos a hacer uno nuevo". Le pareció bien la idea, empecé los viernes (ahora son los jueves de 9 a 10 de la mañana). Lo bauticé con el nombre de "Los amigos de la buena música". En septiembre cumplo veintidós años transmitiéndolo semana a semana. La radiodifusora tiene carencias así que el productor, el conductor, el encargado de los controles técnicos, las dos computadoras, quien contesta el teléfono, quien lleva las grabaciones y el locutor es la misma persona, soy yo.

El repertorio lo voy combinando, la gente pide lo más conocido, Liszt, Tchaicovsky, Beethoven, Mozart, etc. de tal manera que también ofrezco compositores menos conocidos, mi intención es dar a conocer más de la música académica o clásica.

Hay que mantenerse activo, el que no se mueve intelectual y físicamente se muere. Hay un principio que los médicos conocen: "La función hace al órgano", del premio Nobel de medicina 1904, Ivan Pavlov,  significa que lo que no funciona se deteriora y muere más pronto. Si esa puerta deja de abrirse se deteriora, si un coche deja de arrancar se deteriora como cualquier aparato. Así es nuestro cuerpo y trato de mantenerme física e intelectualmente activo, claro, ahora no puedo manejarme como cuando tenía treinta años. Pero voy a caminar a la alameda de Celaya cinco veces por semana. Camino aprisa, no corro, digo que solo los animales corren, porque tienen hambre o porque los persiguen. Bueno, se perdona a los humanos en competencias deportivas. Lo intelectual está en la lectura y en los proyectos en que estoy involucrado.



DATOS BIOGRÁFICOS
Florencio Cabrera Coello nació en Comonfort, Gto. el 21 de Octubre de 1933.
Hijo de don Florencio Cabrera Manríquez, agricultor e Industrial, de formación autodidacta y de doña María del Carmen Coello Sánchez.
Fue quinto de doce hermanos, todos aficionados a la música, del mismo modo que ambos padres y el abuelo materno.
En 1964 se casó con Kathryn H. Leppert, Bióloga por la Universidad de California en Berkeley.
Tiene dos hijos y cuatro nietos con doble nacionalidad.
Estudio la carrera de Médico Cirujano en la Facultad de Medicina de la UNAM generación 1952-1957.
Especialidad en Cirugía General y Subespecialidad en Medicina de Aviación y Aeroespacial con Certificado de los Consejos respectivos. Flight Surgeon de la Federal Aviation Administration (FAA) de los Estados Unidos.
Médico examinador de Personal Técnico Aeronáutico; Médico investigador de Factores Humanos de Accidentes de Aviación; Instructor Aero médico.
Es miembro activo de Asociaciones y Colegios de la especialidad de Cirugía y de Medicina de Aviación.
Fue dos veces presidente del Colegio Médico de Celaya, A. C.
Por méritos propios fue nombrado Presidente Honorario Vitalicio del Colegio Médico de Celaya, A. C.
Es autor de artículos médicos y de investigación. Invitado frecuente a dar conferencias sobre su especialidad y de otros temas culturales.
Trabajó 32 años en el Hospital General de la SSA de Celaya donde fue Director de 1980 a 1986.
Ex profesor y tutor de médicos internos y residentes de la especialidad en Cirugía G.; Ex profesor de Farmacología en la Facultad de Enfermería de la Universidad de Guanajuato. Ex profesor de Medicina Forense y Criminología de las Escuelas de Derecho de la Universidad Lasallista y de la Universidad de Celaya.
Hoy en día ejerce la medicina privada en su Consultorio.
Fue aficionado a la cacería y a la pesca deportiva. Ahora por el contrario, es defensor y protector de la fauna silvestre y doméstica.
Fue Piloto Aviador Privado, hasta cumplir 67 años.
Desde niño fue aficionado a la Música Clásica.
Toca el violín y un poco el piano.
Es Miembro correspondiente del Seminario de Cultura Mexicana.
Es Miembro titular de Consejo Municipal de Cultura de Celaya.
Desde el año de 1994 produce y conduce el programa semanal "Los Amigos de la Buena Música" en la radiodifusora del Instituto Tecnológico de Celaya.
Conferencista frecuente de temas culturales y en particular de Música Académica.
Escribe semanalmente, los domingos, una columna en la sección editorial de El Sol del Bajío.
Pertenece al club de Leones desde 1958, en donde ha desempeñado diferentes puestos a nivel regional.
Su trayectoria en esta Asociación es de suma importancia pues como profesional de la salud ha desarrollado actividades de gestión, supervisión, asesoría y organización de eventos en diferentes campañas de salud a nivel nacional e internacional. Para quienes desconocemos los nombramientos y títulos de esta Asociación Internacional, es complicado entender esto en detalle, pero baste decir que en la campaña SightFirst (un amplio e importante programa mundial de salud visual de esta Asociación) ha asistido a eventos en toda América Latina y gestionado 28 proyectos de Cirugía de Cataratas en México en los cuales 50,000 personas de origen humilde han recuperado la vista.
También representa a esta organización en las Conferencias Internacionales sobre Oncocercosis, esfuerzo conjunto de varias instancias que casi han erradicado este padecimiento en el continente americano.
Ha recibido muchos nombramientos y reconocimientos académicos de varias Universidades. En la Asociación Internacional de Club de Leones, recibió nombramiento y la medalla más importante que se puede conceder a un miembro de la Asociación, "Embajador de Buena Voluntad" válido en todo el mundo otorgado en la Convención Internacional de 2010 en Sídney, Australia. Esta distinción suele estar reservada para expresidentes internacionales de esta Asociación.




El doctor Antonio Muñoz Martínez
Para una ciudad pequeña, afortunadamente no tan lejana de mayores centros de población, la atención médica suele presentar ciertas dificultades.  Hasta mediados del siglo XX no hubo un hospital en forma y el existente no contaba, tampoco, con las instalaciones deseables para las necesidades de la población. Adicionalmente, hasta mediados de los ochenta la clínica del IMSS deambulaba de un edificio a otro.  En esos tiempos la atención médica la brindaban unos cuantos médicos particulares, puedo mencionar al Dr. J. Luz Mota y al Dr. Antonio Vázquez, pero a reserva de que pueda hablar sobre ellos y otros personajes relacionados con la Salud Pública,  hablaremos en esta ocasión del Dr. Antonio Muñoz Martínez quien no era nacido en Comonfort, ni radicó en este pueblo como médico, pero, y esto es lo singular, ejerció la medicina en este lugar durante cuarenta años.
El doctor Muñoz nació en Matehuala, S.L.P. el 23 de noviembre de 1912, estudió en la Escuela de Medicina de la UNAM, por supuesto, cuando esta institución se encontraba en el antiguo Palacio de la Inquisición.  Dio su servicio social en Pueblo Nuevo, Gto., titulándose en 1936. Fue llamado por Pemex como médico y trabajó durante once años en esta dependencia.   Fue director del Hospital Regional de Dolores Hidalgo, del Hospital Regional de Comonfort, del Hospital Regional de Celaya y del Hospital Regional de Apaseo el Grande.
En 1978 recibió un reconocimiento, a nivel nacional como Médico en Cirugía Experimental.
No obstante radicar en Celaya, durante cuarenta años acudió a Comonfort, de lunes a viernes, a dar consulta de 11:00 a 1:30, sin importarle que durante muchos de esos años hubiera que recorrer una brecha polvorienta y después una angostísima cinta asfáltica.   Aquí permítame, amable lector, hacer una remembranza:
La casa en Plaza 5 de Febrero # 14, era propiedad de los señores Puente; durante muchos años mi tía, Ma. del Carmen Carracedo, rentó esa casa y en ella habitó junto con mi abuela, doña Trinidad Muñoz quien, como se intuye, era tía del doctor. Usted seguramente conoce esta finca, dado que hoy en día es propiedad pública y es la sede del DIF municipal, para mayor utilidad se abrió una puerta hacia la explanada posterior, con lo que se crea un tránsito continuo de peatones, de la Plaza 5 de Febrero al espacio conocido como "Explanada del DIF". La acertada remodelación de este espacio conservó las habitaciones existentes.  La habitación que da hacia la plaza era, y es, la más iluminada de la casa. Ahí tenía su consultorio el doctor Muñoz, el zaguán, con una larga banca de madera fungía como sala de espera, este espacio tenía un pulido piso de cemento, lo mismo que todo el pasillo de la casa, el resto, salvo el consultorio, tenía un piso de barro que cedía, año con año, a la fricción de  los pasos.  Como en mi niñez fui visitante asiduo de esa casa, en todas horas del día, recuerdo por las mañanas a señores  y señoras de aspecto sencillo, quizás humilde, esperando por su consulta. Cuando el tiempo se lo permitía, el doctor Muñoz  almorzaba ahí mismo, no siendo raro que le entregara a mi tía todo tipo de productos del campo, con los que algunos de sus pacientes insistían, a falta de dinero, en pagar sus servicios.  Muchas veces, también, acudí como paciente y no llevaba yo, ni productos del campo ni efectivo. En la conciencia de todos los que le conocieron, se le consideraba no sólo un médico generoso, sino sumamente acertado. De ambas cosas hay sobrados testimonios de agradecimiento hacia su persona. Mi hermano y yo jugamos por toda esa casa pero, aunque no estaba cerrado con llave, desde siempre sabíamos que el consultorio no era parte del territorio de los juegos.  Quizá por eso tenía un aire de misterio, con su cama de auscultación de madera labrada, el biombo con soportes de fierro fundido, su frasco de abatelenguas,  otoscopio, baumanómetro y el infaltable estetoscopio.  Hoy sé cómo se llaman esos aparatos, en aquel entonces me parecían cosa de ciencia ficción, pero lo que llamaba nuestra atención eran los soportes de libros en su escritorio, dos monjes tallados en madera que, espalda con espalda, sostenían gruesos volúmenes de medicina, también dos pequeñas esculturas en chatarra de don Quijote y Sancho Panza. Aquél espacio estaba siempre limpísimo y luminoso, quizás acorde a la noble forma en que el doctor Muñoz ejercía su profesión.  
Saliéndome ya  de mi remembranza, comento que entre la clientela de origen humilde era donde se sentía más cómodo, me atrevo a decir que encontraba más sentido para su profesión ayudando que pensando en cualquier forma de lucro.  No fue raro que en los hospitales en que trabajó realizara cirugías sin cobrar, en otras pedía algún donativo para el propio hospital.
De su cercanía con la gente de Comonfort hablan las dos siguientes fotografías, ambas cortesía del doctor Alberto Méndez, en la primera se le ve compartir muy animoso con los demás asistentes a la toma de protesta del Sr. Félix Almanza Leal en 1942. Por si alguien no lo reconoce, es quien, casi al centro, sostiene la botella de sidra en su mano derecha.

En la siguiente imagen participa con varias personas del pueblo en algún recorrido por las cercanías, la fecha debe ser también de los años cuarenta.
Su carácter también le hizo protagonista de un sinnúmero de anécdotas, tenía un humor agudo, como en una ocasión que entró a consulta una señora muy bajita, como de 1.30 y le dijo: "Qué haciendo?, fulanita, ¿creciendo? Muchos de sus pacientes afirmaban que la mitad de la curación consistía en hablar con él,  la otra mitad la hacían los medicamentos. En los años setenta, mientras manejaba su vehículo, sufrió un infarto ( o algo cercano a un infarto), al intentar orillarse cayó en el canal de Soria, una persona que pasaba lo sacó y lo llevó al Sanatorio Celaya, al llegar iba dando instrucciones para su atención médica. Se cuenta que cuando la boda de uno de sus hijos, su futuro consuegro le mandó preguntar cómo iba a ir vestido, el doctor, poco afecto a ser protocolario, le mandó contestar que iría vestido de charro.


El doctor Muñoz ejerció la medicina hasta sus últimos días y tenía su clientela y sus pacientes, pese a rondar los ochenta años. Falleció en la ciudad de Celaya el 17 de Junio de 1992, habiendo ejercido su profesión durante cincuenta y seis años.

Agradezco al Sr. Jorge Muñoz Gómez la información proporcionada para la elaboración de este artículo, así como su confianza para la redacción del mismo.

Uno de nuestros más asiduos lectores y colaboradores, el Arq. José González De Santiago, "El Chere", nos sugirió publicar algo sobre el maestro Escultor Jesús Méndez González, me dio una breve reseña sobre el maestro, así como indicaciones prácticas para obtener la información necesaria, misma que aquí presentamos, no sin antes agradecerle a José por su excelente sugerencia.

El maestro Jesús Méndez González nació en Comonfort, Gto, el 30 de mayo de 1942. Desde muy pequeño su familia emigró a Morelia, donde curso la escuela primaria, posteriormente ingresó a  la secundaria en la ciudad de México, no había terminado de cursarla cuando el deceso de su abuelo materno, radicado en Comonfort, le hizo regresar a su pueblo, haciéndole el encargo de ocuparse de una enorme huerta de aguacate  (muy prósperas en aquellos años).

Se cuenta que en algún momento de descanso estaba tallando una figurilla en madera y coincidió con una visita del Padre Agustín Ayala, a quien le sorprendió la calidad de lo que, el entonces muchacho Jesús, estaba realizando. Le preguntó si le gustaba esta actividad y si pensaba dedicarse a ello, entonces le ofreció hablar con el Lic. Enrique Fernández Martínez, exgobernador y propietario del Instituto Allende de la ciudad de San Miguel. Tan buena fue su gestión que le consiguió una beca en dicha institución. Cabe recordar que por esos años la proyección del Instituto era de orden internacional y era un referente para la enseñanza de las artes plásticas en la región. Ahí el joven Jesús, de 1956 a 1962, desarrolló su talento y aprendió muchas técnicas para la escultura y, pese a ser muy bueno en casi todas (madera, cantera, yeso, fragua), su especialidad fue el vaciado a la cera perdida.  Oficialmente,   esa asignatura fue la que desarrolló de 1970 en adelante (casi cuarenta años) para el propio Instituto Allende, aunque desde años antes laboraba en la institución. Ello no significa que no desarrollara su trabajo personal como escultor y que no tuviera su propio taller.

Cuando recibí este honroso (y pesado) cargo de Cronista Municipal, una de las primeras acciones que quise realizar, fue escribir al respecto de mi antecesor, el Profesor Plácido Santana a quien, pese a conocer  su trabajo como cronista y su participación en la cultura del municipio, casi nunca traté.  Le miraba pasar rumbo a la casa de su familia, pero siempre le vi un aire serio, como de persona muy ocupada (y lo era).   Apenas unas semanas después de rendir protesta acudí con el Sr. Enrique Santana para pedirle información sobre su hermano. Siempre me sorprendió y halagó la absoluta disposición de Enrique para facilitarme no sólo información sobre el profesor Plácido, sino sobre todo lo que hubiera investigado y sobre todos los documentos que se conservaran.
Como es evidente, en repetidas ocasiones le solicité alguna imagen, documento o información y siempre fue consecuente con su oferta inicial, lo cual nunca agradeceré suficientemente, pese a haberle expresado mi gratitud en cada una de esas ocasiones.

También llamó mi atención la forma en que Enrique procuró siempre preservar la memoria de su hermano y buscar el reconocimiento hacia todas las actividades que desempeñó. Entre las que recuerdo está la publicación del libro "Plácido Santana, treinta años en la Cultura de Chamacuero", mismo que no sólo fue escrito por Enrique, sino solventado en su impresión y revisión. Una vez presentado el libro, su autor se dedicó a obsequiarlo a todos ellos que hubieran conocido al protagonista de este interesantísimo documento. A mí me entregó una docena de ejemplares para distribuirlos entre los Cronistas del Estado que hubieran sido contemporáneos de su hermano.

Años después me mostró imágenes de un reconocimiento póstumo que recibió el Profesor Santana, de parte del Diario El Sol del Bajío, haciéndome hincapié en que mis publicaciones sobre mi antecesor habían contribuido a que los encargados de otorgar dicho reconocimiento así lo decidieran.

La Corresponsalía del Seminario de Cultura, cuando entregaba reconocimientos, entregó el "Laurel de Plata", galardón creado para los comonforenses de alto mérito ya fallecidos: Más aún, me atrevo a decir que el Laurel de Plata se creó específicamente para reconocer al profesor Santana, aunque posteriormente se entregó a otras personas.

En otro momento Enrique Santana y otra persona me invitaron a organizar un concurso de investigación sobre el municipio, mismo que se llamaría "primer concurso de Investigación Profesor Plácido Santana Olalde" y estaría dirigido a niños y jóvenes. Como la idea me pareció muy buena, me sumé con gusto y me encargaron ir pensando en las bases del mismo, cuando tuviera oportunidad de hacerlo. Como esos plazos abiertos, ese  "Uno de estos días" son el mayor sinónimo de nunca, a la semana siguiente llevé las bases redactadas en su totalidad y un tríptico, con ilustraciones incluidas, para orientar a los futuros interesados.  No sé quién debía dar el siguiente paso, Enrique pagaría los gastos de publicidad, así como los premios del concurso, el caso es que éste no se llevó a cabo, tampoco cuando se lo propuse a otra organización del municipio.


 
Por esta pieza el maestro ganó un primer premio en la ciudad de Chihuahua, pero nunca acudió a recibirlo.
Después de la escultura, la segunda afición suya lo fue la lectura, leía entre pieza y pieza y en su escaso tiempo libre.
También era común que perdiera la pista de algunos de sus trabajos, mismos que terminaban en alguna colección para beneficio de los intermediarios, o que cambiara algunos de sus trabajos por herramientas especializadas, sobre todo con personas que iban y venían a los Estados Unidos. Inclusive, no solía firmar sus piezas, unas pocas de éstas llevan su firma. También afirmaba que el artista nunca vive de su trabajo, siempre debe tener alguna actividad complementaria que le proporcione estabilidad económica. Además, al ser su técnica más utilizada la cera perdida, cada objeto creado resultaba único, porque el modelo original se derrite para dar paso al bronce, y no existe molde para reproducir más piezas. Es decir que no había posibilidad de realizar muchas piezas de un mismo modelo y si esto limitó  la cantidad de obras que produjo, del mismo modo hizo única cada una de ellas.

Pero si no era un devoto de su arte ya terminado, sí lo era de su trabajo, solía acudir al Instituto Allende aún en domingos y días festivos, obviamente tenía su llave de la puerta para tal efecto.
También era un enamorado de su pueblo natal y, a diferencia de otros artistas famosos, no sólo no renegaba de éste, sino que lo promocionaba a la gran cantidad de extranjeros con que trató a lo largo de su carrera. Incluso llegó a pensar en establecer su fundición en Comonfort, pero lo hizo desistir la necesidad de ir y volver todos los días, máxime con la terrible carretera de aquellos años.
Nunca tuvo problemas de salud a consecuencia de su labor, pese a los riesgos inherentes de ésta, sin embargo ello no lo habría detenido,  él hubiera dado la vida por su arte.

El maestro Jesús Méndez González falleció en mayo de 2009. Cuando, ya mayor, se le complicaba trabajar la fundición, realizó esculturas en resina, con una técnica que catalizaba la pasta y dejaba unos minutos para darle forma.  Esta pieza es un ejemplo de ello.

Quizás esta enumeración de exposiciones y premios pasa a segundo plano cuando se tiene oportunidad de conocer su obra. Basta ver sus trabajos para percibir el talento que cultivó durante muchos años. Más aún, seguramente sus reconocimientos y su fama hubieran sido mayores pero ninguno de ambos le atraía, ni promocionaba sus trabajos, ni hacía publicidad a sus reconocimientos; ni siquiera actualizaba su currículo, más bien era común que los extranjeros le platicaran de los lugares donde su arte era exhibido.

En diferentes ocasiones le ofrecieron hacerse cargo de talleres de fundición a la cera perdida en Monterrey y en Texas, le daban muchas facilidades y le ayudaban a instalarse en su nuevo lugar de residencia,  sin embargo siempre manifestó una fidelidad ineludible para con el Instituto Allende. Además, aceptar estos trabajos obligaba a dejar muy de lado su labor individual como artista. Quizás hubieses sido más lucrativo, pero este asunto nunca le desveló, incluso no tuvo interés en promocionar ni buscar mejores escaparates comerciales para su obra.  No era raro que alguien manifestara interés por una de sus piezas y si el interesado decía, nada más traigo tanto, el maestro cedía y vendía su pieza por debajo del valor estipulado.   En otras ocasiones le solicitaban obras para alguna exposición, entregaba una docena, bien documentadas con sus nombres, técnicas, dimensiones, etc., a la larga se hacían perdidizas. Era un apasionado de su trabajo, lo demás, la fama, la comercialización, el lucro, el reconocimiento, eran secundarios.
Una anécdota colorida: era tan joven cuando llegó a estudiar que en más de alguna clase de dibujo del natural en la que, como es natural, había una modelo desnuda, le pedían que se retirara, dada su apariencia de adolescente. Cuando estaba cercano a terminar sus estudios, un maestro de Pintura, coincidentemente de apellido Pinto le dijo:
-Como no hay maestro de escultura, a ti te va a tocar la clase.
El único detalle es que las clases eran en inglés y Jesús le aclaró que no se sentía con la capacidad para expresarse en ese idioma. El maestro Pinto comprensivamente le dijo:
-Pues tienes hasta el fin de semana para aprenderte como se dice, en inglés,  "cera, bronce, metal, y todos los instrumentos que utilizas.

Además de la formación académica que mencionamos, se puede considerar que el maestro era un artista nato, pues entre sus recuerdos infantiles está el fabricar aviones con ramas y hojas, que recogía en un bosque cercano, mismos que vendía entre sus condiscípulos de la primaria.

Siendo aún un estudiante realizó su primera exposición, ésta fue en la Escuela Preparatoria de Celaya, en 1957. A partir de ahí no dejó de exponer su trabajo, fueron muy frecuentes sus exposiciones en el Instituto Allende. En 1965 fue invitado a participar en los eventos culturales de la Feria de San Marcos, en Aguascalientes obteniendo el Premio Especial de Escultura.
Expuso en el Palacio de Bellas Artes, en la ciudad de México, participó en la III y IV bienal de escultura en la ciudad de México.

Participó en exposiciones  colectivas en las galerías Horizon Gallery en Recport, Massachusetts y "Gallery  Catalina" de San Antonio Texas.
Algunas obras suyas están en la Galería Moderan de Banjaluka, antiguamente en  Yugoslavia y hoy en la Federación de Bosnia y Herzegovina.
Además de los trabajos que se conservaron en su casa,  sus obras se encuentran diseminadas por el mundo entero, muchas de ellas fueron vendidas directamente por el maestro a personas de Estados, Unidos, Canadá, España y muchos otros países.


La pintura no le llamaba la atención y no se consideraba bueno para esta disciplina, aun así llegó a realizar trabajos en diferentes técnicas, uno de ellos se utilizó para la portada de un libro.
Agradecemos enormemente a la esposa del maestro Méndez, la maestra Carmelita Gelasio, toda la información proporcionada para este artículo, y al decir toda quiero decir que todo lo escrito nos fue compartido por ella. Aquí conviene complementar que contrajeron nupcias en 1974 y tuvieron dos hijos, ninguno de ellos se dedicó a la escultura, aunque no les faltaba el talento necesario. Habiendo sido yo alumno en la escuela Tresguerras de Comonfort, necesariamente conocí a la maestra Carmelita y al haberla conocido necesariamente guardaba de ella un grato recuerdo. Grande y agradable fue mi sorpresa al compaginar recuerdos y nombres en una misma persona, más agradable fue el nítido retrato que, sobre el maestro Jesús Méndez y su arte, esbozó para nosotros en unas horas de amenísima charla.
Estas piezas fueron vaciadas con la técnica de moldeo en arena sílica.
Pero si lamenté que tan buena idea no se concretara más lamenté lo siguiente:

En 2016 la asociación de Cronistas del Estado solicitó a sus integrantes, es decir los cronistas municipales,  información sobre las personas destacadas en el ámbito de la cultura nacidas en sus municipios, con la intención de proponerlos para la integración del Libro "Grandes Guanajuatenses", en su primer volumen, dedicado a la cultura. Yo envié la información del Profesor Santana, y del Pbro. Felipe Hernández Franco. Hubiera mandado con gusto información sobre Agustín Ayala pero no es nativo de Comonfort, lo cual a mí nunca me ha importado, pero a los coordinadores del libro sí (como es lógico).  También había la condicionante de que los propuestos fueran personajes ya fallecidos, lo cual descalificó a una media docena de chamacuarenses. 

El profesor Plácido Santana fue incluido en el libro, mismo en que figuran un centenar de coterráneos nuestros, algunos muy famosos, como Diego Rivera, Jorge Ibargüengoitia, María Greever o José Alfredo Jiménez; otros cuya labor compete más al ámbito de sus municipios, pero no por ello menos ejemplares en el trabajo desarrollado. Sin embargo, hay dos omisiones que me parecen graves: La del padre José Ignacio Basurto,  quien, como sabemos, escribió el primer libro infantil en América Latina. Para mi descargo esa falta le corresponde al cronista de Salvatierra. La otra es la del escultor Jesús Méndez González, ese sí originario de Comonfort, pero de quien tuve conocimiento apenas hace un par de meses, ello no me exculpa de su omisión, por supuesto.
Cuando supe de la inclusión del profesor Santana decidí esperar a la publicación del libro para llevarle un ejemplar a Enrique, presagiando el gran gusto que ello le daría. Nunca imaginé que los hados del destino tenían más prisa que los editores del libro.  Quizás sea esta contradicción la que me lleva a escribir estas líneas.  El primer volumen de los Grandes Guanajuatenses no se ha impreso aún.  Está disponible en línea en esta dirección:



http://www.guanajuato.gob.mx/GrandesGuanajuatenses.php


Es muy interesante en su totalidad, además ahí puede usted, amable lector, constatar la inclusión de Plácido Santana entre los Grandes Guanajuatenses de la Cultura, honor ganado con treinta años de trabajo en pro de la cultura de su municipio.
En la idea de proseguir con el admirable interés de Enrique Santana por el reconocimiento al trabajo de su hermano Plácido, le comparto el libro: "Plácido Santana,  treinta años en la cultura de Chamacuero", está en esta liga junto con otros trabajos en los que he intervenido, incluso como autor. Le invito a que lo lea, es el mejor homenaje que, individualmente, podemos rendirle a quien realizó tantas actividades en beneficio de nuestro pueblo. También será un homenaje a los diez años que su hermano Enrique dedicó a preservar su memoria.

Libro: Plácido Santana Olalde Treinta años en la Cultura de Chamacuero



Un tarde de domingo que, como todas las tardes de domingo del mundo, según un gran escritor, tenía un aire triste, llegó a visitarme un señor de aspecto amable quien, guitarra al hombro me preguntó si podía yo revisar la letra de un corrido histórico sobre Chamacuero. Como accedí con sumo interés me tendió la transcripción de su corrido. Luego de una media hora entre mis sugerencias y sus propuestas la letra definitiva del corrido se fue perfilando.  Una semana después ya no me presentó la letra corregida, me cantó el corrido de viva voz. Además del gusto de escuchar su interpretación y constatar lo muy a bien que había tomado mis sugerencias, continuó, a lo largo de varias visitas dándome a conocer sus materiales, solicitando alguna opinión o escuchando alguna sugerencia de otros de sus corridos. Para cuando le propuse grabar sus interpretaciones ya sabía yo que su nombre es Toribio Gómez Parra, nativo de esta población, específicamente en la Hacienda de Virela y radicado en el rumbo de Camacho. Durante muchos años artífice de la cantera y durante otros tantos músico que aprendió a tocar la guitarra con las instrucciones de otro célebre interprete a quien apodaban "El Viki". Con dicho bagaje estuvo algunos años en la ciudad de México ejerciendo el oficio de la música. No obstante el daño que el trabajo de la cantera produjo en sus pulmones, a sus 76 años acumula más de cincuenta dedicado a cantar a voluntad y recompensa de los oyentes.  No solamente compone corridos, de los que tiene más de una veintena, sino cantos de alabanza en número similar. El hecho de que se dedique a narrar la historia y las historias de su pueblo, ya sea por encrgo directo, o con la idea de despertar el aprecio de los oyentes y con ello alguna recompensa lo convierte en un corridista, en el sentido más auténtico del término.  Para mí, que este pueblo tenga un corridista que, con el alcance de su creatividad, escribe sus composiciones para dejar constancia de la vida cotidiana o los sucesos especiales de su pueblo, es uan singularidad suficiente para regocijarme, pero que una persona tan especial me honre con su amistad es una de las mayores satisfacciones que mi labor como cronista me proporciona.

En la sección de videos de esta página están cuatro de los corridos de don Toribio Gómez Parra, le recomiendo que los vea y, en substitución de la moneda que él suele recibir, le deje algún comentario positivo.

Corrido de la Pipa 30 de enero de 1997

Autor e interprete: Don Toribio Gómez Parra


Fecha:  8 de octubre de 2018

Grabación: David Manuel Carracedo

Mi Lindo Comonfort

Autor e interprete: Don Toribio Gómez Parra


Fecha:  8 de octubre de 2018

Grabación: David Manuel Carracedo

Mi Comonfort y su Historia

Autor e interprete: Don Toribio Gómez Parra


Fecha:  22 de septiembre de 2018

Grabación: David Manuel Carracedo

Mi Comonfort sus Calles y Mercados

Autor e interprete: Don Toribio Gómez Parra


Fecha:  22 de septiembre de 2018

Grabación: David Manuel Carracedo

 
 
Hace más de un año el Gobierno del Estado decidió hacer varios libros dedicados a los Grandes Guanajuateneses, siendo que por supuesto hay muchos, la colección se planeó organizar en varios volúmenes, considerando las diferentes disciplinas en que éstos (los guanajuatenses) hubieran destacado.  En tal virtud a los Cronistas Municipales se nos solicitó información al respecto de aquellos destacados guanajuatenses nacidos en nuestro municipio. Por alguna razón, y creo que bastante justificable, un requisito ineludible es que fueran personas ya fallecidas, lo cuál marginó a un buen número de chamacuerenses.  Como ya he comentado en este espacio, el Profesor Plácido Santana fue incluido en el volumen de los Cien Grandes Guanajuatenses, destacados en La Cultura.  El siguiente volumen (el cuál ignoro si ha sido publicado o lo será) es el dedicado a los deportistas. En tal virtud se nos solicitó aportar datos sobre los deportistas nativos de nuestros municipios, en Letra Arial de 12 puntos y con referencias utilizando la norma APA (claro, si ya nos vamos a poner a investigar, qué nos cuesta ahorrarle trabajo al encargado de compilar el libro).  El resultado fueron los siguientes artículos, uno sobre el gran ciclista Ceferino Estrada y el otro sobre el célebre futbolista y entrenador Ranulfo Rosas. Los transcribo con el gusto y el innegable orgullo que corresponde, eso sí, no los transcribo en letra Arial de 12 puntos y muchos menos con referencias en Norma APA, las cuales incluyo con otra nomenclatura que no ofenda tanto la lectura (bueno, eso pienso yo).
CEFERINO ESTRADA SAUCILLO  "EL INDIO"
Nació en Comonfort, Gto, el 26 de agosto de 1945(1), se dedicó al ciclismo y participó en competencias internacionales desde inicios de los años setentas. Obtuvo el primer lugar en la doceava etapa de la Vuelta a Cuba en 1971, esta etapa se corrió en la provincia de Matanzas(2).

En su carrera destacó su participación en pruebas por equipo, siendo parte de diferentes cuartetas, en 1973 corrió en Barcelona, España la prueba Contra reloj por equipos del campeonato mundial de ese año(3) .   En 1974, obtuvo medalla de oro, en la prueba de Ruta contra reloj por equipos en El Campeonato Panamericano, celebrado en Cali, Colombia. La cuarteta la integraban, además de Ceferino: Rodolfo Vitela, Francisco Huerta y José Luis Castañeda(4).

En octubre de 1975, en los juegos Panamericanos, el mismo equipo obtuvo la medalla de oro en la prueba de 100 kms contra reloj, por equipos. Esta fue la primera medalla en el ciclismo Panamericano para nuestro país(5).

REFERENCIAS

(1) Ceferino Estrada (2016, 16 de junio). Recuperado el 14 de marzo de 2018 de https://en.wikipedia.org/wiki/Ceferino_Estrada

(2)El sitio del Ciclismo (2018). Ceferino Estrada Saucillo. Recuperado el 16 de marzo de 2018 de http://www.sitiodeciclismo.net/coureurfiche.php?coureurid=74176

(3)  Ibídem

(4) El sitio del Ciclismo (2018b). Rodolfo Vitela. Recuperado el 16 de marzo de 2018 de http://www.sitiodeciclismo.net/coureurfiche.php?coureurid=8137

(5)  Yáñez J.(2003,14 de Agosto). Da Nancy Contreras el oro a México, El Universal p. D3

(6)  Los Deportes.info. (2016). Ceferino Estrada Saucillo. Recuperado el 16 de marzo de 2018 de http://www.los-deportes.info/ceferino-estrada-saucillo-ciclismo-spf287941.html

(7)  Juegos Olímpicos de Verano, Montreal 1976  [Archivo de datos].México, Comité Olímpico Mexicano

(8) SportsReference.(2016).Ceferino Estrada. Recuperado 16 de marzo de 2018 de https://www.sports-reference.com/olympics/athletes/es/ceferino-estrada-1.html


En abril de 1976, Ceferino participó en la carrera transpeninsular celebrada en Baja California Sur, ganando la etapa, con punto de llegada en la ciudad de Loreto, B.C.S. 

Con el excelente resultado obtenido en los Juegos Panamericanos,  el mismo equipo fue enviado a los Juegos Olímpicos celebrados en Montreal, Canadá en 1976; participaron en la misma prueba: 100 kms, contra reloj, pero, pese al buen antecedente terminaron en el lugar dieciocho de veintisiete equipos participantes .

Ceferino Estrada Saucillo falleció el 24 de noviembre de 2003 a los 58 años .

Es difícil saberlo, pero tenga usted por seguro, que los logros alcanzados por este gran ciclista motivaron a muchos comonforenses a practicar el ciclismo o cualquiera otra disciplina deportiva. Esto es parte de la importancia que, para con su sociedad, tienen quienes llegan a destacar de esta manera. 

Hoy en día, pese a los más de cuarenta años que median desde sus máximos logros deportivos hasta el día de hoy, o los quince que van desde su fallecimiento, su nombre sigue siendo un referente del deporte de nuestro municipio y qué bueno que así sea.
RANULFO ROSAS RICO "EL CHAPULÍN"

Nació en Empalme Escobedo, municipio de Comonfort, Gto., el 22 de mayo de 1934 (1) . Siendo muy joven jugó en la Liga Municipal, de ahí pasó al equipo Águilas de Empalme Escobedo(2), perteneciente a la división llamada, en aquellos años, Zona Centro.

Fue "contratado" por el equipo de 2ª división Celaya FC, en el año de 1955(3). Se cuenta que como parte de las negociaciones para su adquisición, el adquiriente entregó dos balones y una suma irrisoria por la transferencia, sin embargo el salario le permitió a Ranulfo Rosas dedicarse profesionalmente al futbol (4), con tan buena disposición que su equipo ascendió a la primera división en la temporada 1957-58. Por lo que jugó en primera división con este equipo las temporadas 58-59 y 59-60, anotando ocho goles en la primera de éstas (5) .

En 1960 pasó al equipo Tampico-Madero FC donde jugó cuatro años (6), tuvo la oportunidad de coronarse campeón de Copa con este equipo, venciendo al Guadalajara en la final (7).
 
Dos grandes deportistas Chamacuerenses


No obstante el triunfo, en 1963 el equipo descendió a segunda división y debió jugar en ésta la temporada 1963-64 (8). Sin embargo, fue convocado para integrar la selección de segunda división para el torneo internacional llamado Copa Kennedy (9), posteriormente regresó a la primera división contratado por el club Veracruz FC, en ambas ciudades era considerado un ídolo de la afición (10).

Luego de dos temporadas se retiró jugando en segunda división con el equipo Celaya que ya había descendido.

A su retiro como jugador activo fue contratado por el Instituto Tecnológico de Celaya como entrenador de futbol (11) , el equipo Linces de dicha institución participó en la segunda división y estuvo a punto de ascender a la primera categoría en un célebre partido que se disputó en la ciudad de Celaya y que aún es recordado por la afición (12).

No obstante la derrota recibió un reconocimiento como el mejor entrenador de 1975-76 (13).

Ya retirado recibió muchos reconocimientos y homenajes. Falleció el 22 de agosto de 2015, en su natal Empalme Escobedo, Gto (14).
Hasta aquí llega la parte que redacté para el libro que menciono arriba, otra solicitud de los editores era que el texto no excediera tres cuartos de cuartilla (a lo mejor por eso era lo de la letra Arial de 12 puntos). Prácticamente, toda la información que obtuve para este artículo me la proporcionó el Sr. Ranulfo Rosas Olalde, a quien agradezco su enorme disposición y amabilidad; no solamente nos permitió fotografiar muchos artículos de periódicos ya muy añejos y fotografías, sino que charló con nosotros y nos compartió muchas vivencias y testimonios que, al no poder ser rigurosamente referenciados, y por exceder el espacio solicitado, quedaron fuera del texto anterior.  Pero todo se soluciona en este espacio electrónico,  abajo transcribo parte de aquellos testimonios porque,  como  dijo alguna vez el cronista de Pénjamo:  Usted solventa  y hace su página para poner en ella lo que quiera, cuando quiera y como quiera. Este es el texto "complementario":



Su padre se llamaba Cristóbal  y trabajaba en Comisión Federal de Electricidad,  durante algún tiempo Ranulfo, el Chapulín,  también laboró en dicha empresa, junto con dos de sus hermanos: Fernando y Juan. Eran cuatro hermanos y tres hermanas; en algún momento su padre le habrá dicho: "Decídete, CFE o Futbol"; ya sabemos su respuesta.

Como futbolista profesional fue compañero del célebre jugador brasileño Waldir Pereyra "Didí". Se dice que éste último en aquellos tiempos era de los pocos que, igual que Ranulfo, tenían un automóvil Nuevo en el Puerto de Tampico o en Veracruz. Sin embargo, su familia no asocia aquella época como una etapa de extrema solvencia. Es de destacar que, en proporción a los salarios actuales de la primera División, los salarios de los años sesentas eran muchísimo menores.

Se casó una sola vez y tuvo cinco hijos. Parte de su estancia en Tampico la pasó con su familia, siempre mantuvo un grato recuerdo de esta ciudad, con frecuencia, ya retirado, deseaba trasladarse hasta Tampico.  De hecho, uno de los homenajes más significativos, de los muchos que recibió ya retirado, ocurrió en dicha Ciudad, asistió a presenciar un partido, anunciaron su presencia por el sonido local y el público le tributó una ovación de pie,  emotiva y prolongada.

Falleció el 22 de agosto de 2015, a los ochenta y un años,  padeció de los riñones y las molestias inherentes a este padecimiento le deprimían. Pero el resto de su vida estuvo entero, hizo mucho ejercicio hasta más allá de los cuarenta. No tuvo lesiones, sólo tenía una operación en la rodilla y alguna vez le fracturaron la mandíbula con un codazo, nada menos que Carlos Miloc (cosa nada de sorprender); fue contemporáneo de éste y de Antonio Carvajal, Nacho Martínez, el Pescado Portugal, el Gallo Jáuregui entre muchos otros.

No metía el futbol a su casa, sí era un espectador atento ya retirado; más le gustaba formar y apoyar equipos infantiles,  de algunos  equipos que formó de niños de 5 o 6 años llegaban juntos hasta muy grandes, alguno de esos equipos empezaron de niños y los mismos compañeros integraban un equipo en la  zona centro, aunque, por supuesto, ya no dirigidos por el Sr. Ranulfo. 

Ya retirado del futbol profesional, trabajó muchos años  en el Instituto Tecnológico de Celaya, como entrenador de los equipos de estudiantes.

Hoy en día se le sigue recordando, no sólo por su familia. El campo de futbol de Empalme Escobedo lleva su nombre y no es infrecuente que, cercano, al 22 de agosto se realice un partido de homenaje en dicho lugar.

Al igual que con Ceferino Estrada, es imposible cuantificar en qué medida, su ejemplo sirvió para encausar a los jóvenes hacia el deporte, tmpoco sabemos para cuántos habrá sido motivo de inspiración durante muchos años.  El hecho de que casi cinco décadas después de que campeaba por las canchas se siga teniendo memoria de su quehacer deportivo nos da una idea de lo anterior y, por supuesto, nos da una idea del enorme talento que poseía.



REFERENCIAS

(1) Anónimo/Redacción. (2015, 23 de agosto).Hasta pronto, Chapulín. a.m.Celaya. p.D1

(2) Muñoz L. (1958). Águila STFRM. Deporte Rielero. (6,1) p.1
(3) Ranulfo Rosas (2017, 26 de octubre). Recuperado el 14 de marzo de 2018 de https://de.wikipedia.org/wiki/Ranulfo_Rosas

(4) Cid y Mulet, J.(1960) Libro de Oro del Fútbol Mexicano , Ciudad de México, , Costa-Amic, pp 462

(5) La Enciclopedia del Futbol Mexicano. (2017). Club Celaya. Recuperado el 16 de marzo de 2018 de http://es.liga-mx.wikia.com/wiki/Club_Celaya.

(6) Cid y Mulet, J Op. Cit.

(7) Rec.Sport.Soccer Statistics Foundation (2017). Mexico - List of Super Cup Winners, recuperado el 15 de marzo de 2018 de http://www.rsssf.com/tablesm/mexsupcup.html

(8) Ranulfo Rosas (2017, 26 de octubre). Recuperado el 14 de marzo de 2018 de https://de.wikipedia.org/wiki/Ranulfo_Rosas

(9) Anónimo. (1964, 8 de mayo). La Selección en Los Ángeles. ESTO. p 18.

(10)Anónimo/Redacción. (2015, 23 de agosto).Hasta pronto, Chapulín. a.m.Celaya. p.D1

(11) Amate F.(2016, Diciembre) De Torteros, Pericos, Linces y Futbol. Asociación de Cronistas del Estado de  Guanajuato. Recuperado el 12 de marzo de 2018 de   http://cronistasdeguanajuato.blogspot.mx/2016/12/de-torteros-pericos-linces-y-futbol.html

(12) Filoteo, L. (1995,16 de Junio). Recuerdos de Aquella Final de los Linces del ITC Contra el San Luis, El Sol del Bajío. p. D4

(13) Reconocimiento, 1976,  Placa metálica impresa, Archivo personal de la Familia Rosas Olalde, Empalme Escobedo, Gto.

(14) Rosas R (comunicación personal, 17 de marzo de 2018)

(15) Anónimo/Redacción. (2015, 23 de agosto).Hasta pronto, Chapulín. a.m.Celaya. p.D1

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Cuando realizamos el diseño de este espacio electrónico y decidimos crear una sección llamada Personas y Personajes, teníamos en mente a  chamacuerenses con las características de los que ya figuran en esa sección y a otros como la señora de que hoy hablaremos. Por algún motivo que no alcanzo a comprender todo lo que escribía queriendo abordar este tema me parecía insuficiente, superficial o erróneo. Y eso que intenté muchas combinaciones de textos, voces narrativas, estructuras literarias. Sin embargo, si hoy me animo a publicar este texto no es porque ya no crea limitada mi redacción al respecto, ni  porque darle voz a la protagonista me parezca acertadísimo, es solamente para no seguir dejando que corra el tiempo sin hablar de la señora Piedad.

Aunque creo que casi todos los chamacuerenses la conocimos, a quien nos lea desde otra ciudad o no la recuerde, esta atípica reseña  biográfica le contará un poco acerca de este singular personaje. Puede leer primero una columna y luego la otra, pero puede leerlas simultáneamente, o en perfecto desorden. El resultado pretende ser el mismo.

La señora Piedad
Yo soy Piedad
La Piedad
la reina de los desquiciados de este pueblo
la que renace en cada plaza cuando suena la música
cualquier música, toda está hecha para que yo baile
yo soy Piedad
la que nunca sonríe
la pequeñísima
la majestuosa
la bailarina
La señora Piedad Sánchez Guevara nació en Comonfort, Gto., el 26 de abril de 1932. Fue hija del señor  José Sánchez, del barrio de La Palma y de la señora Rosa Guevara, quien fue célebre por ejercer el arte de sanar huesos, tendones o músculos con la destreza de sus manos: era sobadora, hermosa palabra sin demérito para su destreza.

La señora Piedad fue bautizada en la Parroquia de San Francisco de Asís el día 2 de mayo del mismo año. Por ese motivo su nombre de pila fue Atanasia Piedad, pero es probable que dicho nombre no llegara más allá del bautismo. Fueron sus padrinos los señores Julián y Antonia Lindero.  Su registro bautismal indica que su confirmación ocurrió el 27 de junio de 1933.

Es muy difícil saber, dado que ocurrió hace tantos años, cómo habrá sido la infancia y la adolescencia de la señora Piedad. Poco habrá habido de diferente en el entorno del Chamacuero, y en específico del barrio de La Palma,  de los años treinta y cuarenta. Las fiestas de San Agustín y de los barrios cercanos habrán tenido un significado, lo mismo que las demás celebraciones de todo el pueblo. 


Aquí nací; aquí crecí,
me bautizaron en la parroquia, como a todos
Atanasia Piedad, para servirles
Mi madre sanaba con la sola esperanza encaramada en la punta de sus dedos
y en la mirada confiada de sus pacientes
Un hueso quejoso, una torcedura
Rosa Guevara en los recuerdos de muchos
y en la curación de otros
Ella era entonces más famosa que yo
pero nadie le regalaba su desprecio

Yo fui niña alguna vez
y conocí el gozo de que nadie me volteara a ver
de estar perdida entre todos, ser una y no ser nadie
Ir en la misma ola del mismo mar que mueve a todos
alguna vez la cuestionable condición de ser Normal
estuvo entreverada entre mis manos
hecha rutina y esperanza y sueño
Yo tuve ese troquel sobre mis hombros:
serás esposa, madre, abuela, ama de casa
discreta
pudorosa
intrascendente
Algo debe haberla alejado del común de las muchachas de su tiempo pues contrajo matrimonio a una edad poco usual, para los usos de aquellos años.

A los 29 años, un 3 de junio de 1961, contrajo matrimonio con el señor Alfonso Torres de 25 años, eso también es inusual, que el novio fuera cuatro años menor. 

En la información matrimonial correspondiente se le describe como hijo natural de Abundia Luna.  El 3 de junio de 1961 fue sábado, así que podemos imaginar que hubo fiesta. Modesta o concurrida.
Me casé en la parroquia, como todas
Era sábado, junio, era la novia
Alguna vez me amó y era más joven
Alguna vez me amó, me da por suponerlo
Yo camine esa alfombra del brazo de mi padre
y caminé de blanco y sonreí por dentro
sería mujer, esposa, madre, abuela…
Alfonso Torres, a veces lo recuerdo
y recuerdo aquel día
y lo vuelvo a vivir o lo vuelvo a inventar
con todas las variantes que puedan agradarme

Hace unos años platiqué con el señor Antonio Torres, hijo de la señora Piedad, no fuimos condiscípulos pero coincidimos por los mismos años en la escuela Francisco Eduardo Tresguerras, así que debe haber nacido en 1963 o 1964. Tuvo otro hermano más pequeño, pero según me contó, su madre, la señora Piedad,  estaba lavando junto al río y una distracción provocó la tragedia. 

No de inmediato, pero a partir de ahí su conducta se fue enrareciendo. Trataron de proporcionarle ayuda profesional,  los especialistas afirmaban que de algún modo su mente regresaba siempre a ese terrible momento. 

A la larga el marido se apartó, emigró a otra ciudad y formó otra familia.

Habiendo sobrevivido como le fue posible, para los años ochenta, es decir cuando rondaba los cincuenta años, ya eran conocidas en el pueblo  algunas singularidades de su conducta, ya bailaba espontáneamente cuando alguna banda tocaba en el kiosco o cuando algún grupo interpretaba danzones o algo relativamente bailable.

Desde entonces cosechaba anécdotas y, dada la inocencia de sus actitudes, acabó despertando simpatías, aunque no afectos ni amistades.

El río siempre discurre, nunca cesa
y es el mismo y es otro y es el mismo
Yo fui amiga de este río,
doblaba mi espalda sobre sus aguas
lavaba la ropa de mi esposo y de mis niños
y eran sus aguas claritas como espejos nuevos
limpias como fluyen en los recuerdos de los viejos del pueblo
corrían  entre las telas y enjuagaban generosas lo lavado.

Pero un día, traicionero y absurdo
se detuvo a mirarme en un instante
y por única vez en millones de años
todas sus aguas se detuvieron
un brevísimo lapso como un suspiro denso
Yo estaba entretenida en lo que fuera
y una profunda noche repentina
llegó cuando las aguas retornaron
a recorrer su cauce serpenteante
Y nada, nunca más, fue lo que era
ni la luz, ni la vida agridulce, ni las noches,
ni el canto de las aves, ni el supremo cansancio
Todo se fue volviendo un remolino
una amalgama de dolor y culpa

El río arrasó con todo
se llevó a mi muchacho pequeñito
a mi otro hijo
mi matrimonio
mi futuro, mis recuerdos como abuela apacible
mi vida placentera y el cariño de hermanos y familia
Mil veces regresé hasta ese momento
y el resultado nunca ha sido diferente
retorno hacia el dolor y la tristeza
a esa oscura apatía que me acompaña
Y muchos más atroz, más sanguinaria y más violenta
es la culpa
tan solo mencionarla me atormenta

Alguna vez llegó a comprar a la tienda de mis padres y actuaba con una seriedad que impresionaba, preguntaba por algo, lo pagaba y se retiraba.
Parece que la música la atraía de manera especial, en los eventos públicos en que hubiera alguna música presente, ella llegaba, ataviada a su manera, con pretendida elegancia en su indumentaria, se colocaba bajo el estrado y, así fuera una orquesta estruendosa, un conjunto de música mexicana, o un ensamble de boleros, bailaba, bailaba incansablemente, a su modo y ajena al ritmo o a la coreografía propia del repertorio, si lo hubiera y si la música fuera bailable o no. 

Si llegaba la banda sinfónica de algún lugar, ella bailaba durante toda la presentación, o hasta que se cansaba, si no era mucha la incongruencia los artistas visitantes llegaban a encomiar la emotividad de la señora.  Si la incongruencia era mucho intuían que algo andaba mal con la bailarina espontanea, pero al ver que nadie de los presentes la tomaba en cuenta, tampoco tomaban a mal su comportamiento.   Nunca vi que nadie, ni los músicos ni el público hiciera algo por retirarla.
Anécdotas semejantes se provocaban cuando la música que la convocaba provenía de fiestas particulares, máxime si, como suele suceder en el medio, no se aplica un control riguroso en el acceso.

No fue infrecuente que en bodas y fiestas de quince años, la señora Piedad se destacara con su presencia y sus movimientos en los instantes más solemnes de estas celebraciones, para los invitados era una diversión adicional, a veces tan cotidiana que ya no sorprendía ni escandalizaba a nadie, quizás excepto a las novia y a la quinceañera respectiva, a quienes el robo de protagonismo les habrá sido insoportable.

En sus últimos años su presencia, añeja y pequeñita suscitaba bastantes simpatías, no faltaron gentes de letras de este pueblo que le dedicaran narraciones o poemas en los que se ponderaba el reconocimiento a la señora Piedad, por haber llevado su  existencia de la manera en que, por las razones que sólo ella pudo entender, decidió llevarla. También por ese entonces se hablaba de llamar "Callejón de Piedad" a la estrecha calle que baja del Calvario por el costado oriente y en donde se decía que tenía su vivienda.

Hacia finales de 2011, en medio de una fiesta a la que tampoco había sido invitada,  se sintió mal, se desvaneció y fue atendida por los servicios de emergencia, la trasladaron para atenderla y cuando se sintió mejor se regresó a la fiesta, rechazando todo tipo de atención médica y toda prudencia, esta vez en medio del  festejo se desvaneció definitivamente, pero fiel a sus convicciones terminó sus días entre la música y el baile.

Su hijo me contó que esperaba,  algún día, tener la posibilidad de depositar las cenizas de su madre en el Templo de San Francisco. 

Yo por mi parte deseo que en la realidad en la que ahora discurre su existencia se haya encontrado con su tierno infante y descubierto que no tiene esa tremenda culpa por expiar y que entonces, allá donde se encuentre, descanse en paz o, por fin, baile con toda la alegría de su corazón.

Recuerdo alguna tarde en marzo del 2006,  en el andador 5 de Febrero tocaron Los Leones de la Sierra de Xichú.  Agradecían y trovaban sobre la emotividad de la señora Piedad; hacia el final le invitaron a subir al estrado, a su modo siguió bailando y fue una de las rarísimas ocasiones en que se le vio sonreír.

Para esas fechas, es decir cuando rondaba los setenta y cinco años, no era raro que repartiera nalgadas o, mejor dicho, si se le ocurría o se le antojaba, le daba una nalgada a algún incauto o incauta y se alejaba.   Creo que con los niños era diferente, alguna vez pasando frente a mi casa le regaló unas galletas a mi hija que en ese entonces tendría unos cuatro años. Se acercó sonriente, se las entregó y se alejó volviendo a su seriedad acostumbrada.

Durante la ceremonia de toma de posesión del Gobierno Municipal en 2009, en medio de la solemnidad propia de estos eventos, cuando la escolta integrada por elementos de la policía municipal se aproximaba para realizar los honores a la Bandera, la señora Piedad se acercó por detrás y le propinó un caderazo al sargento, quien tardó unos angustiosos segundos en salir de su sorpresa, entender quién le había golpeado y continuar con el paso redoblado.

A veces también se incorporaba en algún desfile, algo la motivaría a ser parte de algún contingente.

Desde entonces busqué lo perdido
en el olvido, en el dolor y el llanto,
nada funciona, tampoco el tiempo
ni el odio, ni el tedio, ni la gula, 
ni la lujuria embotada en tantas noches
ni el cielo enmudecido a su capricho
ni el consuelo de buenas voluntades
nada, solo me queda siempre
esa roca impasible de mi culpa
arrogante, tenaz, ya convencida
de que no habré de expiarla nunca

Sólo la música es un tierno bálsamo
un opio de sonidos, un remanso
con ella viene el sueño de otra vida
ahí, cuando yo quiero, soy la reina
soy yo misma y el mundo es otro mundo

Cuando todos los ojos de la gente
se posan sobre mí,
sobre mi baile
alcanzo a  distinguir la indiferencia
el desprecio y la burla
pero a veces
su sonrisa tiene un dejo solidario


No todos me aborrecen ni me adoran
Pero hay días en que no soy bienvenida
eclipso novias y quinceañeras arrogantes
qué mancha soy sobre sus oropeles
sobre  los meses que planearon su banquete
pero algunos han dicho que no todo es así
no siempre la razón es la que todos esgrimen
y midiendo la confesa vanidad de tanta gente
y su inacabable  amor al qué dirán
concluyen, para sí, que la loca no soy yo

Un día me voy a ir
empacaré mi cansancio y mis dolores
mis vestidos ajados
hechos para esta reina deseosa de abdicar
que danza sobre el polvo de sus sueños
y ya no puede decir qué anda buscando
Tal vez haya otra  cosa
acaso un sueño dulce
un reflejo de sol, algún silencio
un lugar apacible en donde nada
me recuerde quien soy ni quien he sido



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Don Abel Laguna Naranjo

Hace unos mese el ing. Pepe Medina me invitó a continuar la realización de un libro sobre el equipo Aztecas de Comonfort, labor gratificante y enriquecedora que avanza quizás lenta pero constante.  Hace unos días me sugirió platicar con el señor Abel Laguna, a quien ambos apreciamos, por su trato amable y efusivo, y a quien ambos admiramos por su tesón para construir un templo partiendo solamente de sus ilusiones.

El día 24 de abril de 2022 concretamos esta plática, misma que fue fluida y amena, y en la que casi no se requería hacer ninguna pregunta, como si don Abel tuviera una cierta necesidad de contar la historia de sus motivaciones, así como de los terribles desencuentros que tuvo con sus seres cercanos y los problemas que debió enfrentar. Nada de lo cual, por cierto, lo hizo cejar, jamás, en su empeño de construir un templo en esa cumbre que todos, desde generaciones atrás, miramos con profunda fascinación.

Ojalá, y lo mismo piensa el Ing. Medina, que cuando usted mire con devoción o con asombro, esa construcción en la lejanía, o cuando acuda al templo por sus motivaciones particulares, e incluso cuando suba o baje por esa hermosa vereda diestramente enlajada, no olvide (no olvidemos) que todo ello proviene de la perseverancia de un hombre al que no pocos llamaron loco, y él, lejos de incomodarse terminó por demostrarnos la maravillosa dimensión de su locura.

Yo nací en San Agustín, ahí nací, ahí crecí, mis papás de ahí me trajeron. Luego mi papá, que tocaba con el difunto Rafael Elías, me empezó a enseñar. Toqué un poco de batería, pero me daba unas regañadotas; hasta me hacía llorar. Mi papá tocaba el tololoche con ellos y me llevaba chiquillo; pero yo no quería, porque luego teníamos que trabajar el campo y yo al campo sí le saqué porque es una friega. Se levanta uno a las seis de la mañana. "No, eso no", me dije. Y luego ya le pensé y le metí duro al estudio, casi líricamente, porque mi papá no me enseñó mucho, pero el maestro Rafael Elías empezó a meterme muchas ideas, de la música que él sabía. Pero agarré muy poco también, porque uno se crea en la pobreza, bien desmemoriado. Yo tocaba la batería entre los once o doce años… y pues ya en la escuela de la vida empecé a aprender violincillo, mi guitarra, mi vihuela, un poco el acordeón. Me voy enseñando poco a poco. También hago mis cancioncitas, medio a lo loco. Canciones de todo, de lo que me nazca, a veces me nace de religión, de desprecio, de aprecio, de todo. Ya fui creciendo y hasta decía yo: "Pero ahora que crezca voy a trabajar pa'puro pan". De chiquillo me gustaba mucho el pan. Ya cuando crecí y ganaba dinero, pues sí compraba harto pan.
Luego de unos trece años, me fui con un mariachillo. Tocaba yo mi trompeta, me llevó para Tula, andábamos por ahí de gira y yo me ponía a estudiar. Casi me hacían llorar, querían que yo tocara no sé qué tanto y yo nomás sabía: Do, Re, Mi, Fa, Sol La…
Yo tuve un hermano mayor, nomás que nunca me quiso enseñar nada. Ya murió mi hermano. Poco después ya sacaba yo los tonos líricamente, cuando fui por ahí que iba de gira, trabajé en Celaya,  San juan del río, con mariachillos. Íbamos a los bares. Ya después me fui para México, me invitó don Fermín Ramírez, el papá de dos trompetistas del Mariachi México. Él me preguntó:
-¿No te quieres enseñar? -y me instruyó.
Yo quería trabajar para ayudar a mi familia, porque sí estábamos en la mayor pobreza; yo decía: "'Ora que ya trabaje voy a ayudar a mis papás". Sí los aliviané, pero entonces se me vino el vicio [Del alcohol] Ahí sí, cuál pan ni cual nada. Como dijo aquél: "Vino, mujeres y canto..."
Pasa el tiempo, pasa la vida y vuelve uno a lo que era de niño; ya el pan ya no me gustaba pero ahora que no puedo tomar otra cosa, otra vez se me antoja. Aunque yo creo que tengo como lombrices o hasta solitaria, porque se me antoja harto el pan. Me estoy curando con una doctora, no le daba a mi enfermedad. Tengo padeciendo harto. Yo creo por el vino que le atranqué harto, pero harto,  híjole qué barbaridad. Lo que más le atranqué fue al pulque y yo creo que ese hace muchas amibas y uno de músico: una que me invitan y otra que me invito yo, pues ahí voy a seguirle. Y no era de que me gusta una cheve y ya. No. A tomar y tomar hasta que…
.Por eso  ahora digo yo: "¿Por qué fracasé? pues porque me gustó mucho la Eva, la uva y la hueva; y por el I.V.A.".
Me casé, mi mujercilla es de aquí de la Morelos, con el tiempo llegué a procrear mis hijos. Pero me gustaba mucho el vino. El vino, el vino. Me decían:
-'Ora Albino, ven acá Albino.
Ya después comenzó a crecer mi familia, comenzaron a crecer mis hijos y crece el resentimiento de que no me quieren… o que no me comprenden o que no los comprendo. Ya después me separé de mi mujer, fue cuando doña Chatita, la señora del telégrafo,  trajo al Señor de la Misericordia de Tepatitlán, Jalisco.  Mi tío Ernesto cuidaba al Señor de la Misericordia, me invitaba: "Vente". Y yo: "Sí, vamos". Y le ayudaba con el Crucificadito, que lo pusieron en la parroquia. Y como le ayudaba a mi tío la señora Chatita me motivaba, me metía ideas y como que me fui fanatizando. Entonces, cada que me iba a México, cuando regresaba, al dar vuelta desde las carnitas Olalde, clavaba la vista al cerro y cuando me iba, a veces pedillo,  me hacía voltear, y en alguna de esas idas o vueltas me dije: "Ahí voy a hacer un templo… ¡Sí, sí voy a hacer un templo!" Pensé y esa idea nunca me abandonó.

A todo mundo le platicaba yo:
-Voy a hacer un templo al Señor de la Misericordia, allá en la punta del cerro, allá.
Y todo mundo:
-¿Pero qué… estás loco? Estás loco.
Hasta mi misma familia me lo decía. Con mi familia nunca he coincidido, que les de gusto, qué digan: "Qué a todo dar, va a hacer un templo. Hizo un templo". No. Hasta ahorita están alejados, me decían que estaba loco. Y yo me digo que a lo mejor el diablo se metió más, en el capricho de ellas y en mi locura. Y más me lo querían quitar: que ¿para qué?, que ¿qué me iban a dar?, que ¿qué iba a ganar. Mi mujer varias veces me dijo:
-Ándale, tus hijos ya piden el domicilio de un siquiatra en Celaya para que te revise tu  cabeza porque la gente dice que estás loco.
Y yo:
-Ah, ¿no me creen?
-No, pos como vas a construir un templo allá.
Me salía y como me gustaba echarme mis pegues, me iba y allá en las pulquerías me ponía pedillo y le platicaba a todo mundo.
-Sí, Abel, aviéntate -me decían y más me ilusionaban.
Con mis hijos empezamos a formar el mariachi Comonfort, pero yo estaba ya loco (fanatizado). Empezábamos a traer aparatos y ahí, en la explanada del DIF, en medio de una presentación decía yo:
-Señores aquí vamos a levantar un templo -desde ahí se ve rete bien.
Mis hijos se me quedaban viendo, como que no les parecía. Discutíamos y discutíamos. Ese día traían harto coraje, me llenaron, les dije:
-Ya no estén fregando, no es forzoso que den ustedes a entender que yo soy su papá, si tienen vergüenza de mí, sigan con su mariachi. Yo sigo con mi locura, como dice la gente, y ahí nos vimos.
Me salí del mariachi Comonfort, ahí siguieron todavía ellos y siguen todavía. Yo después, últimamente, me dedico más a la música. Me preguntan por qué tengo hartos discípulos, otros me llevan y otros no, otros me critican.
A mí me hicieron celador en el Santuario de Atotonilco, me tomaron como celador, quizás porque yo ayudaba con la música, no por mi buen comportamiento. Allá en el Santuario, antes de empezar con el Señor de la Misericordia, Marcial Ramírez era mi amigo, nos queríamos mucho como y me llevó al baile, nos decíamos compadres. Yo lo metí al Santuario a él, y ahí vendíamos harto casete. Salía una buena feria y yo le decía:
- Compadre, pa' que te lleves una buena feria.
Casi se llevaba toda la feria él, yo lo hacía para ayudarlo. Como yo ganaba bien de mariachi, pero este le di la mano y me agarró la pata. Un día me dijo: "Te vamos a grabar", yo metí mis canciones, pagué mariachi, pasajes. Me decía: "Yo te voy a ayudar, compadre". Me ayudó con la cinta, pero le puso el nombre a las canciones, le puso su mariachi y a mí poco a poco me fue haciendo a un lado de la publicidad. Se clavó con todo y quesque mi compadre. Luego se puso de acuerdo con el de la grabadora, un día que fui yo ahí, telefoneó a una parte de Veracruz, el de la grabadora me dijo:
-Su disco no se vende nada, don Abel (era casete).
Me dijo, casi casi, que me olvidara de ello y de cualquier regalía. Me salí de ahí casi llorando, pero a mí se me hace que fue pura tranza de éste y de aquél. A la hora de que echamos pleito ¿qué le quitaba yo si la cinta era de él? Buscó la forma de darme el tiro de gracia y él se quedó con todo. Ya dije yo: ni modo- Ahora lo que hago yo de mis canciones es que me las graba el Gordo Plaza en la computadora. No se oyen muy bonito pero pos ahí va.
Entonces, vuelvo a repetir, cada que me iba a México siempre volteaba a ver al templo parroquial y la punta del cerro. Me despedía del templo y de la punta del cerro. Cuando venía lo primero que veía era la punta del cerro, me llamaba mucho la atención verla, llegando y al irme.  Para entonces ya estaba yo fanaticado, me acuerdo que doña Chatita me pedía ayuda y yo luego luego, le ponía conjunto al Señor de la Misericordia.  Y pensaba yo: "¿Por dónde empezaré?". Y alguien me dijo: -Ve con el padre, con el cura.
Estaba el padre Toñito Lara.  Fui y le platiqué:
-A mí me dan ganas de hacer un templo allá en el cerro, padre.
Se me queda viendo, yo creo que en su pensamiento también diría: "Otro Lucas".
-¿Qué hago, padre, 'ora qué hago?  Instrúyame usted, padre, yo no sé ni por dónde empezar. Por andar abriendo la boca dicen que estoy loco.
Me dijo:
-Mira, Abel, lo primero que debes hacer es informarte quién es el dueño de allá. Y al que sea el dueño, velo,  que te dé eso por escrito.
Me dijeron que era  don Toño López, de acá de Camacho, un señor güerito, zarquito. Acaba de morir. Lo fui a ver, me dijo:
-Sí, pero yo no tengo nada de papeles, sí era mío, desde mi papá y se lo vendieron a Reyes Martínez, aquel que le decían el Indio de Jalpilla.
Pos ahí voy, porque estaba yo bien ilusionado, que ni dormía, y como me echaba mis pegues, pues más me apasionaba. Dije yo: "Me aviento porque me aviento" Y había gente que me animaba y otros me la echaban:
-'Ora loco, 'Ora Lucas.
Y yo decía:
-Ah, ¿no me creen?
Más me lo quitaban y más me encaprichaba, mi familia más me lo quitaba y yo me encaprichaba, le decía a mi mujer:
-Mira, yo no sé, porque pienso que nunca le he regalado nada bueno a mí Señor y quiero ofrecérselo, me cueste lo que me cueste. Quiero llevar algo porque dicen que algo bueno se lleva ante la presencia de Dios. Algo bueno será para uno, pero ay de mí si no llevo nada, ay de mí si me voy pobre de lo que pueda yo merecer y yo quiero eso, no sé…
Entonces, más me lo quitaban; más me apasionaba. Fui con el señor Reyes Martínez, un señor muy respetuoso, él tiene una hija soltera, ya grande, le dije:
-¿Está tu papá?
-Sí.
-Háblale, por favor.
Ya salió, con una mirada muy… como de Gabino Barreda. Me dijo:
-Tú: ¿tú qué quieres?
-Mire don Reyes, fíjese que yo tengo una onda de hacer un templo, en la punta del cerro, y me dicen que usted es el dueño de ahí. Yo quiero que me lo venda, me lo regale, no sé, yo quiero levantar un templo al Señor de la Misericordia.
Se me queda viendo:
-Mmm, a mí se me hace que eres un intruso.
-Oiga,  don Reyes, ¿cómo cree?
Le dijo a su hija:
-A ver tráeme lo que tengo ahí guardadito en el ropero.
Quién sabe qué sería, yo mejor me fui. Pero le seguí terqueando. Un día me dicen los celadores del Santuario de Atotonilco:
-Mira, nosotros te vamos a echar a andar a don Reyes Martínez, te vamos a recomendar bien.

Un día me mandó hablar:
-Dice don Reyes que vayas.
"Ya estuvo" me dije y me dijo don Reyes:
-Ay, muchacho, ¿dices que tu papá es El Pesetas? Pues el día que se casó el pesetas con su vieja yo me casé con la mía, el padre nos casó a las cuatro de la mañana. ¿Por qué no dijiste que eras hijo del pesetas?
-Pues no me dio tiempo, don Reyes.
-Y ¿qué cosa quieres?
-Pues yo quiero que me venda la punta del cerro, o que la regale, no sé…
-Y ¿cuánto me vas a dar?
-Pues, don Reyes, no sé.
-Pues dame mil pesos
Mil pesos. Era de cuando valían harto los de a mil, y ya no han subido.  Mil pesos, el chiste es que no sé cómo estuvo, que cuando yo fui quería más, usted me dijo que mil, don, no pero es muy poco dinero total que nos arreglamos. Fueron mil pesos pero ya de los de este tiempo, Pero de todos modos estaba amolado. " 'Ora para juntarlos". Hay vengo re ilusionado y hasta a veces sentía hartos mareos, pero sentía re bonito, creo que ese mareo que me daba, como que me animaba, como que me daba ánimos, como que, no sé… Entonces me dijo un día don Reyes:
-Tráeme los mil pesos.
Ahí vengo, no sé cómo le hice, los junté y ya le dije a doña Chatita:
-Ya está, ya le saqué las escrituras.
Y al padre:
-Padre, ya están aquí las escrituras, ¿y ahora?
-Búscate un Licenciado
-Mi sobrino  es licenciado -dijo doña Chatita y ya fuimos a verlo.
Fue López Portillo, el que fue presidente, me dijo que me hacía las escrituras. No me cobró ni un centavo y me las hizo bien chidas, bien chidas. Pero para eso, vuelvo a repetir, yo seguía mi lucha, le echaba ganas, 'ora sí que después empecé a desafanarme de mi familia.  Es que  mis hijos nunca han estado de acuerdo en que los hice músicos. No les gustaba la música. ¿Qué más les voy a dar, hijos? No tengo dinero ni sabiduría para hacerlos licenciados, ¿qué más los voy a hacer? Decían:
-Es que a mí no me gusta la música.
-Pues van a estudiar la música porque yo digo -los hice músicos.
Empezó a correr el tiempo, ahí seguíamos, yo me iba a Garibaldi, lo que traiba ya de dinero, pos como ya mi familia comenzaba a distanciarse de mí, todo mi dinero lo metía y todo lo de aquí, que ganaba por aquí, iba para el templo.
Por cierto, andaba bien ilusionado, me decían por ahí, por algún difuntito:
-¿Cuánto nos cobras por tocarle al difuntito fulano?
Me quedaba pensando:
-Sabe qué, deme lo que usted quiera, pero me va a dejar  charolear.
Me llevaba mi imagen y pos sí, le echaba hartas ganas, solo con mi guitarra, solo. Entonces de que me pagaban ya me venía me venía a pie. Había un señor Palomino, que tiene una ferretería allá en la veinte, llegaba yo y pedía que me mandaran tanto de esto, tanto de cemento. Y decía yo: "Así lo voy a ir haciendo, así lo voy haciendo". Nada más que para eso, en mis borracheras encontré un señor, se llama Javier. Me dijo:
-Yo soy albañil, patrón.
-¿Tú me vas a ayudar? -le pregunté.
Pues sí, me ayudó y convivíamos con él, casi comíamos en el mismo plato. Yo me iba con su familia, a veces ahí me quedaba, me daban de comer y yo les pagaba. Porque Javier allá la hacía de trabajador, de velador y -pobrecillo- nos queremos bien harto yo y él. Ya me hacía de comer y hasta bailaba y, pos cómo me gustaba a mi bien harto el pegue, nos poníamos pedillos. Al otro día él se iba a trabajar yo venía a mi viña aquí. Pero pasó el tiempo y mucho que me robó Javier. Mucho que me robó. Me decía la gente que vive ahí en la colonia Santa Lucía:
-Oiga, don Abel, ¿pues qué no sabe que este muchacho es bien ratero?
-No, señor, a mí me quiere bien harto.
Pues sí, me daba buena cara, pero me hacía después unas tranzas medias trabajosillas. Él y su señora. Yo estaba aquí con mi botecito y llegaba la señora:
-Don Abel, asaltaron allá en la iglesia.
Yo estaba bien ilusionado y podía correr, dejaba aquí mi botecito y en una carrera subía hasta arriba, ya llegando ahí miraba hartas piedras, que tumbaron la piedra a puras pedradas, pero yo creo que era invento de ellos. Otra, andaban componiendo el camino, el camino de aquí para allá ya estaba borroso, estaban las piedras pero estaba borroso, dicen que ese camino lo usaban los indios para bajar a caballo a asaltar a la gente que andaba por aquí. Entonces yo metí gente para que revivieran las piedras, acomodaran el camino. Pero Javier seguido se peleaba con ellos, no quería que anduviera gente por allá, no quería que vieran. Después compré un burro para cargar las cosas, con ese lo subíamos y me decía la gente:
-Don Abel, ese mismo burro baja las cosas de vuelta.
Y yo, como a otro día me venía a trabajar lo dejaba a sus anchas.
La gente me decía:
-¿Qué no sabe usted que este es un ratero, sube las cosas y en el burro las baja en la noche
Un día que me cansó tanto lo que me decían se me ocurrió decirle a Javier:
-Javier, mira, me dice la gente que así y asá que mira -andaba yo bien pedo y me dijo:
-Ay, patrón, pues ¿quién no va a robar ya, en este tiempo?
-Entonces ¿sí me estás robando?
-Qué de malo tiene.
-Pues sabes qué, ya no quiero que te me pares allá.
Y esté agarró capricho. En ese tiempo metí a un señor de San Miguel, le decíamos Miguelito y él iba a trabajar, la señora de Javier iba disque a barrer, pero nada más iba a traerse las cosas. Esa señora se miraba rete buena gente y cuando andaban trabajando muy a todo dar todo. Pero después que ya vi que eran unos… enemigos, eran enemigos, los despedí. Yo tenía una pistolita y un día fue la señora a barrer y se trajo la pistola. Cuando le pregunté:
-Señora, ¿por qué se la trajo?
-Yo no me traje nada, don Abel.
Y se ponía bravos, "ya estuvo", decía yo, "hay muere".

Ya después un señor, Pedro, Peter me preguntó que si me ayudaba y le dijo que sí. Nada más que Peter era muy recio, regañaba la gente. Metí yo dos chamacos, eran hijos de Pera la Loca: El Kika y El Bebé, los metí a trabajar ahí. Me dije: pues para darles trabajo y ajuarearlos, apoyarlos. Pero cómo los regañaba de odio el Peter. Yo le decía:
-Déjalos, de todos modos están tontitos, esos son los que hay que apoyar, darles trabajo, aunque tú veas que están tontos, para Dios no están tontos. Porque toda la gente tonta, pobre y marginada son los que más queremos, a lo mejor, al Señor.
Él se hizo amigo de una señora, pero entonces ya tenía velador allá, ellos se quedaban un día y una noche y nos turnábamos, me quedaba yo o se quedaban allá un día ellos. Pero luego salió el Peter con que yo quería mucho a los chavos aquellos que les regalaba el dinero, bueno, un día llegaron y aventaron las llaves:
-Ahí'stá, tú no quieres entender, tus dos peones que traes allá nomás se hacen… y tú les pagas.
-Pero Peter, no hay más, hombre.
El chiste es que me aventó las llaves, la señora también se salió, fue cuando dije yo: " 'ora sí que me llevó la fregada, ¿qué voy a hacer, pero para eso doña Lupita ya empezaba a ir. Me preguntó:
-Don Abel, ¿de nuevo le ayudo a juntar la limosna?
-Sí doña.
Muy activa, muy activa la señora, nomás que también tiene lo suyo. Me ayudaba ajuntar la limosna, le dije:
-Sabe qué, señora ¿por qué no se mete usted de fregona aquí? Yo soy su segundo de usted o su tercero, es más yo soy su trabajador último, pero usted métase de fregona.
-Usted verá, don Abel.
Pero para eso la mujer de Víctor Landín, me regaló como unas cuarenta sillas, pero ya se caían de viejas, casi remendadas, me dijo:
-¿Cómo ve si le regalo cuarenta sillas?
Le dije que sí, echaba viajes para allá arriba don Roberto Río; se llevó las cuarenta sillas. Ahí estaban y luego ya cuando a doña Lupita le di el mando le dije:
-Usted mande, doña Lupita, yo no sé mandar.
-Entonces, don Abel, ¿usted me va a obedecer?
-Pues sí,
-Entonces, esas sillas póngamelas a medio cerro, compra gasolina y les prende fuego.
-Pero doña… 
"Pues ya", pensé yo, ni modo, a hacer lumbre allá. Me había dicho la señora que las arreglara, pero ya estaban más para allá que para acá. Así fue que a doña Lupita la puse de mandamás.
Pero cuando me acuerdo, lo que sí me dolió fueron las tranzas de Javier. Y yo que lo quería bien harto… Cuánto no me robó. Farsante.
Me afectó eso del Javier, pero más de don Pano, un señor que vivía del panteón para arriba, un señor que según era brujillo, según:
-Pero hombre, Abel, ¿qué río traibas allá en la punta del Cerro?
-¿Por qué?
-Pues andaban tus indios a baile y baile -pensé: "Estoy loco o este señor está más loco que yo" -Ya hay una tribu de indios allá arriba y dicen que tú eres el mandamás, pero andaban jugando los indios.
Una señora que andaba por allá, señora ya grande me decía:
-Muchacho, ya supe que estás haciendo un templo, esa mirada que dices que tú la sentías, a mí también me llegó muchas veces. Y yo ya miraba un templo y me decía que algo iba a haber allá arriba, que iba a haber algo. A mí se me hace que tú eras el de los sueños que yo soñaba, que tú lo estabas ya haciendo.

El chiste es que yo seguí y seguí: más me lo quitaban; más me adentraba. Pero, vuelvo a repetirlo, sí me atonté mucho porque Javier me hizo un robadero.  Cuando le dejé el mandamás a Lupita, yo le daba para los dos peones, cada peón ganaba mil pesos cada ocho días. También componía las dos troquitas que teníamos, para subir agua (ya nada más queda una), pero luego comencé a enfermarme. Pero para eso,  yo creo, todo se me ha juntado: mis hijos empezaron como a echarme en cara:
-Nos hiciste músicos.
-Pero hijos,  así se mantienen, -no pero que quién sabe qué.
Además los hijos, por lo regular, más están de acuerdo  con la mamá y la mamá: "que no, que quién sabe qué. Aunque eso fue antes de que yo empezara el templo. Un día agarré mi guitarra…  y llorando me salí de aquí de mi pueblo, hasta le escribí una canción:
Con un dolor muy adentro,
que hiciste el intento
me fui a  aventurar,
en la central de mi pueblo
me dio por llorar…
Me fui para Laredo con un grupito de aquí de  los famosos Buitres, les dije:
-Denme la pega, para salirme de aquí.
No pos me fui con mi guitarra, allá me la pasaba a todo dar, allí duré medio año, un año, pero ya para entonces mi Santa Madrecita se empezaba a enfermar y para la de malas: tanto que le batallé, para pasar al norte. Me hicieron un robadero, hasta que un día se me hizo pasar. Allá tenía yo un hermano. Tenía veinte días allá y cayó bien enferma mi Santa Madre, me dijeron: "Te vienes, porque tu mamá ya está en el sanatorio Celaya". Y dije yo: "Si no me voy, jamás voy a ver a mi santa madre, pero tanto que batallé para pasar… ¡Me vale fregada! Me vine y ya vi a mi santa madre morir. Cuando llegué al sanatorio me dijo:
-Ay, hijo no me puedo ir, te estaba esperando, hijo. No vayas a dejar a Queta, no vayas a dejar a tu mujer, no vayas a dejarla.
-No, jefa.
Y yo sí pensaba dejarla, por todas las situaciones que ya había pasado y vivido, pero más bien obedeciendo el juramento que le hice a mi santa madre, pues a lo mejor me estaba yendo un poco bien. Luego del funeral regresé, me gustó, me empezó a gustar. Pero ya no pude pasar, me fui por Matamoros, por Piedras Negras. Me mantenía con mi guitarra, me salía por las noches; había menos peligro. Me echaba unas de José Alfredo y pues sí me salía para vivir, aunque desvelado. Sí llegué a ver que se agarraban a balazos, yo mejor le corría, si yo no buscaba eso, sino chambear.
Y cuando caí a Laredo me empezaba a ser feliz; encontraba amigos y hasta encontré uno que tocaba el acordeón. A él lo echaron de su grupo y se juntó conmigo. Ya empezaba yo a ser feliz, pero tenía este juramento. Dije que voy a hacer el templo y lo voy a hacer y me decían: "Pues, ¿para qué quieres eso?", y un día dije: "Vayan a la fregada" y ni adiós les dije agarré mis cosas y pélale. Pues cumplí con lo que al señor le había prometido, estoy cumpliendo con lo que a mi Santa Madre también le juré y ahí vamos. A ver qué Dios dice. Me siento muy contento de haber sido su trabajador del Señor que me dio chance de todo ello. Nunca le había dado yo nada, pura lata, pura lata, borracho, parrandero, jugador  y lo demás.
En algún momento me junté con mi mujer de vuelta y ahora pasa que ahí estamos. Mis hijos me echaban mucho en cara todo y ahora, que también empiezan a tener su familia, ya le bajaron. Dice la palabra esa: "a lo mejor ya sienten pasos en la azotea".
Le decía yo que a doña Lupita le daba dos mil pesos para los peones, eran un peón de noche y otro de día, le echaba gasolina al carro, componía las trocas. Todo del dinero que yo ganaba y de lo que pedía. Ya después hasta se me quitó lo borracho, el amor que yo le sentí a mi Señor, trabajar, echarle ganas. Decía: "Señor, si yo nunca te he regalado nada, voy a tatar de ofrecerte esto, aunque cuando acabe el templo me muera".  Entonces se me agravó un mal de orín, que empecé a padecer desde que era bien borracho. Me daba y me hacía chillar. Di con un doctor en Celaya, me dijo, luego de unos análisis que estaba yo muy mal de la próstata, que tenía muy avanzado el cáncer y que tenía que operarme. Yo por eso sentía caliente, caliente.  Yo dije: ¿También esto? Pagó la operación un hijo que tengo en el norte, que sí me quiere, dice, pero no puede pasar para acá. A mis demás hijos fui a decirles y me negaron toda su ayuda.  Me operaron pero no me quitaron el mal de orín. Luego fui a ver doctores de aquí y ninguno, al final creo que tengo amiba o parásitos, pero la medicina no me hace, me curo con epazote, ajo, me hago mi cocido y en la mañana como que siento que se me están saliendo los gusanos, entonces me mermó mucho el mal de orín.
Pero volviendo a doña Lupita, ella quería que yo le siguiera dando dinero, le expliqué que ya no tengo. Entonces ya no le daba nada, le dije:
-Mire, doña Lupita, ya las trocas ahí están, no están muy compuestas, pero usted tiene mucho empleado que sabe manejar, dígales.
-Pero es que usted debe de llevar algo.
-Ya no puedo, señora.
Pero me dijo que le iba a decir al padre, y no sé quién me lo echaba andar. Ya ni me habla, ni le hablo. Sí debo hablarle porque es mi patrón, pero un día me dijo:
-No, don Abel, por ahí me dicen que usted es un impostor, un sinvergüenza.
Un día de los filarmónicos ahí voy con mi flauta a tocarle, pues me regañó. Mucha gente me ha echado a andar a los padres, dicen que vengo bien servido ¿Pues de dónde? Harta gente que tengo yo en mi contra
Y sí tiene uno enemigos, porque me acuerdo yo que trabajaba y acababa bien cansado. Un día ya para irme para mi barrio, a una bicicleta mía que tenía le metieron alfileres, hartos alfileres para que si me subía me quedara ahí yo pegado. Estaban bien acomodaditos. Pero yo digo mi Dios sí me quiere, el que no me quiero soy yo porque no me he enseñado a obedecerlo. Pero una persona los notó y me dijo:
-Oye, ¿por qué tu bicicleta tiene tantos alfileres, bien acomodaditos?
Al sentarme iba a quedar pegado, o a lo mejor estaban como envenenados. Pero sucedió que ese día adrede alguien le sacó el aire a las llantas, no me subí porque ya no tenía nada de aire. Por lo mismo yo sí creo en los milagros, el señor me sigue queriendo aunque no sea bueno,  bueno nunca lo seré, pero sí quisiera haber sido bueno para poder algo llevar al a mirada de Él.
Sigue caminando el tiempo y doña Lupita dijo: "Voy a decirle al padre que usted quién sabe qué" y ya el padre me regañó, me dijo:
-Ya no lo quiero ver con esa alcancía, porque si lo vuelvo a ver le voy a echar a la policía.
-Pero padre.
-No, ya dije ¡ya!
Ya no le hago, yo creo, estómago al padrecillo, no me quiere. Pero es la gente que me lo echa a andar. Otro que también se portó igual, era muy especial conmigo, fue el padre Briones, porque cuando se fue el padre Toñito, el padre Antonio Lara, dejé dinero en la caja y me dijo:
-Mira, aquí están las escrituras, también está lo que has juntado.
Con el padre Galván me llevé muy bien, no platicamos mucho pero me quiso mucho también, el padre Lucho, ay era una eminencia, el padre Toñito, el padre Vicente, otros no, pero como yo me he dicho: Sintiéndome yo católico todos son mis pastores.
También me ayudó el profe Doro, cuando ya estaba de presidente y el mero fregón de fiscalización era Alfredo Leal. Alfredo me dijo:
-Mira, a visa de que tú finques, me vas a dar nueve mil pesos.
-Pero, ¿de dónde te voy a dar eso?, si no junto mucho, ¿nueve mil pesos?
Tres veces fui a verlo y me lo negó, me fui con el profe Doro y el profe Doro le dijo:
-¿No te dije que le dieras el permiso ya?
-Pero es que no ha dado nada.
-Dáselo, ándale ya.
Sí hizo mucho el paro el profe Doro. El señor Paco Ramírez también, me daba de a quinientos, él me ayudó mucho, mucho. Es que digo bien yo esta palabra: "Gracias a Dios: mi pueblo, yo nomás trabajé y seguiré trabajando". Porque que yo no digo que yo. No. A mí me nació: más me lo quitaban; más me encaprichaba.
Pues ahí corrió el tiempo, como le digo, y sigue corriendo. Ahora chambeo con los que me invitan por ahí, todavía uso la imagen y a veces la  tengo ahí, porque todavía hay gente que le echan, echan poquito, pero más lo que yo le echo de ganas y discos que vendo. Mis disquitos me los maquilan en diez pesos con mis grabaciones. Si veo que una persona le echa veinte pesos le doy un disquito; si me dan un peso pues no sale lo del disco, aunque si me dan seguido sí les doy también su disquito. Algunos que preguntan: "¿Cuánto cobras con tu mariachi?", les cobro barato pero de todos modos ahí tengo mi imagen, y eso algunos lo toman a mal, pero ¿de dónde? Ahora ya de mariachi no puedo echarle, como más antes estaba joven y nada débil. Allá en México era bien luchón, en Garibaldi, ahí era bien luchón.
Cuando empezamos en el cerro estaba nada más una cruz, primero levanté el puro cuartito, luego Portillo, el presidente, me dio casi todo el techo del templo, me dio sesenta y seis bultos, nada más que tenía el trabajador ese que les dije, ese carajo se llevó dos bultos, tres bultos me llevó mucho al baile con el material. Por otra parte, ya ve que en una parte metimos un cuartito que fue la sacristía, luego el templo, luego para  acá el comedor y para acá  unos baños. Cuando entró doña Lupita, todavía estaba yo allí, hicimos el comedor de abajo, pero para eso me decían que arreglara los pedazos de terreno más para acá, me decían que arreglara, pero yo pensaba: ¿Pues ahora con quién? El chiste es que yo nada más hice las escrituras del patio. Y luego me volví a llevar a don Reyes allá arriba:
-Don Reyes, ¿por qué no me regala también esos pedazos para abajo?
-Si quieres te regalo también para abajo
-¿Sí me lo da? -le pregunté.
-Sí -me contestó muy formal.
Yo estoy re contento, aunque hay mucha gente que me dice:
-Oye, ¿Por qué le dejaste eso a Lupita?
No, no, ella le está echando ganas y va avanzando. Para mí ella es la que decide para dónde y qué más. Pero yo, antes de que me fuera quisiera ver ahí como un cristo Rey. Varias personas de las que han ido, dicen que están en eso de la estatua.
El camino también lo hice yo, le metí para que revivieran las piedras. De la colonia Santa Lucía para arriba le metí gente. El camino para los carros también le metí máquina. Todo eso. Me acuerdo que al dar vuelta así para arriba, un señor que andaba de coscolino con su familia, me dice:
-¿Y tú que andas haciendo?
-Pues ando arreglando el camino para el templo.
-¿Y tú por qué? ¿Que eso no es de la presidencia?
-No -le digo- es que por aquí va  a pasar el camino, vamos a arreglar este camino, a componerlo porque por aquí va a subir el carro a ver al Señor de la Misericordia. 
Pero no me lo podía quitar de encima. Dije yo para mí "Pues ahí piensa lo que quieras, con permiso" Y una señora que me reclama, que porque atravesé su pedazo y que no le pedí permiso, me daba miedo encontrarla porque delante de la gente me pregoneaba, pero dije entre mí: "Me vale, ya lo bueno es que todo fue para el templo… si me pasé de listo, si abusé, pues no era para mí". Igual cuando me dicen "¿¨Por qué le dejo el templo?". Yo la dejé a ella y ella verá; si le sirve al Señor ella verá; si se sirve ella, ella verá. Yo lo que quiero es la clemencia, el dinero allá, aquí no quiero nada aquí nada más quiero que me tenga Dios Misericordia, me dé una muerte dichosa, no renegar y vámonos. 

De mi familia, ojalá me hubieran apoyado, que me dijeran: "Ay, papá, qué bonito hiciste esto; ay, papá, qué bien", al contrario me decía mi mujer: ¿Eso para qué?, ¿qué te van a dar?, ¿qué vas a ganar? , ya hasta te corrió doña Lupita. Y la verdad es que no me corrió, yo me salí por mi enfermedad y si no se lo dejó a ella a quién. Y yo siempre digo: "Ella verá". Pero también le está echando muchas ganas.
Yo con todo mi ser y mi corazón doy gracias a Dios, porque sí hubo mucha gente que respondió, me respondió con su  monedita, otros dieron un mil de ladrillo; pues gracias a Dios ustedes: el pueblo caritativo, dadivoso… Yo nada más trabajé. La que me ayudó mucho fue la señora Chatita, la esposa de Panchito. Pero me acuerdo que cuando ya tenía cincuenta mil pesos para aventarnos duro, me dijo:
-Vamos a poner allá al Crucificadito, allá arriba.
-Oiga señora, pero dicen que ese no es el de la Misericordia, es el de los rayitos. No,  y yo que el de los rayitos y ella que el Crucificadito. " 'Ora sí que me fregué" pensé yo.  Empecé un poco a discutir con ella:
-Sabe que, vamos a ver al padre Toño Lara.
Ahí vamos los dos:
-Padre así y así y esté y el otro.
Se nos queda viendo el padre Toñito, me dice a mí:
-¿Y tú qué dices que cuál?
- Yo pues que el de los rayitos, padre, tiene más pegue.
-Padre -dice la señora- quedamos que el Crucificadito.
-Vamos a poner los dos -dijo el padre- adentro vamos a poner al Crucificadito y, si Dios quiere  y se puede con el tiempo, ponemos al Señor de la Misericordia como Cristo Rey, porque uno es el Señor de la Misericordia y otro el Señor Misericordioso.  Así mero le hacemos.
Así quedó.  La imagen que la señora Chatita trajo de Tepatitlán se quedó en el templo. Yo tenía una prima, que también se fanaticó mucho, y me trajo el de los Rayitos, de México. Uno grande, es el que está allá. En el altar está el Crucificadito. 
Yo digo entre mí, para mí: "La señora Lupita está actuando bien y, cuando está gustosa, cómo me gusta su modo de hablar; cuando está enojada, hay Dios, ni quisiera que me viera.  Tiene lo suyo, así somos todos.
Yo no traigo mi alcancía pidiendo en la calle, pero si estoy vendiendo mis discos sí me echan mi monedita, yo digo entre mí, si mi Dios me presta otro rato, otro minuto, no sé, si me alivio voy a componer la troquita que tengo y, como empecé, a arrimar las gentes allá arriba. Que, digo yo,  hacer como cuando empecé a trabajar, ya no. Pero de todos modos yo pienso seguir y qué bueno que me tocara surte de morir en la viña del señor y no en los brazos… de Verónica Castro, dijo aquél.

Tuve cinco hijos, cinco del mariachi Comonfort, uno que se murió y dos mujeres. Pero están chicos, no han sabido lo que es la pobreza, no han sabido lo que es sufrir, porque yo siempre, aunque borrachillo, fui trabajador pero, vuelvo a repetir, yo creo que me guardaron agravio porque los hice músicos a fuerzas. Todos son músicos, todos tocan, cantan y bailan como yo, incluso una de las mujeres. Ella toca trompeta y su hijo toca Guitarrón, la traigo con el mariachi últimamente. Puro músico: tocamos, cantamos, bailamos, tomamos, lloramos, nuestro único defecto que tenemos es: que somos los más barateros.
El primer mariachi se llamaba Los Pesetas, a mi papá le decían El Pesetas. Luego Los pesetillas nos decían a mis hermanos, cuando traíamos la Sonora Reforma (éramos los mismos). Luego, con mis hijos, era el Mariachi Abel Laguna y ellos le cambiaron al Mariachi Comonfort. Ta' bien y ahora ya se llama Abel y su Mariachi Chamacuero. Ya al rato que lo haga con mis bisnietos ya no sé ni como le voy a llamar.
Soy del 1950. Y repito, con todo mi ser, mi corazón, si era toda mi ilusión  y lo sigue siendo, lo único que le pido al Señor es que no me haga renegar a la hora de mi muerte, yo quisiera que me mandara una muerte dichosa, pero a lo mejor no la merezca, porque no he sido una blanca palomita. Pero si muero así, pues de todos modos tiene uno que irse.
Fíjese que cuando empecé a hacer eso, tenía un compadre que vivía en La Lagartija, ya murió, me decía:
-¿Por qué no lo haces aquí?, compadre.
-Es que yo creo que allá se ve más bonito.
-Pero está más trabajoso.
-Pero, pues algo que cueste.
Y costó, sufrí mucho, tuve enemigos. Yo creo que todavía los tengo, por eso como dice el dicho: "Dios mío, cuídame de mis amigos, porque de mis enemigos yo me encargo".
Nunca he dicho ya no, porque me apasioné más mientras más me lo quitaban, mis primos: Ora lucas, ora loco, ora lore y un día que en aquel tiempo procreé yo tres cuatro elepés de mis canciones
También yo he apoyado mucho al sinarquismo, me gustó mucho apoyar el sinarquismo y casi toda la raza mía, mis abuelos y todos eran sinarquistas, yo apoyé mucho lo que es todo eso. ¿Eso será malo o bueno? Como ahorita Obrador me dio ocho mil pesos y mucha gente habla muy bien, aunque pienso: ¿Será para después llevarnos al baile?  Le hice dos canciones y se las grabé y ahí las tengo, pues esos poderosos, esos que no quieren luego oír nada.  Y ya no sé si dar a conocer mis canciones o no. Lo que mi compadre me hizo me dolió mucho, se quedó con la publicidad, yo no las registré, me dijo que las registró en su marca, que no se qué, porqué tiene lengua…   Entonces yo nomás digo, todas las canciones que hice para el Señor, él lo sabe, si me las roban, eran para el pueblo como esa que dice:
Este dos de septiembre
Cantemos con alegría
Para elevarte mis penas
Virgen santa la María
Madre mía de los Remedios
Hasta tu templo… etc, etc.
Entonces nomás digo yo, pues si Dios sabe que yo se la compuse, y si alguien quiere decir que es suya, él sabrá.
Ahorita el Gordo Plaza me hace varios discos debo tener unos ocho elepés, pero no son de marca buena.
Yo estaba haciendo un cuartito allá en la subida, quería vivir ahí, pero comencé a enfermarme, ya nomás me faltaban las láminas, pero me robaron tres veces, se llevaron mi guitarra, la carretilla y herramientas, y luego también tres veces me hicieron un robadero los niños maldosos de ahí de la Santa Lucía, yo creo que también por eso me enfermé, porque hasta lloraba del berrinche yo, tanto quería a estos hijos de…
El día que me empecé a enfermar sí dije, yo creo que ya mejor ahí dejo todo, ya dejo todo ya me voy. Yo sí pensaba morirme de esto porque sentía caliente, caliente. Entonces dejé eso por la paz  y un señor que vive de aquél lado del cerro, que vende pulque, es albañil, según la llevaba re' bien conmigo, pero luego llevaba sus chivas y las malvadas chivas se fregaban los árboles:
-Don Juanito, usted dice que es mi amigo…
Tres veces eché pleito con él, vi que no entendió mejor lo dejé, me cansé de decirle que me ayudara, que por lo menos no las dejara venir:
-Pero Abel, es el cerro ¿qué no?"
-Pues sí, pero esto ya es propiedad.
-Pos cerca.
Nunca lo hice entender, pero últimamente don Juanito echó pleito con doña Lupita, pero doña Lupita es de pocas pulgas.
También cuidé mucho los arbolitos y me dio mucho coraje las tres veces que me asaltaron, la última vez tenía yo diecinueve tambos, se los llevaron los niños, compré yo un candado, pero estos hijos de su madre, no se trajeron las paredes porque eran de adobe, pero se trajeron las puertas, y de plano, pues ya ni para qué.
Yo como siempre digo, todo reconocimiento es bonito, pero gracias a Dios: el templo, a Dios y a las personas que aportaron su moneda, yo nada más trabajé, pero con hartas ganas, con harta fe. También he pensado que este camino está re bonito, como para qué por este camino hicieran el viacrucis de Los Remedios.

Ya le digo a mi mujer:
-No debemos echar pleito ni tú ni yo. Los hijos si no entienden, me da gusto que ya van entendiendo. 'Ora tú que pues, ¿ya qué haces?, estás más para allá que para acá, como yo. Mejor yo le pido a mi Dios que el día que me esté muriendo me acompañes. Si tú te mueres, te perdono y me perdonas y vámonos.  Ya ni qué discutir, porque si yo digo que es verde y tú dices que es rojo, el verdadero color lo va a tener allá mi Señor.
Yo ahora no tengo un lugar fijo para vivir, me quedo en muchas partes según me necesiten, ahora sí que como dicen por ahí: "¿De dónde es usted? Yo soy del mundo, señor ¿Y dónde se queda? Donde se dé la noche ¿Dónde come? Pos donde me den.
Y el chiste es que ahí estoy, y Dios me quiere, porque yo me doy el gusto que de tanto cáncer que tenía, con una operación se quitó, nomás que el mal de orín no me lo quitaron.
Yo, vuelvo a repetirle, me dio por hacer eso, yo decía: "Señor, si nada te he dado, si nada te he ofrecido, por lo menos déjame hacerte tu templo, para llevar algo y merecer algo y de pensar que yo he de ser eternamente dichoso o eternamente desgraciado".
Unos me dejaron de hablar otros siguen hablándome y otros me dicen que le eche ganas . Y muchas cosas que me pasaron. Y otras penalidades ya hasta se me olvidaron.
Una vez, me estaban diciendo: "Lucas, loco, Lorenzo", pero era cuando traía mis cuatro elpés,  y ese día sí saqué mi soberbia a relumbrar, les dije:
-Dicen que estoy loco, ¿verdad?, y ustedes, ¿tienen algún casete como estos?
-Pues no, no estamos locos.
Y les conteste:
-Un loco persevera, pero un pendejo no ata ni desata. Como ustedes.


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Don Abel Laguna Naranjo

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Don Pedro Laguna Pérez

Hace más de diez años le solicité una entrevista a don Pedro Laguna, amablemente me recibió en su domicilio, platicamos un buen rato y me facilitó algunas fotos de cuando su período como presidente municipal.
Luego de la grabación aguardé un poco para hacer la transcripción correspondiente y cada vez que intenté localizarla para incluirla en este espacio me fue imposible dar con ella. Aunque he debido reubicar mis archivos y los discos duros que los contienen un par de veces en estos años, ninguna foto, documento de texto o grabación se había perdido… salvo la entrevista a don Pedro.
Con mucha pena me acerqué nuevamente a pedirle una entrevista, su respuesta fue igual de amable que hace diez años y, por lo que puedo recordar, la información y los comentarios fueron muy similares.
Transcribo nuestra conversación llevada a cabo el día 27 de agosto de 2022. Omito mis preguntas y coloco entre corchetes [ ] mis eventuales acotaciones.


Yo nací aquí en Comonfort, soy del barrio de La Candelaria, ahí nací yo en 1928; acabo de cumplir 94 años. Mi señora también está grande, tiene 91 años.

Mi papá tenía una huerta, fue campesino, fue labriego, trabajaba él, cuando estaba joven, cuanto podía, como podía. Yo me acuerdo que él ganaba cincuenta centavos de diario, cuando trabajaba sencillamente.
Mi papá fue una persona que no aprendió a leer, pues en ese tiempo estaba muy escasa la educación, se casó a los diecisiete años; mi mamá tenía diecisiete años y yo nací al año siguiente…  crecí yo con ellos, pero cuando tenía ocho años mi tío Lorenzo, que trabajó de conserje en la primera escuela (la Manuela Taboada que se inauguró en 1937), les decía a mis papás: "¿Cuándo lo mandan?, ¿cuándo?". Hasta que dijo: "Yo te voy a llevar ".  Y él me llevó. Él me matriculó y ahí empecé yo a estudiar.

Yo me sentí como que no tenía mucha memoria, me sentí como distraído porque no aprendí bonito. Pasaron los años, pasé a tercero, cuarto, quinto. Pero  en quinto me fui a Michoacán; había una catequista, de cuando hice mi primera comunión; le caía yo bien y le dijo a mi mamá y a mi papá: "Oigan, aceptan que a Pedro lo mandemos con el Padre que se acaba de ir de Comonfort?" (Se fue a Irimbo, Mich.). " Tiene un hermano de la misma edad y el Padre me dijo que podía enseñarles algo". Y así pasó en ese año 1942, el padre nos enseñó a su hermano y a mí, nos enseñó español y nos enseñaba algo de aritmética, una cosa rudimentaria. Y me la pasé un año con aquel señor, después ya vine y cumplí mi sexto año aquí con la maestra Felicitas García, era maestra y directora. Así terminé mi primaria.

No anduve en el campo, o muy poco, mi papá tenía una huerta de limas, muchas, como unas veinte o treinta matas de lima, que eran muy comunes aquí en Comonfort, pero ya no hay limas, ya se acabaron. 

Terminé la primaria, en esos años estaba un señor en la calle de Arista, era un señor joven, cuñado de la dueña de la casa de ahí. Él vivió en Morelia y venía a visitar a su hermana, por eso puso allí su tallercito; hacía pantalones. Pero como estaba todavía joven se acompañó de los hijos de Eugenio Espinoza, al que le decían: "El Caramelo", este señor también se enseñó a hacer pantalones y se dedicó mucho tiempo a ello. El señor que enseñó a Eugenio siguió haciendo pantalones en su taller y un muchacho, compañero de escuela mío, nos dijimos los dos: "Vamos a decirle que nos enseñé a hacer pantalones", era 1945 y fuimos, me enseñé a hacer pantalones me hice yo mi primer pantalón de cintura.

Llegó el mes de octubre de 1945 (en ese año terminó la Segunda Guerra Mundial). Yo y otro muchacho, que murió hace poco, de aquí de Comonfort, y otros tres que ya no recuerdo quienes eran, decidimos ir a León, que nos íbamos a ir al Seminario. Conseguimos el apoyo de un sacerdote que acababa de irse de Comonfort y estaba en San Miguel Octopan; hasta allá fuimos a pedirle una carta de recomendación. Al día siguiente nos llevó un muchacho que ya estaba en tercero o cuarto en León, él nos inscribió en el seminario.

El muchacho que estaba aquí aguantó un año y medio; yo me quedé todavía más; hice el primero, el segundo, hice el tercero. Por cierto que no habíamos calificado para entrar al seminario, nos pusieron a estudia español, mucho español, un año, parte del 45 y parte del 46, después de ese tiempo pasamos a ser alumnos del colegio del seminario. Yo aguanté todo el 46, 47, 48 y en el 49 tuve una… no sé cómo me sentí… me salí y me fui a México a trabajar.

Como ya sabía hacer pantalones, yo seguí en una sastrería en México y me enseñé y casi aprendí a hacer todo lo referente al traje. En el año 51, estuve fuera, pero en octubre de ese año me regresé otra vez, como si estuviera yo jugando y fui al Seminario, aguanté todo el año escolar y me volví a separar en la víspera de exámenes. Ya no me sentí apto para presentar exámenes. Le dije al rector: "Yo me quiero separar, ya no me siento bien", me preguntó por qué, "Pues ya no tengo fijeza, nomás estoy pensando en no sé qué cosas y ahorita que es la víspera de exámenes, no tengo capacidad para presentar exámenes. me quiero separar". Entonces me dijo: "Mira yo soy el rector. En mi agenda estás tú, en las estadísticas; de ahí yo sé que nunca te han reprobado. No serás una lumbrera, pero no te han reprobado, puedes pasar los exámenes". Yo le contesté: "Sí señor, pero ya hice mucho la lucha, el intento de seguir adelante y ya no puedo". Me dijo: "Bueno. Pues… que te vaya bien". Me salí y me fui a México a seguir la sastrería duré el 52, 53, parte del 54, 55, 56; venía yo a Comonfort y me regresaba a México a trabajar.

En el 55 me metí a trabajar en los autobuses; aquí tenía yo un amigo que tenía autobús, me dijo: "Yo te veo que andas aquí y vienes y vas, ¿por qué no te vas a trabajar con Ángel? (Ángel Soria), le dije: "Sí, tengo ganas de entrar en los camiones". Me fui a trabajar con él, duré tres años, pero como en el 57 me casé, le dije al dueño del camión: "Oye, yo ya no voy a ir, porque mira: son quince días de andar arriba del camión trabajando y dos o tres días va uno a su casa, y no me agrada, mejor me voy a quedar".

Entonces en el 58, a finales, me llama el señor cura que estaba en ese tiempo, me dijo: "Oye Pedro, tu estuviste en León, ¿puedes ayudarme aquí en el colegio Héroes de Chapultepec?". Le contesté: "Pues… si usted gusta, no puedo más que lo que aprendí allá en León". "Si, ya sé que estudiaste cuatro años nada más. De todos modos, aquí vas a estar con el director que es Pepe Ortega" (el Pichirilo). Y ahí seguí con él todo el año del 59, pero en ese año entró el Seguro Social aquí en la región y como Pepe Ortega era abusadillo, no abusadillo, era muy inteligente, inmediatamente consiguió trabajo en la fábrica de Soria; lo pusieron a apuntar, a llevar la estadística de los pensionados que iban a salir de Soria.

Un día que ya se había acabado el ciclo escolar pasé yo por la calle Aldama, porque yo vivía allá en la Placita, lo vi, me preguntó: ¿Quieres trabajar en el seguro?" Se me abrieron los ojos. "¿Dónde?, ¿cuándo?, ¿cómo?". Me dijo: "Cálmate, yo te aviso, yo te tomo en primer lugar. A mí ya me metieron, me gusta aquí y yo ya no me salgo". Está bien. Ya todo el año siguiente, el año 60, me iba yo a México iba y venía.  Yo venía con mi señora, veía a Pepe y le preguntaba cómo iba la cosa, me decía: "Ya alquilaron la casa, ahí va". Por fin el mes de agosto me dice: "Si quieres irte vete, te vienes unos quince días antes del fin de mes". Yo dije: "No, ya no me voy, porque tú traes cuatro o cinco muchachos que quieren entrar al seguro y, ahorita, ¿dónde los traes?". "Los traigo limpiando los pisos de la casa", me contestó. Le dije entonces: "Yo pienso esto: si me vas a pasar igual, junto con los muchachos, ¿qué van a decir?, que yo no los ayudé en nada". Me dio la razón  y me quedé, me junté con los muchachos y me puse a ayudarles también y se llegó el 30 de agosto de 1960  y ese día no me tocó, porque el director que estaba generalizando era de Celaya; él iba a organizar Comonfort, San Miguel, Salvatierra, Escobedo, Cortazar, Soria, Apaseo. Primero ya habían inaugurado Celaya y ya de ahí fueron a Apaseo y fueron a Cortazar, a mí no me tocó porque el señor de Celaya traía su gente, entonces pusieron gente de él. Pero me dijo Ortega: "Mañana domingo va a trabajar el señor ese que pusieron de Cortazar.  El lunes nos vemos aquí a las nueve". Nos fuimos los dos de aquí a Escobedo, porque él ya traía un cochecito del Seguro, y me dijo: "Ya va a salir aquel señor, termina su turno y se va a Cortazar a descansar".  Y así fue, le dijo a Pepe: "Bueno, ya me voy, señor". "Sí ya vete, mañana a ver qué", le dijo Pepe y ya que se había ido me dijo a mí: "Te voy a acomodar primero, a ver qué pasa, con toda seguridad, a como dé lugar yo voy a hablar con los inmediatos". Al día siguiente de ese lunes nos fuimos a Escobedo y no llegó este señor, dieron las nueve, las diez, las once, las doce y me dijo Pepe: "Ya está seguro que vas a entrar tú, es seguro porque aquel no vino. Ahorita ya lo voy a reportar". Lo reportó y me dijo: "Quédate tú ya". Casi al final de ese día llegó aquel señor y Pepe le dijo: "Pues, ¿qué pasó contigo? Yo ya hice mi reporte ¿Por qué no viniste?" Y el otor explicó "Es que me dio mucho gusto porque entré en el Seguro Social, por eso me puse bien trole en Cortazar y no pude venir, me sentía muy mal, ¿y ahora qué?" "Pues vete a León, vete a ver al señor de Celaya" le dijo Pepe. Ya no supimos nada de él y ya me quedé yo.

Me eché veintisiete años.  Primero en Escobedo, porque nos dijeron: "No van a trabajar en el Seguro todavía, van a trabajar en la Unión Médica". Hasta los tres años, el 16 de septiembre del 63, vinieron jefes del Seguro Social de México y nos dijeron: "Ahora sí ya van a trabajar ustedes en el Seguro Social y además les traemos un retroactivo". Y pues el retroactivo sí nos dio gusto, fue una carta que habíamos perseguido.

Duré tres años en Empalme Escobedo ya después seguí aquí, me tocó el cochecito que traía Pepe, llevaba yo a Pepe a Escobedo, a Soria, me dejaron trabajando en Escobedo y yo iba con la ambulancia a Soria, la llenaba yo de enfermos o niños y los llevaba a Escobedo porque en Escobedo estaba la clínica, me eché tres años en esa forma. 

Aquí en Comonfort la clínica estaba en la esquina del Jardín, donde está deportes Prado, esa casa era de doña Isaura Franco. Ahí se hizo la primera clínica para el Seguro Social en Comonfort, ahí duramos como tres o cuatro años, después nos pasaron a la casa grande, que está ahora en ruinas, en la esquina de Juárez e Hidalgo, luego todavía me tocó en la otra que está allá enfrente del mercado, del lado del templo, donde está el restaurante ahora. En esos años, entre otras cosas que hacía, yo manejaba la ambulancia, me tocaba trasladar enfermos, lo más común eran las señoras que se iban a aliviar y sí, sí me tocó que iba yo y de rato nomás me decían: "Pues ya mejor regrésese don Pedro, ya nació mi criatura".

Sí fue difícil ese proceso, a mí me preguntaban los compañeros: "Oiga, don Pedro, ¿si quiere usted seguir con nosotros?, porque no tenemos otra persona, ¿y no tiene miedo?" "No", les decía, "por qué miedo, ya empezamos, ya estuve con ustedes, ya vieron como fue el asunto pues ahora vamos a seguirle".

El comité, Marcelo y otras personas, me pusieron una tesorera, gente de ellos la tesorera se llamaba Guadalupe… Rayón de segundo apellido y aceptamos que estuvieran otras dos personas que ya habían trabajado: doña Margarita y otra persona. Y seguimos trabajando, no sabía yo mucho, pero a veces venía Marcelo.

A los ocho días, desde Guanajuato, me llegó Enrique Hagen, un señor que era joven, pero traía barba larga, supimos que ese señor venía como a controlarnos, que no iba a dejar que yo me mandara en lo que yo quería, que las cosas fueran calmadonas, calmadonas. De rato nos hicimos amigos y todo, el señor este me tomó estimación y yo le tomé estimación también. Y demostró ser más amigo de acá que del gobierno, pero él ya sabía cómo era, lo había mandado el Gobernador. Todavía, ese mismo año, trajeron al Gobernador, pusieron una lona, aquí le hicimos, se le hizo una comida; a mí no se me ocurrió pedirle nada, ni Marcelo ni nadie me dijo: "Vamos a pedirle que nos dé más". Porque no nos mandaron presupuesto, el gobernador no nos dio presupuesto, se supone que sí tenemos derecho. La tesorera, que es una contadora muy eficiente (todavía trabaja en eso), me decía: "Vamos a Guanajuato, nos van a dar algo de dinero".

Íbamos a Guanajuato, nos presentábamos ante el tesorero [se ríe] nos tenía ahí sentados, una hora, dos horas, por fin nos decía: pues ya vinieron los de todos los municipios, ya se acabaron los centavos. A veces no nos daban nada, a veces ya nos daban algo. Nos separábamos de ahí a las seis, siete de la noche. 
Nos llevaba un muchacho, se llama Juan Sierra, le decíamos "El Cocadas", yo lo apreciaba porque era mecánico, nada más que la mayor parte de los compañeros decían que no era mecánico completo, que nomás conocía poquito, pero a mí nunca me dejó tirado porque se descompusiera el coche. Teníamos un coche viejo, nunca pensé que compráramos un coche nuevo. Si lo hubiera dicho quizás la tesorera lo hubiera aceptado. Pero ella tampoco lo sugirió, yo tampoco dije nada. Yo tenía un coche Ford, estaba mejor que el de la presidencia, en ese nos tuvimos que ir y venir a Guanajuato, pero cuando nos parábamos para irnos, ya fuera del tesorero o del secretario de gobierno, nos retirábamos de ahí del palacio, llegábamos al centro y ya no encontrábamos ni tacos ni nada, ya todo estaba cerrado, ya nos veníamos y llegábamos a la una dos de la mañana. 

Yo les digo que todo presidente que llega, que se sienta en la presidencia, llega con un antojo, mi antojo, el mío, fue el Andador 5 de Febrero, ese fue mi antojo, dije yo: "La callecita no tiene tanto tráfico y queda bien un andador" y ya ve, ahora lo ocupan hasta para que entre dinero, ya ve cuantas personas que vienen de Oaxaca y de tanto lado a vender a hacer sus exposiciones.  Últimamente he notado que está una nevería ahí y algunos atrevidos han metido dos tres coches adentro pero también es feo llamarles la atención cuando no se está ocupando. Cuando está ocupado pues los mismos puesteros le acomodan.

Yo conocí a Plácido que fue Cronista antes que usted y Plácido en un tiempo se venía aquí a mi sala, yo siempre he tenido un radio, un aparato, él traía sus casetes con música de bailables, venía otro compañero del tecnológico y se ponían ahí a ensayar a dos tres cuatro muchachos y sí sacaron, empezaron a formar algo de lo que tienen ahora en la casa de la cultura. Y también era cuate, era amigo mío Plácido, porque vivía a dos casas para allá. Él no estaba muy conforme con lo que yo andaba, pero nunca me dijo nada, siempre seguimos ahí, cada y cuando: "¿Qué pasó?" le decía "Ahí está libre la sala, como siempre". 
 
No he llegado a platicar con Isidro, tampoco nunca he tenido un problema o un mal modo, nada. Pero, por ejemplo, paso yo por donde él vive y está su esposa, su esposa es sobrina mía.  Él un día salió y vio que venía yo bastoneando y que venía un carro, se cruzó la calle y me ayudó en lo que pasó el carro, me dijo: "Yo le voy a ayudar" "Muy bien, muchas gracias" le dije.  Pero yo a veces he estado ahí platicando con la señora, ya no recordamos nada ni platicamos nada de lo pasado, nada más asuntos de los parientes.

Y tampoco, nunca me arrepentí de haber sido candidato y presidente. Más bien me arrepentí de que no hice todo lo que debía de hacer, estoy seguro de que pude haber hecho más cosas, pero no, también, ya estando ahí se ve que no todo es tan fácil. 
En esa última ubicación, enfrente del mercado, fue donde me llamaron, vinieron aquí a la casa los señores que tenían en sus manos el Movimiento Sinarquista aquí en Comonfort. Yo no acudía ni acá, ni allá, ni nada, yo no sabía nada de ellos. Adiós, adiós, adiós y eso era todo. Pero vinieron tres o cuatro señores y me pidieron que les ayudara y que me querían como candidato. Les dije: "No, en primer lugar, yo estoy trabajando, además a mí no me gusta la política, no, no. Estuvimos neceando, platicando, que sí, que no, y dijeron: "Bueno, pues ahí vendremos en unos quince días".

No, pues no se aguantaron esos quince días, a los ocho días regresaron como con diez o quince gentes, otra vez y otra vez les dije "No, no, porque yo sigo trabajando en el Seguro Social y no soy político, a mí no me gusta. Sé muy poco de esas cosas, de administración y yodo eso no sé nada". Pues volvieron otra vez a los ocho días, volvieron, me insisten y le digo a mi señora: "Estos señores están necios, me insisten y dicen que soy el único que quieren que sea candidato".

Entonces le dije a mi señora: "¿Cómo ves?, les voy a decir que sí". "Tú verás" me dijo, "al cabo que ¿tú crees que vamos a ganar?, nombre va a ser un entretenimiento y pérdida de tiempo". Pues ya volvieron, traían a un señor de Celaya que se llama Marcelo Gaxiola. Él llegó como a ayudarles a ellos, tenía muchos deseos de sobresalir en ese aspecto. Vino, me reconoció y me dijo: "Sí, don Pedro, vamos a seguir adelante".

Así pasó, se llegaron los días en que tenía yo que hacer campaña; pedí permiso en el Seguro Social, me lo concedieron, sin sueldo. Dije yo: "A ver qué pasa". Empezamos a salir en Comonfort, a las calles, a pedir, me acompañaban diez o veinte personas, las señoras estaban como emocionadas, no sé. Anduvimos por ahí, fuimos a los ranchos y a las comunidades.

[¿Cómo lo recibían? ¿Cómo lo trataba la gente?] La gente me trataba muy bien, nunca tuve un rechazo de la gente, nunca de veras, que me dijeran: "Tú no, no sé por qué estás aquí metido", algo así ya ve que hasta les dicen groserías. No, me recibían bien en todas las casas, a veces tocábamos y las señoras nos decían: "Pues yo no sé de eso, ahora que venga mi esposo le voy a decir…". Hasta que llegó el último día de eso y pues ya todo lo que se trataba de administración y propaganda, ellos se encargaban de todo. Marcelo le sabía mucho de eso, le gustaba mucho.

Y pues llega el día de la elección, aquellos señores del tricolor estaban también con muchas ganas, pero acá les demostramos mucha mayoría de gente, cuando hacían alguna asamblea en la plaza, pues no se llenaba, pero sí había mucha gente y la gente empezaba a vociferar en contra de él [El otro candidato], en contra del partido, todas esas cosas. El maestro que vive aquí en frente, el maestro Cirilo, estaba muy bien físicamente entonces, él también le puso muchas ganas al partido tricolor. Pasó el día de votaciones, amaneció el día que debía de saberse y ellos decían que habían ganado y Marcelo estaba tupiéndole mucho, pero legalmente, nada de que ya ganamos o ganamos por esto y lo otro. No. Y así andábamos: con que sí, con que no; el gobierno no nos daba el derecho para nosotros, se lo dieron a Doro, se lo dieron y la gente no quedó conforme.
Doro puso su presidencia en la calle de Ocampo, ahí al empezar la calle y nosotros dijimos: "Pues nos vamos a esperar". Pero la gente no se esperó. Ellos no se imaginaron que el día primero de enero del año 86, Marcelo les dijo a al agente: "Váyanse a tomar la presidencia ahorita a las seis de la tarde, siete de la noche. Tomen la presidencia". Así lo hizo la gente. Fueron montón de gente, tomaron la calle también y no dejaron salir a la policía y ya Marcelo les dijo: "Dejen salir a la policía y a todos los que quieran, ya tomamos nosotros la puerta y ahora nadie entra".

Ese día pues la gente estuvo muy contenta. El presidente saliente, don Agustín Zárate, fue al día siguiente, que era domingo fue, lo dejaron que avanzara por la calle y cuando llegó a la puerta le dijeron: "¿A dónde va don Agustín?" "Pues voy a entrar, que dejé algunas cosas…"  "No, don Agustín usted ya terminó y usted no puede entrar".  Y se retiró el señor también y ya la gente se quedó ahí. Mientras estuvo Doro allá, fue presidente, pero la gente acá hacía fiesta todos los días, arrimaron metates, arrimaron ollas, arrimaron bicicletas, cobijas, toda clase de petates, estaban felices, duraron ahí casi el mes. Había un señor que tenía un corral de vacas de leche, allá por Villagrán, un lugar nuevo, se había venido de México por los terremotos, pues traían un bote todos los días, un bote como con quince litros de leche para la gente. Las señoras que encabezaban, eran dos tres, que les gustaba también el borlote, hacían atole y tortillas y de todo. Y había también muchas personas que sin tener nada que ver, llegaban a almorzar, llegaban a comer, llegaban y estaban felices.

Se completó un mes y, no me acuerdo en qué fecha [fue el 8 de febrero de 1986], qué llegan; como a las dos de la madrugada llegó la furia gris, desparramó a la gente, los maltrató, maltrató mucho a la gente, muchos perdieron sus cobijas, sus bicicletas, sus pertenencias, ya no les dejaron agarrar nada. Había muchas señoras, había muchas señoras, se replegaron hacia la Iglesia y muchas personas se metieron a la casa del sacerdote de ese entonces, José Reyes; la casa que está al lado derecho del templo y la policía andaba con algo de coraje y se metieron, al padre no lo conocían y sí le dieron un aventón y lo hicieron a un lado. Creyeron que era cualquier persona y a la gente sí le dio miedo, le dio miedo ver que la policía se metió a la casa del Padre.

En todo ese mes yo fui una vez a la presidencia, pero ya cuando se puso la cosa fea, Marcelo me dijo: "Si tienes algún pariente en el DF, vete para allá un tiempo, para que no veas, para que no oigas, para que no te vean", y así lo hice; me fui, duré como seis u ocho días con un pariente y después me vine, con la idea de permanecer en mi casa. Pero ya después se calmó otra vez, después se encontraron otra vez con la policía y venían decididos a golpearlos, otra vez, pero muchos muchachos de la secundaria y de la preparatoria se dieron cuenta y se dejaron venir, llegaba más policía gris y caminaban por la calle de Ocampo y los  muchachos de la secundaria y preparatoria se dejaban venir también por la calle de Ocampo y los provocaron y los fueron jalando y jalando y llegaron a la escuela manuela Taboada. En ese tiempo andaban quitando los durmientes, andaban poniendo durmientes de cemento por los de madera, y había muchos clavos, pilas de clavos, tuercas de los rieles, entonces los muchachos agarraron esos clavos, tuercas, piedras y les aventaron a la policía y la policía no aventó con otra arma, nada más con lo que traen para defenderse.  Y los hicieron retroceder, los detuvieron un poco, no tuvieron miedo, se replegaron y aquellos muchachos quedaron contentos, eso fue unos cinco días después.

También, por su parte, Marcelo consiguió que hubiera unas pláticas con la gente del tricolor, ahí donde está la oficina de tránsito ahí estaba la biblioteca y ahí convinieron en algo. Me acuerdo que nos amanecimos hasta las seis o siete de la mañana, porque estaban personas de los tricolores, dos o tres de Marcelo, habían venido dos que habían sido diputados locales, también un señor de Celaya que en ese entonces era diputado local. Toda la noche estuvieron platicando y discutiendo. Y quedaron convencidos de que iba a haber otra campaña. Quedaron que iban a hacer más campaña, quedaron conformes pero ya le habían dicho a Doro que renunciara.

Además pusieron en la presidencia, por mientras, a un señor de Ranchito de Soria: Leopoldo Rubio. Y se llegó la nueva campaña y otra vez salimos a recorrer el municipio, pero ya la gente estaba más conforme porque al menos iba a haber otra elección. Se llevó la campaña, se hicieron las votaciones y al día siguiente no le sabían decir a la gente quién ganó. No nos podían decir que ya habíamos ganado, ni tampoco que Paco Ramírez había ganado. N no se sabía quién. Entonces quedaron que ya habíamos ganado nosotros.  Y la gente me preguntaba: "¿Pues con cuántos votos ganaste?" y yo les decía: "Miren, yo no sé nada de votos, yo supe que Marcelo recibió del Gobernador que el pueblo quería que yo fuera el presidente". Y eso fue todo pues el señor Isidro se conformó y Paco Ramírez también.

Cuando terminé mi trienio me regresé al Seguro Social, ya había estado yo en pláticas con el sindicato, me dijeron: "Cuando te retires de ahí de la presidencia repórtate al Seguro, a ver qué dicen".  Me reporté, trabajé en el Seguro dos meses y me dijeron "Ya el próximo 30 de marzo del 89, te separas, ya está todo arreglado". Me dijeron que ya y me vine, y al mes me empezaron a llegar  mis centavos, me llegó un poco de retroactivo y ya de esa forma seguí yo y todavía aquí estoy.

El Seguro, pienso yo, si fuera de una persona particular ya pensaría en que yo  estoy viviendo de más o que ya estoy ganando dinero de más. Pero como es cosa de gobernación no les molesta, aunque sí me piden que me reporte cada mes, pero últimamente me dijeron que ya no me reporte, me dijeron: "Ya sabemos que ahí estás".  Y ya tengo treinta y cinco años pensionado, más que lo que trabaje y pues ya me siento tranquilo. Yo le doy gracias a Dios que en primer lugar me ha dado larga vida, ya tengo noventa y cuatro años cumplidos y de esos noventa y cuatro años ya me siento un poco avanzado, pero todavía salgo; me fui a México tres días y hace unos quince días me fui a Celaya. Yo solo, en camión. Tomé un urbano y llegué al centro a buscar algo de un tocadiscos y me regresé.

Hasta la fecha hay señores que eran jóvenes en ese tiempo y todavía me hablan: "¿Qué no se acuerda cuando estábamos ahí en el borlote?, nosotros fuimos, nos da mucho gusto de que todavía lo vemos aquí". Yo salgo con mucha confianza porque mucha de la gente que fue de ese tiempo se acuerda, que sus hermanos o sus papás participaron y me preguntan: "¿Qué pasó con el gallito?" Púes ya desde que entró el sr Carlos Salinas le dio reconocimiento a las Iglesias, les explico. Yo trabajé un mes en el periodo de él.  Y ni me di cuenta de él y menos él de mí.

Pero sí todavía la gente me dice: "Yo anduve ahí con usted".  Hicimos el puente de la calle Juárez que cruza el arroyo, y la gente me decía: "No, don Pedro, déjelo así, nomás las camionetas de Paco Ramírez son las que pasan para allá". Yo, les decía: "Ya dijimos que vamos a hacer ese puente".

Hicimos el otro allá cerca de la presidencia nueva en la calle que entra para San Agustín, en el callejón de los Florencio.

El primer deseo, el primer gusto mío fue la banqueta que está en la paralela al mercadito que está enfrente de la gasolinera, esa banqueta se me ocurrió luego, luego mandarla hacer, porque no había central, era una oficina que está ahí donde está la ferretera y los camiones llegaban ahí, ahí bajaba la gente y me acuerdo que a mí también me tocó resbalarme, cuando llovía había lodo, estaba feo.  Eso fue lo primero que les dije a mis albañiles, traíamos albañiles que también eran galleros. Hicimos la banqueta, la tesorera dio para el cemento. 

De ahí se me ocurrió decirle a la tesorera: "Vamos a empedrar la calle que va al panteón", porque yo me acuerdo que los cuatro que iban cargando el féretro iban sacándole vueltas a los charcos.  Llegamos hasta la puerta del Panteón, ahí la calle estaba muy baja y la rellenamos mucho de tepetate. 

Pero a los tres años Doro mandó quitar ese empedrado y puso concreto, qué bueno, le puso un enlajado de cemento al panteón hasta adentro, lo segundo también se me ocurrió ponerle adoquín a la calle que hoy llega hasta la preparatoria Dr. Mora, no tenía nada, tenía lodo, le pusimos adoquín y para esto, ahora la última vez que estuvo Beto Méndez le puso concreto y quitó el adoquín, lo malo es que todo el adoquín se lo llevó para su rancho.
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Don Pedro Laguna Pérez

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El Dr. José de la Luz Mota Franco
De entre los muchos documentos compilados por el Profesor Plácido Santana, o que formaban parte de su quehacer cotidiano como cronista, encontré una serie de documentos redactados por la hija del Dr. José de la Luz Mota, personaje destacado en los años treinta y cuarenta del siglo XX, en Comonfort.  La forma en que su hija lo describe nos pintan a un personaje singular por muchos motivos y encomiable por varios más.

Singularmente ella, su hija, solicita a las autoridades que se asigne a una calle o plaza de nuestro municipio el nombre del Dr. Mota, a pesar de la extensa documentación y el vívido —y meritorio— retrato que hace de su padre, parece ser que la iniciativa no tuvo resultados positivos. De manera similar, la familia del Dr. Márquez Escobedo sugería se le asignara el nombre del Dr. Márquez a alguna clínica, pero tampoco hubo eco en dicha propuesta. Si me preguntaran a mí (pero evidentemente no me preguntan) aseguraría que los méritos de ambos son sobrados para ser honrados con semejante distinción. 

Transcribo la descripción que, del Dr. Mota, hace su hija, la Srta. Margarita Otilia Mota Macías, y la biografía correspondiente. Cabe mencionar que el día 5 de agosto de 2006 se rindió un homenaje al Dr. José de la Luz Mota en la sesión del cabildo del Municipio de Comonfort. Comparto la Invitación correspondiente y un par de fotografías que atestiguan dicha ceremonia.


Descripción de la obra y la personalidad del Dr. José de la Luz Mota

Entregó su vocación de médico con verdadera humanidad a los más pobres, saliendo a cualquier hora del día e inclusive de la noche a atenderlos, no importaba la lejanía y en condiciones infrahumanas ayudar a las parturientas de alto riesgo, en un petate en el suelo. Cientos de niños de su época vieron la luz del día con su intervención y muchos padres de ellos le pidieron apadrinarlos en su Bautismo. Tuvo casi un centenar de ahijados.

Esas mismas personas, campesinos, indígenas, son tan agradecidos que siempre le correspondían con obsequios en especie: frijol, tortillas, elotes, verduras, frutas y hasta corderos de leche para barbacoa.

Fue el promotor de la siembra y cultivo de durazno en toda la región, ya que se puso en contacto con los agricultores del Estado de Michoacán y Morelos para adquirir las plantas, que fueron distribuidas a todos los que estaban dispuestos a su cultivo. Comonfort fue un gran productor de dicha fruta en esos años y sus grandes cosechas fueron recolectadas por importantes empacadoras del país, dando así la oportunidad de mayores ingresos al Municipio.

Se organizaba anualmente el "Baile de la cosecha de durazno", con la aportación de recursos económicos de los agricultores, Club de Leones, Comité Cívico Municipal y el gobierno Municipal.

En una ocasión, salvó la vida de una señora con su hijo, que estuvieron a punto de ahogarse en el Lago de Chapultepec. El Dr. Mota, sin medir el peligro, se lanzó al agua con todo y traje para sacarlos.


Promovió, igualmente, las tradicionales fiestas de Noviembre como Feria de los Remedios, sus danzas autóctonas de reconocido prestigio, y los demás actos que los organizadores del santuario de la Virgen habían planeado durante el año para dar mayor realce a dichas festividades. En una ocasión , el Dr. Mota se encontraba admirando a un grupo de danzantes de San Francisco del Rincón, Gto., en una terraza de las terrazas del Santuario, cuando sucedió una terrible desgracia que llenó de luto las fiestas: un camión de pasajeros se atravesó en la vía del tren y al quedar horizontalmente fue arrastrando con todo lo que estaba a lo largo de la vía hasta los andenes del F.F.C.C., muriendo casi unas 40 personas y un centenar de heridos. El Dr. Mota corrió al lugar del accidente y estuvo organizando el traslado de muertos y heridos además de atenderlos en el Hospital Civil toda la noche.

Como médico, es reconocido su "ojo clínico" por todos los que lo conocieron y sobre todo por sus compañeros colegas. Generalmente nunca necesitó de radiografías, análisis de laboratorio, etc,, porque solo de observar y preguntar al enfermo sobre sus molestias, se percataba de su enfermedad y los curaba. La Oración Fúnebre que se dijo en su entierro, se refiere a ese prodigiosos "ojo clínico", como don de Dios.

Siempre acompañándole, su tía paterna doña Virginia Mota Méndez, quien se había convertido como en su madre, al quedar huérfano desde la edad de un año, haciéndole pie de casa en un pequeño departamento de la ciudad de México, donde también aceptaron a otro chamacuerense, más tarde reconocido médico, el Dr. Manuel Márquez Escobedo, sobrevivieron en la Capital esa dura época de la Revolución, saliendo diariamente a la Facultad de Medicina en medio de las balas del ejército y los liberales. Gracias a los consejos, ayuda en los estudios, etc., del Dr. Mota, el Dr. Márquez logró, más tarde, recibirse de médico un años más tarde de haberse titulado el Dr. Mota. El Dr. Márquez Escobedo logró ocupar la Dirección del Instituto Nacional de Enfermedades Tropicales.

Por su gran amor a México y su tierra, Comonfort, con gran entusiasmo dedicaba el tiempo libre de su profesión, a la organización de eventos culturales y sociales, conjuntamente con el Club de Leones local, algunos miembros destacados de la sociedad y del gobierno municipal, yales como: torneos deportivos con premios en efectivo, maratón, ciclismo, de montaña (colocaron una vadera nacional en lo alto del Cerro de los Remedios y el que lo escalara más rápido la bajaría para recibir el premio), bailes, kermeses, festivales artístico, grupos musicales, etc., sobre todo durante su periodo como Presidente Municipal y más tarde fundador del Comité Municipal Cívico del que también fue Presidente durante varios años y marcó una época de oro de Comonfort.

Como gran patriota, también procuró con entusiasmo y dedicación, investigar la historia de la fundación de Chamacuero, sus grandes personajes como el Dr. José María Luis Mora, el paso del General Ignacio Comonfort, su monumento en los linderos con Celaya, su Iglesia Parroquial, la autenticidad del poeta Margarito Ledesma y, así, visitaba el Archivo General de la Nación, libros de historia patria, consultaba a personas que podían proporcionarle algún dato importante, etc., pero siempre con la mente abierta y activa para dar a conocer lo que en ese entonces era desconocido para muchos coterráneos y nacionales.

Par estar actualizado en su profesión médica y estar al tanto de los nuevos avances, frecuentemente viajaba a la ciudad de México, exclusivamente para visitar la Facultad de Medicina de la UNAM y su biblioteca, así como también comprar libros y más libros en las diferentes casas editoriales, en inglés, francés y alemán, pues tenía una gran facilidad para los idiomas.

Falleció la madrugada del 24 de octubre después de haber celebrado con sus compañeros el "Día del Médico" en la ciudad de México, D.F. y fue trasladado a Comonfort, con la ayuda de don Melchor Ortega, ex Gobernador de Guanajuato, amigo y coterráneo y el Club de Leones, haciendo una escala en el entonces importante centro ferroviario de Empalme Escobedo, donde se le rindió homenaje en la Casa Redonda, con cambios de guardia y silbatos de todas las máquinas. Desde el entronque de Palmillas, en medio de una lluvia pertinaz, cientos de personas a la orilla de la carretera hasta Comonfort, siguieron el cortejo, demostrando así el cariño y la admiración que le tenía todo el pueblo, que lo acompañó al día siguiente hasta su tumba.


Está enterrado en la primera sección del Panteón Municipal, junto a la tumba de su querida tía Virginia Mota Méndez, " a perpetuidad" para que descanse en el "bendito pueblo que lo vio nacer", como menciona Margarito Ledesma en sus Poesías, y que repetía con gran orgullo  "…y no crean que por este sucedido le agarre algo de tirria a Chamacuero; aquí me puso Dios; aquí he vivido y aunque a muchos les pese, aquí me muero".


Biografía del Dr. José de la Luz Mota Franco

Nació en Chamacuero, hoy Comonfort, Estado de Guanajuato. el 15 de mayo de 1895 en la casa ubicada en la calle Arista s/n del Barrio de San Agustín.

Sus padres fueron don Pedro Mota y doña Bonifacia Franco, oriundos también de la misma población. Quedó huérfano de madre a la edad de un año, haciéndose cargo de él su tía paterna doña Virginia Mota Méndez.

Realizó sus estudios de primaria con maestros y maestras particulares.

La enseñanza secundaria y preparatoria las cursó en el Seminario Conciliar de la ciudad de Morelia, Michoacán, ya que en esa época los estudios superiores se concentraban en los Seminarios Diocesanos.

Con su tía y junto con otro amigo, coterráneo y de su misma edad, Manuel Márquez Escobedo, se trasladaron a la ciudad de México, D.F. para cursar los estudios de Medicina en la Universidad Nacional de México.

El 19 de enero de 1918, fue nombrado Practicante adjunto Sargento de la Sección Médica número 57 Séptima Demarcación del Ayuntamiento Provisional de la ciudad de México: Gobierno del General Álvaro Obregón.

El 17 de diciembre de 1918, ya nombrado Capitán Primero, el General Jefe del Departamento de Guerra y Marina lo cita para dilucidar sus estudios de Medicina y preparar su examen.

El 2 de enero de 1919, la Secretaría de Estado y del Despacho de Guerra y Marina le informa sobre su baja en el puesto de Socorros en el puesto de Militarización y su Alta en disponibilidad.

El 21 de febrero de 1919, la Secretaría de Guerra y Marina, le solicita su Hoja de Servicios para la formación del escalafón del Cuerpo Médico Militar.

El 24 de septiembre de 1919 la Secretaría de Guerra y Marina le otorga su Alta como Jefe de la Sección Sanitaria del 42° Batallón de Línea, en Acámbaro, Gto. Su nombramiento dice: En atención a las virtudes cívicas, aptitudes y demás méritos del ciudadano José de la Luz Mota".

El 17 de marzo de 1920, la Secretaría de Guerra y Marina, le ordena hacerse cargo de la Sección Sanitaria del 15° Regimiento en Acámbaro, Gto.

Se recibió de Médico Cirujano el día 15 de julio de 1921. Título Profesional del 23 de julio de 1921, firmado por el insigne Maestro don José Vasconcelos.

De 1921 a 1922 siguió prestando sus servicios en la Secretaría de Guerra y Marina, para después dedicarse a la práctica médica en la ciudad de México, D.F.

El 10 de febrero de 1923 contrae matrimonio con la señorita María Concepción Macías Sánchez, hija de don Francisco Macías y doña María Sánchez, en el templo parroquial de la ciudad de Comonfort, Gto. Dicho matrimonio procreó cinco hijas y tuvo como primer domicilio la Plaza Principal #5 y en seguida la calle de Pípila #11.

Presidente Municipal de Comonfort, Gto. de 1932 a 1934, su fotografía se encuentra en la Galería destinada para exponer a cada uno de los Alcaldes de esa ciudad, dentro del mismo edificio de la Presidencia.

En  1935, es nombrado Médico Interino de los Ferrocarriles Nacionales de México, para la importante plaza y centro ferrocarrilero Empalme Escobedo, Gto., y nombrado Médico Residente en 1942, donde permaneció en el puesto hasta su muerte. Cabe destacar su profesionalimso, esmerada atención y humanitarismo, brindada a cada uno de los empleados y funcionarios de los Ferrocarriles.

En 1949, ya como Presidente Fundador del Comité Municipal Cívico, envió al H. Ayuntamiento una iniciativa para honrar la memoria del General Ignacio Comonfort y solicitó, además, la restauración de su monumento que se encontraba destruido, el 24 de octubre de 1949 y obtuvo respuesta el 27 del mismo mes y año por parte del Congreso del Estado de Puebla, de donde era oriundo el General Comonfort, para llevar a cabo dicha restauración. El 15 de noviembre de 1950. El C. Secretario General de Gobierno del Edo. De Guanajuato, envió un oficio al Director General de Obras Públicas, para insistir en la reconstrucción del monumento al General Ignacio Comonfort, ya que dicho monumento es propiedad del Gobierno de Guanajuato, erigido en 1874 por el General y Gobernador don Florencio Antillón.

El 2 de junio de 1950, el Presidente y Vicepresidente del Comité Municipal de Acción Cívica, Dr. José de la Luz Mota y Dr. Antonio Muñoz M. enviaron un oficio al Lic. Luis Garrido, Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, solicitándole un cuadro o busto del ilustre filósofo, educador y gloria del Colegio de San Idelfonso y de la Universidad, con motivo del homenaje que se le rendiría en el primer centenario de su muerte, el 14 de julio al coterráneo don José María Luis Mora. El 5 de julio de 1950 el Dr. Luis Garrido, Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, envía un telegrama ofreciendo el retrato de don José María Luis Mora.

El 25 de octubre de 1950, remitió oficio al C. Teniente Coronel Manuel H. Hernández G. Presidente del Cuerpo de Defensores de la República en Palacio Nacional (hoy Estado Mayor Presidencial), enviándole un trabajo histórico sobre el sacrificio del General I. Comonfort, insistiendo, una vez más en la reconstrucción de su Monumento en los linderos del Municipio, donde se lleve a cabo anualmente el 13 de noviembre un homenaje luctuoso, aparte del que se le rinda en la Rotonda de los Hombres Ilustres, en cuyo lugar se encuentra el insigne José María Luis Mora, cuyos restos fueron traídos de París, Francia, a iniciativa del Dr. José de la Luz Mota.


El 15 de noviembre de 1959, en oficio #7411 de la Secretaría General del Poder Ejecutivo de Guanajuato, se transcribe nota del Dr. José de la Luz Mota, al Ing. Alfonso Parás Chavero, Director General de Obras Públicas, informándole que dicha persona fue el primer promotor del homenaje a don José María Luis Mora, así como la iniciativa-solicitud a la Diputación Federal Guanajuatense, para trasladar sus restos y de grabar su nombre en el recinto de la Cámara de Diputados en México, D.F.

Murió a las 3 horas del día 24 de octubre de 1951 a la edad de 56 años, en el Hospital de la Cruz Roja Mexicana de la ciudad de México, y sus restos fueron trasladados a Comonfort, recibiendo varios homenajes luctuosos.



Espero, en posteriores ediciones de este espacio electrónico, complementar la información sobre el Doctor José de la Luz Mota, para la elaboración de este artículo localicé su fe de bautismo y su partida de nacimiento en el Registro Civil, ambos documentos mencionana el año de su nacimiento en 1993 en vez de 1995. No siendo relevantes estos datos, es conveniente la localización de estos documentos. Mucho más importante será si puedo localizar alguno de los escritos que el doctor Mota redactó sobre la historia de su pueblo y sus personajes, estos trabajos ya lo ubican como un auténtico cronista, antes de que a nadie se le ocurriera que tal título pudiera aplicarse a esta actividad.
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El Dr. José de la Luz Mota Franco